HEIDEGGER
Capítulo XIV
SER Y EXISTENCIA.
HEIDEGGER
1.
La metafísica de la subjetividad.
2.
La filosofía de la finitud.
3.
La pregunta por el ser.
4.
Importancia de la pregunta. La comprensión del
ser.
5.
Punto de partida y método.
6.
Primera aproximación al Dasein.
7.
Las determinaciones fundamentales del Dasein.
8.
El ser-en-el-mundo en general.
9.
El mundo.
10.
El ser-con y el impersonal.
11.
La disposicionalidad.
12.
El comprender.
13.
La proyección.
14.
Un ejemplo más.
15.
El habla, y resumen del estado-de-abierto.
16.
La caída.
17.
La cura, ser del Dasein. La temporalidad.
18.
La verdad como desocultamiento.
19.
Verdad óntica y verdad ontológica.
20.
Filosofía, ciencia, verdad.
Bibliografía
CAPÍTULO XIV
SER Y EXISTENCIA.
HEIDEGGER
1. La metafísica de la subjetividad
Las preguntas que cerraron el § 17 del capítulo anterior no
se formularon sino con el propósito de insinuar algunos de los múltiples supuestos que se esconden en la
filosofía de Husserl. Pero, ¿no es que el fundador de la fenomenología filosofó
con el decidido afán de acabar con rodos los
supuestos y prejuicios absolutamente,[1]
para poder así fundar una filosofía que fuese ciencia estricta, conocimiento
indubitable, absoluto? En efecto, tal fue su intención, y en ese sentido no
hizo sino clarificar y continuar -con una tenacidad y penetración pocas veces
vistas- lo que la filosofía se había propuesto por lo menos a partir de la
época moderna y concretamente a partir de Descartes -por algo Husserl dijo que
la fenomenología podía considerarse un "neocartesianismo". Aclarar
tal propósito, pues, equivale a rehacer la historia de los últimos cuatro
siglos, es decir, la historia interior de lo acontecido a lo largo de ese
lapso. Esa historia está aún por hacerse en el detalle, pero los rasgos
principales de la misma los ha señalado Martin
Heidegger.
En lo que sigue se trata de dar una visión de ello,
relativamente libre, somera y forzosamente simplificada.
a) La
filosofía -y sobre todo la filosofía moderna- pretendió constituirse, no sólo
como saber de lo Absoluto, sino a la vez como saber absoluto, sin supuestos; no
sólo buscó el Fundamento absoluto de todo ente, sino proporcionar también la
fundamentación o justificación absoluta del conocimiento de aquel fundamento, y
convertirse entonces en Saber absoluto. Descartes realiza un descubrimiento de
importancia primordial para este modo de encarar las cosas; porque la
justificación de todo saber tiene lugar en el sujeto pensante -en el ego cogito-, que es a la vez fundamento
seguro e inconmovible. Cierto es que la afirmación de Dios como substancia
infinita y trascendente deja subsistir en el cartesianismo una realidad situada
más allá y por encima del sujeto finito; pero la marcha de la filosofía moderna
muestra cómo la trascendencia divina se convierte en algo cada vez más lejano
para el hombre, hasta que llega el momento en que, como trascendencia, se la abandona sin más: para Hegel, en efecto,
lo Absoluto tiene su "lugar" propio en el hombre mismo en tanto se
realiza en él el espíritu absoluto. Con Hegel, pues, culmina (por uno de sus
lados) lo que Heidegger llama filosofía
de la subjetividad: allí el sujeto alcanza el Saber absoluto de lo Absoluto
mismo, se convierte en lo Absoluto que es el Saber absoluto mismo expresado en
el Sistema absoluto -concluso, perfecto (cf. Cap. XI, § 13). Pero entonces
parece que la filosofía ha llegado a su "fin", o, por lo menos, al
fin de la forma histórica que hasta entonces la había caracterizado.
En este respecto puede decirse que la filosofía ha
experimentado un profundísimo cambio desde la muerte de Hegel (1831) a nuestros
días, lo cual no significa, por
cierto, ni mucho menos, que la filosofía anterior quede así cancelada, sino más
bien que ese cambio -cuya principal expresión se encuentra en Heidegger- nos
debiera enseñar una nueva manera de enfocar esa historia, esa filosofía pasada.
La filosofía hegeliana es de una riqueza y grandeza difícilmente igualadas, de
una audacia y genialidad impares. Pero el hecho es que poco después de su
muerte comienza lo que se ha dado en llamar "el derrumbe de! idealismo
alemán", es decir, el desprestigio del mismo. Ello resultó, en cierto
modo, de la circunstancia de que con Hegel había llegado a su madurez una
determinada forma de filosofía que ya resultaría ocioso reiterar, y sobre todo
a que el hombre europeo fue el que se derrumbó,[2]
es decir, que ya no pudo mantenerse a la altura de la filosofía idealista. Se
decía en aquella época que el idealismo había caído en excesos especulativos y
había falseado los hechos -cuando la verdad era que se carecía de la fortaleza
que requiere toda gran empresa espiritual, y que la mentalidad de la época sólo
tenía ojos para los hechos, mejor dicho, para ciertos hechos, los hechos materiales o naturales. En una palabra,
era la época del dominio del positivismo y del naturalismo (cf. Cap. IX, § 11,
y Cap. XIII, §§ 1 y 5).
Pero se trataba, no sólo de la incapacidad del hombre del
siglo XIX para elevarse al nivel de la auténtica filosofía, sino también de
que, según se adelantó, la manera de entender la filosofía que culmina en Hegel
era una determinada forma histórica
suya que ya no podría repetirse: la filosofía como pensamiento sistemático del
ente en su totalidad y fundamento, como Saber absoluto de lo Absoluto. Por
ello, después de Hegel comienza a buscarse un nuevo modo de filosofar, y ello
ocurre por diversas vías: a partir del hombre entendido como ente corpóreo
concreto (Feuerbach, Marx); la filosofía especulativa reemplazada por la praxis
revolucionaria (Marx); la reducción de todo conocimiento al único que se
considera legítimo, el que proporcionan las ciencias (positivismo); la
filosofía como mera reflexión sobre los supuestos de las ciencias
(neokantismo); y sobre todo la profunda revisión de la historia de la
metafísica y sus supuestos, y el descubrimiento del nihilismo como pérdida de
todo sentido o desvalorización de los valores más altos, por obra de F.
Nietzsche (l844-1900).
No obstante, aquel ideal de la filosofía como saber absoluto
de lo absoluto encuentra todavía su última expresión en Husserl. Sólo que en
tanto Hegel expresaba el sistema perfecto, y por tanto cerrado, con el que se
clausuraba propiamente la historia, Husserl consideraba que toda la historia de
la filosofía anterior a él no era más que la preparación de la fenomenología,
la cual habría de echar por primera vez y definitivamente, el fundamento para
que, a partir de él, y en progreso infinito, la humanidad no hiciera sino
construir el edificio completo de la filosofía. Si Hegel se colocaba al término
de la historia de la filosofía, Husserl se colocaba al comienzo de la época de la filosofía como ciencia rigurosa: porque
el método que le es propio (la reducción fenomenológica) y el territorio así
descubierto (la subjetividad trascendental) representan un punto de partida
absoluto, un saber absoluto y un territorio absoluto ontológicamente. Pero es
aquí, justamente, en el punto de partida, donde su idea de filosofía, la idea
(moderna, al menos) de teoría, termina por chocar contra sus propios límites.
Así la crítica -Heidegger- no vendrá de fuera (como procedían Marx y el
positivismo frente a Hegel), sino de dentro, señalando los supuestos de la
fenomenología misma, es decir, explorando el suelo en que la fenomenología -sin
saberlo- se apoyaba.
b) El
absoluto que la filosofía moderna busca, lo encuentra en la subjetividad; toda aquella metafísica
tiende a referir, reducir y extraer la realidad, en todas sus formas, del
sujeto. La subjetividad es fundamento absoluto y a la vez el lugar de la fundamentación absoluta, según se advierte en
Descartes: el ego cogito no sólo
constituye el punto de partida y la primera verdad cierta e inconmovible, sino
que a la vez toda realidad queda referida al cogito, a sus "ideas", en la medida en que sólo la razón
es fuente de legitimación de cualquier realidad. La razón -humana- se da a sí
misma sus leyes para ello. Y a medida que avanza la historia, esa subjetividad
se la concibe de manera cada vez más incondicionada: el idealismo absoluto
(Hegel) convierte al sujeto en sujeto absoluto, es decir, incondicionado.
En esta misma línea de la filosofía de la subjetividad,
Husserl afirma que ni las cosas singulares ni el mundo poseen independencia (Selbständigkeit), que allí no se
encuentra nada absoluto, sino que todo ello es algo por principio "sólo intencional, sólo para la conciencia".[3]
Lo absoluto es en cambio aquello a que las cosas y el mundo remiten, es decir,
la conciencia pura,[4]
el ego absoluto, el yo puro
trasmundano.- Pero, ¿es en verdad la subjetividad tal fundamento?; ¿es la
subjetividad lo Absoluto?
c) Al
referir todo ente a la subjetividad, la filosofía moderna piensa que la
relación primaria entre el hombre y el mundo, las cosas, es la relación de conocimiento (la relación sujeto
cognoscente - objeto conocido). El conocimiento, la teoría, la pura
contemplación, es como el modelo y fundamento de la relación originaria entre
hombre y mundo. Las ideas son para Descartes las cosas mismas, en tanto
pensadas. Según Spinoza el orden y conexión de las ideas refleja el de las
cosas mismas (cf. Cap. VIII, § 14). Y también para Hegel la actitud filosófica
es puramente teórica, como si el sujeto filosofante se instalase, sub specie aeternitatis, como espectador
imparcial -el autoconocimiento de la idea (cf. Cap. XI, § 14).
De modo semejante, Husserl le otorga la primacía a los actos
intencionales representativos, cognoscitivos (cf. Cap. XIII, § 15, ad finem). La representación es el
fundamento de cualquier otra forma de intencionalidad; porque la valoración,
por ejemplo, supone la percepción del objeto valioso. Y la actitud
fenomenología misma es la actitud de un "espectador
desinteresado", es decir, no interesado por el mundo,[5]
ceñido nada más que a contemplarlo. La reducción fenomenológica no la cumplo yo
como "yo humano",[6]
sino que el espectador es el yo puro, que presume poseer un conocimiento
absoluto: no se trata, en efecto, "de conocimiento humano [meramente],
sino del conocimiento überhaupt",[7] es decir, en términos absolutos.
d) La
teoría, el conocimiento, en los tiempos modernos y en el nuestro, encuentra su
manifestación más prestigiosa en las
ciencias: éstas representan para la época la forma incontrastada del
conocimiento, la perfección del saber -por oposición a la filosofía, mera
aspiración de alcanzarlo, aspiración hasta ahora no lograda. Según lo dicho
(cf. c), pues, la ciencia expresaría de modo ejemplar la relación del hombre
con los demás entes, como conocimiento objetivo y universalmente válido.
Y así parte Husserl de la "idea" o ideal de
ciencia para aplicarlo a la filosofía. Pero entonces Husserl. por una parte, se
limitaba a poner de manifiesto lo que esa idea implica, sin interrogarse por su
fundamento, es decir, por lo que hace posible la actitud científica. Y por el
otro lado daba por supuesto que la filosofía haya de constituirse como ciencia,
sin preguntarse si no será la ciencia más bien un derivado de cierta manera de
entender la filosofía -o si la filosofía es quizá totalmente irreductible al
modo de ser de la ciencia, por moverse en una dimensión radicalmente diferente.
e) La
ciencia opera con la idea de verdad como
coincidencia; el conocimiento es verdadero cuando lo que se afirma coincide con
las cosas a que se refiere (cf. Cap. X, § 2); y esa verdad se atestigua en la
evidencia, es decir, con la presencia misma de la cosa ante la conciencia.
Pero será preciso inquirir por la legitimidad que tal idea
de verdad pueda tener en el campo de la filosofía. Y además preguntar por las
condiciones de posibilidad de tal verdad, pues para que haya evidencia el
objeto deberá mostrarse, aparecer; es decir, habrá que preguntar por lo que
hace posible la presencia del ente. Ahora bien, Husserl no se formuló ninguna
de estas preguntas.
f) Dijimos
que la filosofía moderna termina convirtiendo al sujeto en la realidad suprema.
La historia moderna se caracteriza por la búsqueda de la autonomía del hombre,
quien, a diferencia del hombre antiguo y del medieval, sólo halla la seguridad
en sí mismo, en su razón, en la que reside toda certeza y toda posibilidad de
dominio. En efecto, en él palpita la secreta tendencia a afirmar al sujeto como
la suprema potencia que todo lo domina -o
que, al menos en principio, puede llegar a dominarlo y producirlo todo. La
subjetividad se constituye a sí misma como centro último de toda referencia
frente a un mundo de ob-jetos, es decir, de entes que sólo son gracias a su
referencia al sujeto. Éste contempla la totalidad de los objetos, el mundo,
como un cuadro que le es o-puesto y propuesto, que él mismo se o-pone y
pro-pone -un mundo, entonces, que sólo tiene sentido en relación con el sujeto,
cuya tarea es conocerlo para apoderarse de él, para conquistarlo y someterlo,
para ponerlo a su servicio. La evidencia del conocimiento racional le otorga al
hombre la certeza de la posibilidad de su dominio sobre la naturaleza, y luego
sobre el hombre mismo, pretensión que se realiza en la técnica. Pues lo que la
época moderna llama razón,[8]
no sólo es fuente de conocimiento, sino también instrumento de dominio, herramienta de conquista. Conocer el objeto
mediante la razón, someterlo a las exigencias de la razón, equivale a asegurarse lo conocido, a colocarlo bajo
seguro en la subjetividad -la cual entonces tendrá el objeto bajo su poder, y
dispondrá de él, lo administrará y dominará. La realidad toda queda sometida al
"cálculo" - y "cálculo" es uno de los sentidos de la
palabra latina ratio, "razón"-,
y es en el cálculo donde se hace más patente el carácter "dominador"
de la razón. Piénsese en la física y en la importancia que en ella tiene el
cálculo, hasta el punto de que pueda decirse que a dicha ciencia lo que le
interesa no es tanto saber cómo es la realidad física, cuanto más bien
encontrar las formas más rigurosas de calcularla, de preverla -es decir, de
dominarla.
Esta manera de entender al hombre (la subjetividad) como
capacidad de apoderamiento y dominio, es lo que explica el fenómeno de la técnica. En los comienzos de la época
moderna F. Bacon estableció expresamente el principio fundamental de la
tecnología al afirmar la coincidencia del conocimiento con el poder humanos,[9]
poniendo de relieve la importancia de las aplicaciones prácticas del
conocimiento científico, y al escribir lo que puede considerarse el primer
libro de ciencia-ficción.[10]
Pues en efecto, si bien el mundo antiguo y el medieval dispusieron de diversas
técnicas -y sin técnica ninguna vida humana sería posible-, nunca alcanzaron,
ni remotamente, el desarrollo que comenzaron a adquirir a partir del
Renacimiento, con ritmo cada vez más vertiginoso. Pero sobre todo distingue a
la técnica moderna su estrecha relación con la ciencia; mientras que las
anteriores fueron técnicas empíricas, rudimentarias, la técnica moderna y
contemporánea está impulsada por los conocimientos científicos, y a la vez los
promueve.
Sobre las ventajas de la técnica para la vida humana, así
como acerca de sus peligros (el más notorio de los cuales es el de una
explosión atómica que acabe con la humanidad, o la perfección de los
procedimientos técnicos que permiten dirigir o controlar la vida humana), no
hace falta hablar aquí. Pero si se quiere echar luz sobre este fenómeno, no hay
duda de que ello sólo podrá lograrse buscando sus raíces, vale decir, en el
hombre mismo que, concibiéndose como subjetividad, lo ha engendrado.[11]
2. La filosofía de la finitud
Mas frente a todas las pretensiones de absoluto, la historia
de la filosofía ha puesto también de relieve la condición menesterosa del
hombre. Sócrates -a quien puede considerarse el primer "filósofo de la
existencia"- insistía con su admonición: "Conócete a ti mismo",
es decir, reconoce los límites de lo humano, toma conciencia plena de la finitud del hombre (cf. Cap. IV, § 3).
En un sentido afín, también Kant (cf. Cap. X, §§ 9 y 15) puso de manifiesto el
carácter finito del conocimiento humano. Y la historia, en general, ¿no
describe, al parecer, la relatividad de todas las opiniones, teorías y
valoraciones de los hombres, el cambio e incesante transformación a que está
sometido todo lo humano, sus ideas tanto como sus formas de vida?
Las experiencias del hombre moderno, sobre todo las de
nuestro siglo, parecieran mostrar la ilusión, o, al menos, la ambigüedad, del
"poder" del hombre gracias a la ciencia y la técnica; muestran su
aspecto negativo, destructor, siniestro (del que la bomba atómica es únicamente
el fenómeno más evidente), no menos que expositivo, beneficioso. ¿Qué hay,
entonces, de esa pretensión constitutiva del hombre moderno, la pretensión de
que el hombre posee, en principio al menos, todo el poder, y que toda la
realidad terminará por estar bajo su yugo? ¿Qué hay, siquiera, de su presunta
autonomía?
El hombre moderno y contemporáneo se jacta de poderlo todo,
de ser dueño y dominador de todo y capaz de producirlo todo (al menos en
principio). Y sin embargo el hombre no es
capaz de producirse a sí mismo. Mi existencia, la de cada uno, es un hecho
bruto que se nos impone, que no hemos decidido -porque no se nos ha preguntado
si queríamos existir-, y sobre el cual, por ende, no tenemos poder alguno.
Antes de cualquier decisión nuestra, ya estamos
arrojados a la existencia. De pronto me he encontrado existiendo; me he
encontrado con este hecho bruto, inexplicable: que existo. Hecho que, en este
sentido, es totalmente irracional, impermeable a la razón.[12]
Cuando pregunto: ¿por qué existo?, no puedo decir nada más que: porque sí, es
decir, me tengo que limitar al desnudo hecho de mi existencia. De manera que la
razón -esa potencia que el hombre tanto exalta, y que es el instrumento esencial
de la ciencia y de la técnica-, es incapaz absolutamente de dar cuenta de este
hecho que es cada existencia: la mía, la tuya, la de quien fuera. La noción
filosófica de "existencia", en este sentido, está llamada a acabar
con aquellas pretensiones, con la ilusión de poder absoluto que el hombre se
arrogaba a sí mismo. La filosofía de la existencia[13]
es una filosofía de la finitud, cuyo punto de partida ya no se encontrará en la
subjetividad segura de sí misma y (potencialmente) omnipotente, sino en la existencia
concreta de cada uno, con su carácter intransferible, incierto, fluctuante,
contradictorio, y con todo patéticamente real, dolorosamente imperioso.
La experiencia de la finitud, o aun de la suprema impotencia
del hombre, típica de la filosofía de la existencia, se manifiesta según
diversos fenómenos más o menos equivalentes, próximos o lejanos: angustia en
Kierkegaard (y Heidegger), fracaso en Jaspers, náusea en Sartre, etc. En todos
los casos, y por encima de las enormes diferencias entre unos y otros, se trata
-para decirlo muy someramente- del sentimiento de la soledad, abandono e
impotencia que el hombre halla en la raí/, de sí mismo cuando trata de
pensarse, no partiendo de supuestos extraños -Dios, espíritu absoluto, razón,
esencia genérica, etc.-, sino a partir de sí mismo solamente." [14] bis
Lo que -de una manera por lo demás muy superficial, pero
quizá hoy día inevitable- se llama filosofía
cíe la existencia, abarca puntos de vista muy disímiles, entre los que es
preciso señalar: la "aclaración de la existencia" (Existenzerhellung), o filosofía de la
existencia propiamente dicha, de K. Jaspers: la filosofía cristiana de la
existencia de G. Marcel (1889-1973) y la judía de M. Buber (1878-1965); la fenomenología
de M. Merleau-Ponty (1908-1961); el existencialismo de J.
P. Sartre (1905-1980) y de N.
Abbagnano (n. 1901). No será superfluo señalar dos nombres de la literatura
alemana cuya obra tiene numerosos puntos de contacto con la temática de la
existencia: el poeta R. M. Rilke (1875-1926)
y el novelista F. Kafka (1883-1924).
La quiebra o crisis de la filosofía de la subjetividad, o
-para decirlo de manera más rigurosa quizás- de la forma que la filosofía había
tomado desde sus orígenes en Platón y
se rebeló el pensador danés S. KIERKEGAARD (cf. Cap. VIl, §
4 a), iniciador de la filosofía de la existencia e introductor de esta noción,
reprochándole a Hegel que en este el pensar hubiese olvidado al pensador, al
pensador subjetivo de su infinito interés. En nuestra lengua, y en parte bajo la
influencia de KIERKEGAARD, debe mencionarse a MIGUEL DE UNAMUNO (cf. Cap. VII,
§ 4 a), que destacó vigorosamente al "hombre concreto, de carne y
hueso", como "el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda
filosofía" (cf. especialmente Del
sentimiento trágico de la vida. 1913, del comienzo de cuyo primer capítulo
procede la cita. Obras completas, Madrid,
Vergara-Aguado, 1964, tomo XVI. p. 128). Sobre el pensador vasco puede verse A.
P. CARPIO, "Unamuno, filósofo de la subjetividad" (en La Torre. Rev. de la Univ. de Puerto
Rico, IX, nº 35-36, jul.-dic. 1961, pp. 277-303, y recogido en Páginas de filosofía, Rosario. Facultad
de Filosofía y Letras, 1967, pp. 189-232). En cierto modo al menos, también ha
de incluirse a JOSÉ ORTEGA Y GASSET (1883-1955); cf. El tema de nuestro tiempo (1923), y sobre todo ¿Qué es filosofía? curso de 1929, publicado en 1957, y Unas lecciones de metafísica, curso de
1932-1933, publicado en 1966. En la Argentina es oportuno citar, como
introductor de la filosofía de la existencia, a C ASTRADA (1894-1970), primero
fuertemente influido por Heidegger (Idealismo
fenomenológico y metafísica
existencia!. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1936; El juego metafísica, Buenos Aires. El
Ateneo, 1942), y que luego derivó hacia el marxismo, aunque sin abandonar nunca
por completo el pensamiento heideggeriano (Existencialismo
y crisis de la filosofía. Buenos
Aires. Devenir. 2ª ed. ampliada 1963; Martín
Heidegger, Buenos Aires. Juárez. 1970).
Aristóteles (por lo menos) y que había culminado en Hegel,
ha llevado a una revisión de la filosofía misma, al autoexamen de todos sus
conceptos, esquemas y supuestos, a la confrontación de su idea misma. Sin duda,
la actitud crítica y autocrítica siempre la ha acompañado (cf. Cap. III, §§ 5 y
10), y en tal sentido toda su historia puede bien entenderse como proceso de
continua revisión. Pero hoy ello acontece con profundidad y alcance
inigualados, se está "re-pensando", con la mayor radicalidad.
conceptos como "verdad", "ser", "mundo",
"hombre", "pensar" -que pese a su principalidad habían sido
casi nada más que supuestos para la filosofía pretérita - de manera hasta ahora
desconocida.
La tarea de revisión de la filosofía ocurre ejemplarmente en
el más notable de los filósofos del siglo XX, y sin duda uno de los más
profundos de todos los tiempos: en Martin
Heidegger (1889-1976).
Heidegger no es
filósofo de la existencia -y esto debe quedar claro desde el principio-, porque
si bien recoge motivos de la filosofía existencial, y su obra maestra -Ser y tiempo- está consagrada en gran
parte al análisis déla existencia humana, tal análisis no lo emprende Heidegger
por sí mismo, ni es suficiente para las exigencias de una antropología
filosófica. Por el contrario, tal como se lo establece claramente ya al comienzo
de Ser y tiempo, aquella problemática
de la existencia no constituye la meta de la obra, sino el punto de partida y el camino para la elaboración del único tema que le preocupa: la cuestión
del ser, el problema acerca del sentido del ser en general. Todo otro
tema no es, según su intención, sino previo o preparatorio para la elucidación
de la cuestión del ser (Seinsfrage). Por
ello, además, los análisis de la existencia en Ser y tiempo, y los temas que allí se encierran -angustia, finitud,
muerte, etc.-, no aluden a vivencias o experiencias concretas (como es el caso
en Sartre, v.gr.), sino a estructuras ontológicas, y todo ello siempre en
función de la pregunta por el sentido del ser.
La siguiente exposición de Heidegger se ciñe casi
exclusivamente a Ser v tiempo, y dentro de esta obra a su
primera mitad, de modo que se omiten, o resumen de manera muy simplificada,
temas sin duda esenciales, pero que no podrían abordarse sin abultar
excesivamente estas páginas y sin desarrollos cuya dificultad sobrepasaría el
nivel aquí propuesto. Interesará sobre todo mostrar cómo Heidegger intenta
poner en claro el sentido y la importancia de la pregunta por el ser, y cómo
llega a una idea del hombre más honda que la propuesta por la tradición
filosófica.
3. La pregunta por el ser
El tema persistente y único de toda la reflexión
heideggeriana es el tema del ser. Tal como él mismo lo ha relatado, esta
cuestión comenzó a preocuparle en 1907, cuando era aún estudiante de la escuela
secundaria. La ocasión fue un libro
del maestro de Husserl, Franz Brentano (1838-1917),
titulado De la múltiple significación del
ente según Aristóteles (1862); como epígrafe, figuran allí las palabras:
"el ente se dice de muchas maneras" (cf. Cap. VI, § 3). En aquella
obra, Brentano examina cuidadosamente esos diversos sentidos que Aristóteles
distingue. Pero el joven Heidegger se preguntó entonces:
Si el ente se dice en múltiples significaciones, ¿cuál es
entonces la significación fundamental directriz [de todas ellas]? ¿Qué significa
"ser'".[15]
Es decir, ¿cómo ha de pensarse la unidad de esa
multiplicidad de sentidos? ¿Cómo ha de entenderse el ser mismo, como unidad de
todos ellos?
Pero al punto uno puede creer que se trata de una pregunta
superflua, que se trata de algo ya dicho y repetido mil veces. La filosofa, en
efecto, ¿qué ha hecho, sino ocuparse del ser? Desde sus orígenes en Crecía, la
pregunta fundamental de la filosofía ha sido la pregunta por el ser. Por tanto,
¿qué quiere decir Heidegger?
Heidegger sostiene que en realidad aquella pregunta nunca ha
sido preguntada como tal, que nunca se ha preguntado por el ser mismo, sino que
la filosofía, aunque emplease la palabra "ser", lo ha entendido a
éste siempre como un ente. Por ello
es por lo que, al responder a su pregunta, lo ha hecho señalando, no el ser
mismo, sino un ente, el ente supremo (ens
summum), aquel ente que cada filósofo consideró como la condición y
fundamento de todos los demás. Platón, v.gr., encontró el ser de los entes en
las ideas, y más precisamente, en la idea del Bien (cf. Cap. V, § 8);
Aristóteles, por su lado, lo vio en las substancias, y ejemplarmente en la
substancia que es acto puro, Dios (cf. Cap. VI, § 7); el materialismo lo
encuentra en la materia; Husserl por su parte en la conciencia pura, etc., etc.
Pero las ideas, las substancias, Dios, la materia, la conciencia trascendental son -es decir, participan del ser, son entes, pero no el ser mismo. De
manera que la pregunta, dirigida al ser, ha ido a parar siempre en definitiva
al ente -al ente, y no propiamente al
ser. Lo que se llama "ser"
resulta entonces
aquello que se piensa a
partir del ente como su determinación más universal, y en
dirección hacia el
ente como su fundamento y causa.[16]
Sin duda, la filosofía ofrece una multiplicidad de
interpretaciones del ser, porque al sostener que el ente consiste en la
materia, o en las ideas, etc., al ser mismo se lo está interpretando, así sea
de modo oscuro o implícito; pero a la vez se ha desviado siempre de la pregunta
por el ser en cuanto tal, porque confunde el ser con el ente supremo y así lo
entifica. Puede decirse, pues, que la filosofía no se ha ocupado propia y
temáticamente del ser, sino del ente, y del ser tan sólo de manera tácita, en
cuanto que hablar del ente lleva consigo una inexpresa "idea" del
ser.
Sin embargo, no son
lo mismo: el ente y el ser. Y hasta ahora la filosofía no se ha ocupado del ser
como tal en su diferencia respecto del
ente, no ha pensado la diferencia
ontológica o, simplemente, "la"
diferencia: entre lo que es, el ente, de un lado, y el ser, del otro. No se
ha pensado aquello que a la vez une y separa a estos dos: ser y ente. Porque
ambos son diferentes, desde el momento en que uno es el ente, y el otro, el ser, no es ente, sino lo que hace ser al
ente y por ende es lo diferente o lo otro
respecto del ente.[17]
Esta circunstancia, según la cual la filosofía no ha pensado la diferencia, el
hecho de que no piense el ser en tanto
ser y así lo confunda con el ente, a esto lo llama Heidegger el olvido del ser (Seinsvergessenheit).
Este olvido del ser no es algo tan simple como pudiera
parecer a primera vista, ni remediable con unas pocas palabras. Es un
"des-cuido" o "in-curia" (cf. más adelante, § 17) de la que
no sólo la filosofía padece, sino constitutivo de la existencia cotidiana, del
hombre en sus actitudes corrientes (cf. § 16). Ser y ente son diferentes, pero
se los confunde constantemente porque sólo nos interesan los entes y su dominio
(técnica), y no se repara entonces en que son,
no reparamos en su "ser". La filosofía llega inclusive a
"justificar" la omisión de la pregunta por el ser (justificación que
es una forma de aquel olvido) argumentando, por ejemplo, que la noción de
"ser" es tan general y vacía que de ella nada puede decirse (cf. Cap.
XI, § 7), y que hay que volverse hacia lo único que propiamente
"hay", esto es, los entes (N. Hartmann) o los hechos (positivismo).
Con iodo, hay en la metafísica, a través de la multiplicidad
de formas de entender el ente supremo, una común manera implícita de comprender
el ser: el ser como constante presencia. A
diferencia de las cosas sensibles que devienen sin cesar, las ideas son para
Platón lo que siempre es, lo constantemente presente. Y lo mismo ocurre con el
acto puro, o la materia de los materialistas, o la conciencia en cualquiera de
las formas que pueda tomar el idealismo. La misma palabra griega ousía significa "presencia".[18]
Pero "presente" es una determinación temporal. Por ende, esto
significa que la filosofía ha pensado implícitamente el ser a partir de un
determinado modo del tiempo (a pesar de que toda la metafísica, casi sin
excepciones, consideró el tiempo y lo temporal como rasgo de lo perecedero e
inesencial). Entonces, ¿no será el tiempo el sentido del ser? ¿Qué relación
hay, pues, entre el ser y el tiempo? Estas preguntas aclaran el título Ser y tiempo.
Plenamente consciente de la historia que tenía detrás y que
se remonta a la antigua Grecia, acuciado por la diferencia ontológica y por la
no-pensada relación del ser con el tiempo, Heidegger empeñó todo su esfuerzo de
pensador, simple y solamente, en plantear de manera radical y explícita la
pregunta por el ser, en que consiste el origen propio del filosofar: la
pregunta por el ser mismo, y en su diferencia con los entes; la pregunta por el
ser en su "verdad". Por ello pudo escribir:
En el tratado Ser y
tiempo la pregunta por el sentido del ser, por primera ve/, en la historia
de la filosofía, se plantea propiamente y se desarrolla en tanto pregunta.[19]
4. Importancia de la pregunta. La comprensión
del ser
Sin duda, tal como se ha formulado la cuestión, bien puede
parecer que el tema de Heidegger sea tema exclusivamente "académico",
el tema de un erudito o especialista, cuestión que, en el fondo, carecería de
todo interés e importancia más allá del círculo de sus propias reflexiones.
Porque, en efecto, ¿qué es esto de preguntar por el ser? ¿No es acaso que el
objeto de esta pregunta -el ser es nada más que una abstracción que nos
formamos a partir de los entes, y abstracción tan "abstracta", si así
podemos decir, tan general y vaga, que a fuerza de serlo se convierte en un
concepto enteramente vacío? ¿No es e. ser puro el vacío conceptual, según señaló
Hegel (cf. Cap. XI, § 7)? ¿No será esto del ser nada más que una mera palabra,
según sostienen los empiristas, para los cuales lo único que "hay"
son los hechos, y no por cierto el ser (cf. Cap IX, Secc. II, § 5)? Quizá no
sea casualidad, entonces, que esta pregunta por el ser se haya trocado, a lo
largo de la historia de la filosofía, en la pregunta por el ente. Porque ésta
sí parece una cuestión plena de sentido: la de saber si todo se reduce a la
materia, o a Dios, o las ideas; en tanto que preguntar por el ser, sería no más
que estéril invención de la curiosidad erudita o extravagante de
"profesores" desocupados.
Nosotros, los que vivimos en esta época, tenemos urgencias
históricas muy concretas, peligros y problemas que nos acosan tenazmente en todos
los órdenes: sociales, económicos, políticos. Por ello queremos estar cerca de
la vida, libres de fantasmas abstractos, desembarazados de cualquier "más
allá" más o menos fantástico. Queremos estar inmersos en la realidad, en
esta realidad tan trágica y tan desgarradora que nos ha tocado. Entonces, ¿para
qué ocuparnos con el ser, tan luego? Mientras millones de seres humanos viven
en condiciones infrahumanas o mueren en guerras pavorosas, ocuparse del ser,
¿no es ofensivo, una impertinencia, una insolencia?
No obstante, contra todo lo que pueda parecer, la pregunta
por el ser representa el empeño más serio que el hombre pueda acometer -y
además el único que (al menos ele modo tácito) jamás puede omitir. Las más
gigantescas fábricas automatizadas con que el hombre se vanagloria de la
técnica creada por él, pero también el afán del labrador que ara el surco y la
del poeta que trabaja el lenguaje -nada de esto, y en general nada de lo que el
hombre hace y es en tanto hombre, sería posible si en cada caso no se diera,
como fundamento, una cierta comprensión del ser, es decir, si no hubiera ser y
éste no fuera comprendido en cada caso de alguna manera.
Heidegger escribe:
Ente por todas panes y siempre a discreción. Por cierto.
¿Pero de dónde sabemos que todo esto que aducimos y enumeramos con tanta
seguridad es en cada caso ente[20]
Sin duda, no nos encontramos jamás sino con los entes;
nosotros mismos somos entes, y lo es todo aquello que nos rodea: las plantas,
los útiles, las tareas, las montañas, el prójimo. Y sin duda
"sabemos" que son entes. Pero para que sepamos que todo ello es
"ente", es decir, para que sepamos que todo ello "es" (o
"fue" o "será"), es preciso que de algún modo, por más
oscuro que sea, "sepamos" ya qué
quiere decir el "es", es preciso que ya sepamos qué significa
"ser".[21]
Podemos dudar acerca de si un ente determinado es o no es, y podemos
equivocarnos acerca de si es así o no lo es; pero para ello es forzoso que
distingamos entre ser y no-ser, es decir, es preciso que de algún modo comprendamos
el ser. Por tanto es necesario convenir en que comprendemos el ser. Si no lo comprendiéramos no podríamos saber ni
decir que tal o cual cosa "es", o "es así", etc.; ninguna
de estas expresiones tendría sentido, ni las habría, ni habría ninguna otra
expresión en general; desaparecería todo lenguaje,[22]
y el hombre mismo sería imposible.
Todos distinguimos con seguridad y claridad (aunque en
diversos grados de conceptualización) los diferentes géneros de entes sin
confundirlos: las cosas inanimadas, los entes vivos, los hombres, los dioses,
los números, etc. Y lo importante es que todo
comportamiento del hombre depende del
"ser" del ente de que se trate: pues su actitud varía según se
refiera a otro hombre, o a un dios, o a un paisaje, o a un negocio, o a un
martillo, o a una sinfonía, y el
comportamiento difiere porque cada uno de estos entes tiene una diversa
forma de "ser", porque es diverso el "ser" respectivo.[23]
De modo que sin la comprensión del ser no podríamos, en absoluto, comportarnos
con respecto a los entes tai como nos comportamos.
Hay que advertir (cf. más adelante, § 12) que la
"comprensión" o "comprender" de que se está hablando no es
cosa ninguna "intelectual". En el sentido en que emplea el término,
Heidegger pudo decir que si no "comprendiésemos" qué "es"
un útil (es decir, cuál es el "ser" de los útiles), "no
podríamos abrir una puerta".[24]
El carpintero que emplea sus herramientas sólo puede valerse de ellas porque
"comprende" el "ser-útil" (la utilidad) de sus
instrumentos, lo cual no implica en manera alguna que pueda formular en
palabras tal comprensión, ni siquiera que se haya planteado jamás tal pregunta;
que "comprende" el "ser-útil" del martillo significa
simplemente que lo emplea del modo adecuado, conforme al sentido que el útil
tiene, sin confundirlo con otros entes -como, v.gr., con una flor o un poema.
Digamos -aunque ello no sea del todo exacto- que "ser" equivale a
"sentido". El hombre, entonces, se singulariza porque se comporta
respecto de los entes sobre la base del "sentido" que le otorga a los
mismos, es decir, dice qué son los
entes y se comporta según ello; así por ejemplo, el sol.
Para los griegos más antiguos, el sol era el dios Helios que
todas las tardes se sumerge en el Océano. Más tarde el sol es un disco, luego
una esfera que se mueve en torno de la tierra. Y pronto cae también esta
concepción, y ahora la tierra se mueve alrededor del sol. Y por último: este
sol con su sistema de planetas no es más que uno entre muchos otros sistemas.[25]
Para el agricultor el sol no es propiamente nada de todo
esto, sino un factor más en su tarea y con el que debe contar. Y también es
diferente el sol de quien se deja embargar por el encanto estético del
amanecer. En cada caso el sol "es" algo diferente, su ser o sentido
queda determinado de manera diversa, pero lo decisivo es que siempre forzosamente aparece con un
determinado "sentido", según un determinado "ser".- Si cada
hombre es un poco diferente de los demás, y muy diferente del hombre de otras
épocas y culturas, ello ocurre justamente porque es diferente la respectiva
comprensióndel-ser. Sólo puede haber técnica, v.gr., porque la
comprensión-del-ser del hombre moderno lo permite.
De la manera cómo cada hombre y cómo cada época histórica
comprenden el ser dependen en definitiva todas las decisiones fundamentales que
tejen la existencia humana; porque sólo sobre la base de la comprensión-del-ser
puede el hombre entrar en relación con los entes, y concebirlos, y manejarlos,
y sufrir y luchar con los entes. En este sentido el ser nos domina, nos
de-termina, nos hace ser lo que (en cada caso) somos.
Puede decirse entonces que el ser es algo así como la
"luz" (metafóricamente hablando) gracias a la cual el hombre puede
"ver" (es decir, tener acceso a) los entes, incluido el ente que él
mismo en cada caso es. Según cómo el hombre comprenda el ser y las diversas formas
de ser, así resultarán comprendidos los entes en totalidad, y entre ellos el
hombre mismo. Ello no ocurre de una sola manera, sino según diversas
variaciones fundamentales, que constituyen las grandes épocas históricas o
culturas, dentro de las cuales cada individuo aporta su especial matiz.
Por lo tanto, con esta palabra "ser",
aparentemente tan inocua, en realidad se juega en cada caso nuestro destino
personal e histórico, porque en cada caso somos
nuestra comprensión del ser y la de la respectiva época y cultura en que
vivimos. Así nuestra época, la época de la técnica, la época atómica, es la
época en que el olvido del ser llega a su extremo, la época en que el hombre
sólo se preocupa por los entes (o, mas rigurosamente, por los objetos), se considera
a sí mismo como un objeto más y sólo se interesa por los medios de asegurar su
dominio sobre los entes, por el modo de operar con los entes (técnica). Ello no
es sino la expresión extrema del olvido del ser en provecho del ente, de los
objetos. Y ello muestra cómo sólo la pregunta por el ser puede aclarar el
sentido de una época histórica.
La comprensión-del-ser
(Seinsverständnis), pues, es el fundamento del hombre. Mas ocurre que por
lo pronto y en general esta comprensión-del-ser se encuentra tácita, no es
clara ni conceptual, sino vaga, inexpresa, y por ello se la llama comprensión preontológica, por oposición a la ontoíógica en sentido estricto, que es
aquella que se despliega en el plano del concepto (cf. Cap. III, § 8).
El ser, por ende, no es invención ni fantasma verbal, ni
tema de ociosa meditación; por el contrario, en él está la raíz del hombre y de
todas sus creaciones. Y en la medida en que la comprensión-del-ser (aunque p-.r
lo pronto sea algo simplemente vivido y no propiamente pensado) constituye la
"esencia" del hombre, formular de manera expresa la pregunta por el
ser, tematizar y explicitar la cuestión-del-ser, filosofar, es ni más ni menos
que la radicalización de la esencia del hombre. Este, en efecto,
es el ente que en cada caso ya en su ser se conduce respecto
de aquello por lo cual se pregunta en
esta pregunta. La pregunta-por-el-ser no es pues, empero, otra cosa sino la
radicalización de [...] la comprensión-del-ser preontológica.[26]
La actitud de Heidegger frente a la filosofía anterior
podría entonces describirse como especie de paso hacia atrás, como retroceso en
busca del fundamento oculto de toda la metafísica; lo que él mismo llama
"destrucción de la historia de la ontología".[27]
En efecto, el ser, lo que "hace" que haya entes y los haya tales o
cuales, se ha alumbrado o mostrado en cada caso de diferente manera: en Platón,
como idea; en Aristóteles como acto; en Hegel como Espíritu absoluto; en
Husserl como conciencia pura, etc. En cada uno de estos casos se trata de una "figura" con que el ser se
muestra, pero no del ser mismo. Y lo
que Heidegger intenta es preguntar por eso que se ha alumbrado en cada caso de
diferente manera, y de un modo del que el hombre no dispone; pensar eso a cuya
luz se muestran en cada caso los entes, pero que ello mismo ya no es ente, sino
justamente el ser.
El hombre, por necesidad de su esencia, comprende el ser, lo
interpreta en cada caso, y ésta es la condición merced a la cual los entes se
le hacen accesibles. No puede escapar a la necesidad de interpretarlo siempre
en cierto sentido -como sujeto, como materia, como Dios... Pero entonces, ¿qué
significa este algo tan fundamental que no puede dejar de ser comprendido, que
en cada caso -en cada hombre, en cada época- es efectivamente interpretado, y
que tiene la curiosa característica de que en cada caso se lo interpreta de
modo diferente? ¿Qué es el ser?
Por ende, la pregunta por el ser no quiere constituir una
simple reiteración de lo que la metafísica ha preguntado y a su modo respondido,
sino que apunta hacia la condición a
priori de toda metafísica. Lo que Heidegger busca no es una nueva
determinación del ser, señalar una nueva figura suya (decir que el ser es esto
o lo otro, la materia o el espíritu, o la voluntad de poderío, o lo que fuere);
sino que busca aquello a partir de donde puede entenderse todo esto. Su
pregunta no es temática, sino trascendental; se trata de saber qué significa el
ser como "condición de posibilidad" (cf. más adelante, § 20, y nota
236).
5. Punto de partida y método
Ahora bien, para elaborar la pregunta que interroga por el
sentido del ser es preciso ante todo fijar un punto de partida. El ser "es
siempre ser de un ente".[28]
Pero hay muchos entes, y son diversas sus especies; ente es la casa, la
piedra, el número, la máquina, los dioses, el poema; el ser se encuentra en la
esencia (ser-así) y en la existencia (ser-que), en la realidad y en la
posibilidad, en el ser-válido, etc. Entonces, ¿hacia dónde dirigir la pregunta
por el ser?
¿En qué ente debe leerse el sentido del ser, de qué ente
debe tomar su punto de partida el proceso que nos abra el ser?[29]
Las consideraciones anteriores (§ 4) ya lo han anticipado.
Hay un ente que se distingue de todos los demás y al que hay que dirigirle la pregunta:
ese ente somos nosotros mismos, los que preguntamos por el ser. El hombre es el
ente que comprende el ser, y por ello es el ente que hace posible la pregunta;
su privilegio frente a todos los demás entes reside justo en la
comprensión-del-ser. De manera que no habría problema del ser, no habría
filosofía, si no hubiese hombre -la filosofía, que es un menester que no
cumplen ni las bestias ni los dioses, sino sólo el hombre -el hombre, es decir,
el ente que se distingue por la comprensión-del-ser.
En cuanto al procedimiento a emplear, éste será el método fenomenológico, que Heidegger
toma de Husserl, aunque con importantes modificaciones que significan, en
definitiva, su radicalización.
En efecto, la fenomenología había nacido con el imperativo de
ir "a las cosas mismas" (cf. Cap. XIII, § 2),[30]
divisa dirigida contra toda filosofía especulativa o constructivista. Sin
embargo, tal vuelta a las cosas mismas quedó trabada en Husserl por supuestos
de carácter idealista, fue una filosofía de la "subjetividad" (cf. §
1), y por tanto, esos supuestos comprometían a la fenomenología con una
determinada "posición" o "tendencia" filosófica. Heidegger,
en cambio, entiende que el de "fenomenología" no es sino el concepto de un método.[31] Esto solo señala ya una profunda
discrepancia con su maestro.
Qué deba entenderse por "fenomenología", lo
explica Heidegger mediante un análisis de la palabra misma. Ésta es un
compuesto de dos términos griegos:
(φανοµενον (phainómenon)
y λογος (logos). La palabra
"fenómeno" suele significar en filosofía lo "aparente", las
"apariencias", por oposición a lo que realmente es, al noúmeno (cf.
Cap. X, § 13). Heidegger rescata su sentido originario, recordando que ese
término proviene del verbo (φαινω
[pháino], emparentado con φως [phoos],
"luz"), que significa mostrar, poner o sacar a la luz. E
interpreta entonces "fenómeno" como "lo que se muestra en si mismo, lo patente".[32]
Entendidos de esta manera, los fenómenos son "la totalidad de lo que está
o puede ponerse a la luz, lo que los griegos identificaban a veces simplemente
con τα οντα [ta onta] (los
entes)."[33]
Por otro lado, la palabra λογος, según ya se dijo (cf. Cap.
II, § 3), tiene diversas acepciones: razón, juicio, concepto, definición,
fundamento; pero ante todo, y como condición de aquéllas, logos significa "habla" (Rede), lenguaje (cf. más adelante, § 15), en el sentido de que el
habla (cuando dice la verdad) hace patente aquello de que se habla, permite
verlo tal cual es. La función propia del logos
"consiste en el permitir ver algo mostrándolo".[34]
En consecuencia, la expresión "fenomenología"
querrá decir: "dejar ver por sí mismo lo que se muestra, tal como se
muestra por sí mismo".[35]
Con todo esto, sin embargo, no se ha hecho más que fijar el
concepto formal de fenómeno; no se ha dicho cuál es el concepto
"fenomenológicc' de fenómeno. Porque, en efecto, ¿qué es lo que la
fenomenología debe primordialmente "dejar ver", es decir, qué es lo
que en sentido eminente ha de llamarse "fenómeno"?
Con evidencia, aquello que inmediata y regularmente justo no se muestra, aquello que, frente a lo
que por lo pronto y por lo general se muestra, está oculto, pero que al par es algo que pertenece esencialmente a lo
que por lo pronto y por lo general se muestra, de tal suerte que constituye su
sentido y fundamento.[36]
Eso que se muestra sin que por ello se muestre
explícitamente,[37]
hasta tal punto que
"se olvida y no se pregunta por él ni por su
sentido"[38]
- es el ser (según se señaló, § 3).
El ser es el fenómeno por excelencia: porque
es como el "movimiento" gracias al cual los entes vienen a
manifestarse, gracias a lo cual "aparecen", se hacen presentes y se
mantienen siendo; aquello por lo cual los entes son. Por lo tanto:
Fenomenología es la forma de acceder a lo que debe ser tema
de la ontología, y la forma mostrativa (ausweisende)
de determinarlo. La antología sólo ex
posible como fenomenología. El concepto fenomenológico de fenómeno entiende
por "lo que se muestra" el ser de los entes, su sentido, sus
modificaciones y derivados.[39]
Ya se sabe además que el análisis deberá orientarse hacia el
hombre. Ahora bien, también el hombre es menester que se haga patente tal como
es, y por lo tanto habrá de aplicársele el método fenomenológico. La analítica
del hombre, en cuanto constituye el punto de partida para la cuestión del
sentido del ser, es una "oncología fundamental". La analítica de la
existencia tiene la forma de la interpretación; por este lado, la fenomenología
será una hermenéutica existenciaria,[40]
es decir, una "interpretación" de la existencia humana.
6. Primera aproximación al Dasein
El punto de partida elegido, entonces, es el ente que
"somos en cada caso nosotros mismos",40 el ente que tiene, entre otras posibilidades, la
posibilidad del preguntar, y en especial de preguntar por el ser. Ahora bien:
Este ente que somos en cada caso nosotros mismos y que tiene
entre otros rasgos la posibilidad-de-ser del preguntar, lo designamos con el
término Dasein.[41]
Esta palabra "Dasein"
[pronúnciese "dásain"] no la emplea Heidegger por casualidad. Por
el contrario -y ésta es una de las características de su estilo-, está elegida
con el mayor cuidado, con extraordinaria precaución, y es preciso desde el
primer momento prestar atención a sus principales matices y referencias. Ante
todo conviene observar que la palabra "Dasein"
no es un término técnico de la filosofía, sino un vocablo extraído del
lenguaje de la vida diaria:[42]
en el alemán cotidiano y en sentido verbal equivale a "estar",
"haber" o "existir", y como sustantivo significa
"presencia", "vida" o "existencia" en el sentido
más amplio y general; así la frase "Kampf ums Dasein" se traduce por
"lucha por la vida", o "lucha por la existencia".
Literalmente, Dasein equivale a
"ser-ahí",[43]
pero si bien es ésta una transcripción correcta, tiene el inconveniente de que
es una expresión enteramente artificial que no aparece en el español usual y
que por ende no tiene en éste propiamente ningún signficado. Por ello es
preferible dejarla sin traducir.
Heidegger le otorga al término Dasein un sentido "técnico" en su vocabulario, sentido
cuya riqueza de matices sólo puede apreciarse adecuadamente a lo largo de la
exposición de su pensamiento. Por lo pronto, no se trata de un simple
equivalente de "hombre" (aunque en lo que sigue los demos como
sinónimos), sino que más bien señala el fundamento del hombre,[44]
el núcleo último de su ser. Pero -se dirá-, ¿por qué emplea Heidegger este
término? La explicación más inmediata es (relativamente) sencilla. El hombre,
en efecto, es el "lugar" (metafóricamente hablando)-el
"ahí" (Da)-donde el "ser" (Sein) se manifiesta, puesto que el hombre es comprensión-del-ser.[45]
Cualquier otroente simplemente es; el
hombre, en cambio, se caracteriza porque es ontológico[46]-
o mejor dicho, por lo pronto pre-ontológico-: "La comprensión-del-ser
es ella misma una determinación ontológica del Dasein.”[47] Dicha comprensión no debe entenderse
como un acto o determinación o característica particular entre otros, sino que
constituye el ser del hombre; por
ello el fundamento de éste se llama Da-sein.
Conviene esbozar una presentación esquemática de la estructura
del Dasein, aunque en primera
instancia ello resulte poco más que una serie de palabras; se procede de esta
manera para no perder de vista que se trata de una estructura cuyos miembros
son íntimamente solidarios y que es preciso por tanto tener presente de
continuo.
El Dasein o
ser-ahí se caracteriza fundamentalmente por la "existencia", esto es, por la relación-al-ser; no tiene
un ser acabado, no es algo hecho o concluido, sino algo que cada uno, en cada
caso, se tiene que hacer; es una tarea. Entonces, el Dasein es encada-caso-mío, es
siempre alguien concreto, digamos, una "persona".
La ec-sistencia, el carácter "abierto" del hombre,
significa que el Dasein no puede
entenderse como sujeto aislado, a la manera del yo pensante cartesiano
encerrado en sí mismo con sus propias cogitationes.
Por el contrario, el Dasein es ser-en-el-mundo. Esto, el
ser-en-el-mundo, constituye una estructura compleja en la que el análisis
distingue varios factores; el mundo, el "en" que liga Dasein y mundo, y el "quién"
que es en el mundo. El término "mundo", tal como aquí se lo emplea,
no ha de confundirse con otras nociones como la de universo (o
"cosmos". como ahora suele decirse para aludir al universo natural,
especialmente astronómico), sino que tiene sentido humano, histórico, como
cuando se dice: "el mundo de Cervantes", o "el mundo del
Renacimiento, a diferencia del mundo del siglo XX". Afirmar que el hombre
es ser-en-el-mundo es como decir que ni hay hombre sin mundo, ni mundo sin
hombre.- El "en" del
ser-efi-el-mundo. es decir la relación entre hombre y mundo, está constituida
por la disposicionalidad -la circunstancia de que el hombre está yecto como un
ente en medio de los entes, cautivado por ellos. sintiéndose entre ellos-, el
comprender -por el cual se proyecta hacia sus posibilidades-, y el habla (o
lenguaje) como articulación de los dos anteriores momentos- En cuanto el Dasein está lanzado en-el-mundo, tiene
que realizar su existencia en necesaria referencia a las cosas (dependencia
referencia!), por ejemplo, utilizando el lápiz o tomando el ómnibus. Así ocurre
que el hombre tiende a comprenderse a sí mismo como si su ser fuese el mismo
modo de ser que el de las cosas; tal tendencia del hombre a comprenderse según
el modo de ser de entes que no son como él, dominada por el "uno", la
llama Heidegger "caída".
El estado-de-yecto (facticidad), el comprender
(existenciariedad) y la caída, considerados como elementos de una estructura
única, constituyen el ser del Dasein, ser
que Heidegger denomina Snrge, termino
que puede traducirse por cura (en el
sentido de preocupación o cuidado por algo).
El siguiente diagrama puede servir como orientación:
Dasein = existencia, relación -al-ser
cura
7. Las determinaciones fundamentales del Dasein
Heidegger comienza la analítica del Dasein[48] señalando que "el ser de este ente
es en-cada-caso-mío" y
caracterizando ese ser como existencia
(Existenz).
La "esencia"
(Wesen) del Dasein se funda en su existencia (Existen:.).[49]
Se adelantó ya que el hombre se distingue por la
comprensión-del-ser, y que por eso se lo llama "Dasein". El hombre es el ente que se comporta respecto
de sí y de todo ente en general sobre la base de la previa comprensión del ser
de los entes; en otros términos, es el ente que se pre-ocupa del ser, de manera
que la relación respecto del ser -la comprensión-del-ser (Seinsverständnis)-constituye su estructura ontológica. El término
"existencia" (Existen:) señala
esa relación-al-ser que constituye el ser del hombre; indica que el Dasein no
es un ente cerrado en sí, sino esencial "apertura" al ser (y, por
tanto, a los entes en general, incluido el ente que en cada caso él es). Por
ello en posteriores obras suyas Heidegger escribirá Ek-sistenz, "ec-sistencia", para poner de relieve ese
carácter de abierto del hombre.[50]
Heidegger, entonces (siguiendo a Kierkegaard), emplea el
término "existencia" en un sentido que no es el usual, ni tampoco el
que le ha otorgado la mayor parte de la tradición filosófica. Para ésta,
"existencia" se refiere al mero "hecho" de que algo
efectivamente se da, y así se dice, v.gr., que los elefantes existen. En cambio
no existen ni las sirenas ni los dragones; tenemos concepto de ellos (es decir,
pensamos su "esencia"), pero no hay ni dragones ni sirenas, y de modo
semejante el ateo sostendrá que Dios no existe. En cualquiera de estos casos se
dirá que la "esencia" respectiva (sirena, dragón. Dios) no está
realizada, mientras que sí se realiza la esencia "elefante"; la
"existencia" es entonces, en este sentido, la realización de una
esencia.
Heidegger establece una rigurosa diferencia entre el ser del
Dasein -que es la "existencia"-, y el ser de los entes que no son el Dasein (como las piedras, los
animales, los útiles, etc.), fundamentalmente el ser de las cosas, de las substancias, y a este ser lo llama Vorhandenheit (en sentido amplio) y también
"realidad" (Realität), puesto
que se refiere a las "res" (en latín, "cosas"). Vorhandenheit (que en alemán corriente
equivale a "existencia" en el sentido tradicional) puede traducirse
mediante la expresión interpretativa "ser-ante-los-ojos" (según hace
J. GAOS): se trata del modo de ser de los entes que están simplemente dados y
presentes ante la actitud puramente teorética o contemplativa, los
"objetos" del puro conocimiento; por ende, ese término equivale a
subsistencia o substancialidad, "cosidad", ser-objeto. Pues bien, la Vorhandenheit fue, con diversas
variantes, el modelo bajo el cual |a
filosofía a lo largo de toda su historia, pensó el ser del ente, de todo ente, incluyendo al hombre. Según
Heidegger, desde las ideas platónicas hasta la praxis y la naturaleza marxistas
o el sujeto trascendental de Husserl, se repite la misma tesis: "ser"
equivale a "objeto", "ser-ante-los-ojos",
"presencia" (Anwesenheit),
ουσια.
Pero como el ser del hombre no es "cosa", no es "substancia", no es nada
cerrado en sí, sino salida de sí en la relación-al-ser, Heidegger reserva el
término "existencia" (Existenz)
exclusivamente para designar el ser del hombre, el modo cómo es el Dasein. Entonces podrá decir que sólo el hombre "existe". Las
piedras, los animales, etc., "no existen",
lo cual, como es obvio, no quiere decir que no los haya, sino que su modo de
ser no es el "existir" como relación-al-ser; su forma de ser, por el
contrario, es el "ser-ante-losojos":
el ente es un quién (existencia)
o un qué {Vorhandenheit en el sentido
más
amplio).[51]
Puesto que el Dasein lo somos en cada caso nosotros mismos,
parecería que fuera algo perfectamente conocido, y por tanto superfluo su
examen. Sin embargo no es así, porque padecemos de una incoercible tendencia a
interpretarnos según la forma-de-ser de las cosas, a creer que "ser"
significa lo mismo cuando se habla del ser del hombre y del ser de las cosas.
Esta torcida tendencia es un fenómeno capital de la existencia misma. que
deberá ser tema de análisis (cf. § 16). Y a tal propensión no escapó tampoco la
filosofía, porque en la medida en que para ella "ser" significaba
"ser-ante-los-ojos" o "ser-cosa", consideró siempre al
hombre como cosa u objeto. Y cuando lo negaba (como sucede en Kant o en
Husserl), no fue más allá de la negación, es decir, fue incapaz de llegar a un
concepto positivo de ese ser, limitándose a señalar que no era cosa, pero sin establecer concreta y afirmativamente qué
fuera ese no-ser-cosa. De allí la necesidad de la analítica existenciaria. y de
allí también las dificultades de la misma y de su terminología, dado que tiene
que moverse en un territorio al que son radicalmente ajenos los conceptos y
expresiones corrientes, tomados en general del mundo de las cosas. Para pensar
al Dasein adecuadamente requiérense, pues, conceptos distintos de los que hasta
ahora ha empleado la filosofía, y que eran conceptos para una ontología de las
cosas -no para una ontología del hombre como existencia.
De acuerdo con estas discriminaciones, debe distinguirse las
categorías y los existenciarios. Las primeras son los (conceptos de los) caracteres
ontológicos de los entes que no son el Dasein. Los existenciarios (Existenzialien) son los propios de los caracteres
ontológicos del Dasein. "Existenciarios y categorías son las dos
posibilidades fundamentales de caracteres-de-ser".[52]
La comprensión-del-ser acontece en un ente, en el Dasein. Pero como se trata de una referencia al
ser, es decir, no al ente mismo sino a algo que ya no es ente, esa relación es
como un "ir más allá" del ente, sobre-pasándolo, tras-pasándolo o
trascendiéndolo. La existencia es entonces trascendencia
-donde esta palabra, "trascendencia", pone de relieve el carácter
"dinámico" de la relación al ser, el "movimiento" que va de
los entes hacia el ser.[53]
Esa referencia no hay que imaginarla, empero, como si allí
se tratara de dos "cosas" -el hombre, por un lado, y el ser, por el
otro-, que luego entrasen en relación; sino más bien que el Dasein mismo es esta relación. No hay hombre sin
relación al ser, ni ser sino en la comprensión-del-ser. "El hombre no es antes de la relación, pues se
constituye en ella. Fuera de ella no se puede hablar del hombre en cuanto
hombre. Ella es el protofenómeno en el ser humano. El hombre puede aparecer
como hombre únicamente dentro de ella. Y dentro de ella solamente puede trabar
la relación con los entes, pues sólo en relación con el ser se constituye un
ámbito para el hombre en el cual los entes se hacen presentes y pueden
convertirse en lo frontero del hombre".[54]
Repetimos: la relación-al-ser (la comprensión-del-ser) sólo
es propia del hombre. En tanto que los demás entes (piedras, animales, etc.)
simplemente son, el hombre desarrolla una relación con su ser (ser que es la
existencia, la comprensión-del-ser) y con el ser en general; esa relación es la
comprensión-del-ser misma, la existencia. Y por serle exclusiva, puede decir
Heidegger que tal relación la tiene el Dasein en su ser: "En el ser de este ente [es decir, en su existencia]
se comporta o se refiere éste [el Dasein] mismo respecto de su ser",[55]
respecto de la existencia. Sólo hay ser en la comprensión-del-ser. Y si también
los demás entes, las cosas por ejemplo, tienen relación al ser, esa relación
les es adjetiva, por así decirlo, no está en las cosas mismas sino en el
ec-sistente que las pone en relación con el ser; la relación les viene porque
hay Dasein que determina el ser de los entes.[56]
El Dasein entonces se distingue porque "a este ente en
su ser le va este ser mismo",[57]
es decir, que en su ec-sistencia (en su relación-al-ser) le importa o concierne
esencialmente la relación-al-ser (su ser, su ec-sistencia), le preocupa y está
en juego tal relación. A los demás entes, en cambio, no "les va", no
les importa, digamos, aquella relación, puesto que no depende de ellos ni ellos
"saben" nada de dicha relación (su ser ni siquiera puede decirse que
les sea indiferente). Al Dasein le va su ser porque él es relación-a-su-ser, porque se refiere o se conduce respecto del
ser. Su ser, la existencia (relación-al-ser), es en cada caso suyo.
Si ese ser suyo le preocupa, ello ocurre porque la
ec-sistencia (la relación-al-ser) no es nada fijo, como el ser de los demás
entes, establecido por su respectiva esencia; sino que el ser del Dasein es una
relación (la relación-al-ser) a la que ha sido entregado o abandonado como su
propio existir,[58]
de modo tal que el Dasein tendrá que comprenderse siempre a sí mismo de una u
otra manera posible. En este sentido, la existencia equivale a la relación del
Dasein con sus posibilidades, y es un
"negocio", por así decirlo, de cada uno. Por ello lo determina
Heidegger al Dasein como "
en-cada-casomío" (Jemeinigkeit), porque este ente soy yo, o tú, o
Fulano; es decir, se dirige a sí mismo como "yo", y al otro como
"tú", etc. Porque el Dasein se comprende, entonces, a partir de sus
posibilidades, su relación-al-ser no es nada fijo, rígido ni inmutable (como lo
es el ser de la substancia), sino esencial "movilidad".
El Dasein se comprende a sí mismo siempre a partir de su
existencia, a partir de una posibilidad de sí mismo de ser él mismo o no ser él
mismo.[59]
El Dasein es comprensión de sí. Al comprenderse, se
comprende en función de la existencia (es decir, de la relación-al-ser), lo
cual equivale a decir: a partir de una posibilidad. Esa posibilidad
(existencia) es siempre en-cada-caso-suya, algo suyo, y se mueve entre dos
extremos, por así decirlo: la autenticidad
o propiedad y la inautenticidado impropiedad (Eigentlichkeit,
Uneigentlichkeit). En efecto, el Dasein "puede" abrirse a la
existencia, es decir, aceptar plenamente lo que este modo de ser implica, con
todos sus riesgos, con toda su precariedad e indigencia, en la plena aceptación
de la finitud: ésta es su eigenste
Moglichkeit, su "posibilidad más propia" -"propia",
porque su "propio" ser es la existencia. O bien puede cerrarse a
ella, desconocerla, negarla, huir de ella (lo cual no deja de ser una manera de
existir, es decir, una determinada relación con su propio ser, así sea la de
ocultárselo): ésta es la impropiedad o inautenticidad.
Formulando las cosas en un plano óntico, existencial: Hay
quien se ha decidido a llevar su existencia con plena responsabilidad de sus
actos, y entonces ha elegido esta posibilidad frente a otra, como hubiese sido
quizá la de abandonarse a la corriente de la "opinión", a "los
demás" (cf. § 10). Y hay además las posibilidades del artista y las del
empleado, las del magistrado y las del ama de casa, etc., que además en cada
caso serán posibilidades de cada uno. En cambio todos los otros entes que no
son el hombre las cosas, los entes vivos, etc.- son prácticamente los mismos a
través de todos los ejemplares de la respectiva especie, no hacen más que
"copiar" la respectiva esencia (especie); todas las piedras son
igualmente piedras, y todos los gatos igualmente gatos. Pero el hombre no se subsume
indiferentemente bajo una "especie" como ejemplar o instancia de la
misma;[60]
en ese sentido no tiene
"esencia", y su ser no le es indiferente. Por ello el hombre, un
mismo hombre, puede llevar a cabo su
vida de muchas maneras distintas, según muy diversas posibilidades -puede,
digamos, trabajar o no, y si trabaja, hacerlo en tal o cual actividad, y ello
con empeño o desgano, y ello a su vez... Tal gama de posibilidades, tal
ser-posible o poder-ser -condición de toda elección, de todo acto voluntario-
es totalmente inconcebible en otro ente que no sea el hombre. Por ello lo que
en el hombre interesa, lo peculiarmente humano en él, reside justo en lo que lo
distingue de cada uno de los demás hombres. Que el Dasein es en-cada-caso-mío
significa que lo que él es consiste
en el modo concreto cómo cada uno es.
Entonces, propiedad o
autenticidad, el ser sí mismo, de un lado, e impropiedad o inautenticidad, el ser como uno cualquiera (cf. §
10), de! otro, que nunca son nada definitivo o fijo, son siempre posibilidades:
(...) por ser en cada caso el Dasein esencialmente su
posibilidad, puede este ente en su
ser "elegirse" a sí mismo, ganarse, y también perderse, o no ganarse
nunca, o sólo ganarse "aparentemente". Haberse perdido y aún no
haberse ganado sólo lo puede en tanto es, por su esencia misma, posible Dasein propio [auténtico], es decir, que se ha
apropiado de sí. Los dos modos-de-ser de la propiedad
y la impropiedad [...] tienen su
fundamento en que el Dasein en general está determinado por el
ser-en-cada-casomío.[61]
El Dasein es (...) un ente que en cada caso soy yo mismo. Al
existente Dasein le pertenece el en-cada-caso-mío como condición de posibilidad
de la propiedad y la impropiedad.[62]
La existencia (la comprensión-del-ser) no es algo que el
hombre "tenga", a la manera como las cosas poseen sus caracteres; no
es un "qué cósico (sachhaltiges
Was)",[63] sino que es su manera de ser. El Dasein es, según
sea su relación-al-ser. Por ello puede hablar Heidegger del primado de la
existencia respecto de la esencia en el hombre; no porque el hombre no tenga
esencia (Sartre), sino porque ella depende de la existencia, esto es, de la
comprensión-del-ser. Esencia significa así el ser, y la fómula "La
'esencia' del Dasein se funda en su existencia", equivale a decir que el
ser del hombre se funda en la relación al ser. El término Wesen ("esencia") lo coloca Heidegger entre comillas,
para señalar que no se lo emplea en el sentido habitual (qué, eidos, especie), sino como sinónimo de
"ser" (sentido que tiene el verbo arcaico y poético "wesen"). El hombre
"es" (west) en la forma
cómo asuma la relación-al-ser a la que ha sido entregado. No tiene "un qué
cósico", una esencia fija, sino que
su esencia (Wesen) más
bien reside en que en cada caso él tiene que ser su ser
como suyo |...].[64]
Lo que en cada caso es, o mejor, quién es en cada caso, se
funda en la respectiva forma de afrontar la existencia (la relación-al-ser).
Porque "tiene que ser en cada caso su ser como suyo", su existencia "es" tarea, que siempre es
preciso afrontar, sea del modo que fuere: ya asumiéndola plenamente, o bien
huyendo de ella hacia la irresponsabilidad o el olvido de la condición humana.
Cuando (con términos que no son de Heidegger) decimos que el
hombre es tarea se subraya que él "es"
tarea. No meramente una cualquiera entre las tareas que le ocupan
diariamente -como trabajar, arreglar un artefacto eléctrico, o ir a un
concierto-, sino y como condición de posibilidad de todo ello, el hombre mismo
como la tarea qué él en cada caso es, como la tarea que por tanto no puede
eludir porque esa tarea es él mismo
(y que sólo cesa con la muerte, es decir, cuando ya no es). Por ello el hombre
tiene que estar constantemente eligiendo, decidiéndose (de manera más o menos
clara) entre diversas posibilidades (el trabajo, las amistades, las actitudes
políticas, etc.; nada de esto ha sido fijado de antemano). Puede entonces
decirse (cf. § 17) que la existencia es cura
(Sorge), cuidado o preocupación, puesto que se trata de una ocupación o
"cuidarse" que está siempre ocupándose de sí por adelantado (preocupación).
8. El ser-en-el-mundo en general
Lo dicho en el parágrafo anterior tiene carácter provisional
o anticipador, porque las nociones de existencia y de en-cada-caso-mío sólo
pueden entenderse adecuadamente sobre la base del ser-en-el-mundo (In-der-Welt-sein),[65] que constituye la estructura
fundamental a priori del Dasein. Ser-en-el-mundo es otro de los sentidos de
Dasein: que el Dasein es su "ahí" (Da) equivale a decir que es
en-el-mundo.
El ser-en-el-mundo -ya se lo ve en la expresión misma- es
una estructura compleja, una totalidad consistente de varios miembros
solidarios entre sí. El análisis se ocupará entonces, sucesivamente, a) del mundo (§ 9), b) de quién es por lo pronto en-el-mundo (§ 10 y § 16), y c) del
ser-en, vale decir del especial tipo de relación que liga Dasein y mundo (§§ I
1-15). Una vez estudiada aquella estructura en sus diversos momentos, se la
enfocará en su unidad como Sorge (cura,
preocupación) (§ 17).
Puesto que el ser-en-el-mundo constituye una estructura
cuyos miembros se implican mutuamente,[66]
no deberá olvidarse que cada uno de ellos sólo tiene sentido en función de la
totalidad de que forma parte. Para que el análisis no pierda "de vista el
todo estructural, evitando el hacer saltar en pedazos el fenómeno
unitario",[67]
conviene, antes de pasar al tema del mundo, caracterizar de modo preliminar lo
que signifique el "en" del "ser-en-el-mundo". Se trata así
de evitar un grave malentendido: el de creer que "mundo" fuese una
especie de "recipiente" cósmico "dentro" del cual se
hallarían los entes, y entre ellos el hombre.
Para despejar tal equívoco hay que señalar enérgicamente que
el "en" de aquella expresión no
tiene en absoluto sentido espacial, como
si el Dasein fuese en el mundo a la manera como el agua está en el vaso, el
vaso en la habitación, la habitación en la casa..., hasta terminar diciendo que
el vaso está en el "espacio cósmico".[68]
Este tipo de relación es una relación entre cosas, una relación categorial; en
tanto que el Dasein no tiene el modo-de-ser de las cosas. Por el contrario, el
"en" del ser-en-mundo es un existenciario, y se refiere a la relación
del Dasein con el mundo señalando su ocupación y preocupación respecto de éste.
El "en" se refiere a la relación entre el hombre y los entes junto a
los que vive -el libro que lee, las deudas que debe pagar, la conferencia que
dictará, etc. De modo que el "en" tiene el sentido con que aparece en
expresiones como "Fulano vive metido en
sus negocios", o "Mengano está enfrascado en sus estudios"; y salta a los ojos que en ninguno de estos
casos el "en" tiene sentido espacial, sino que señala el modo de
vincularse el hombre con las cosas de su mundo. El "en" designa el
peculiar tipo de relación que el Dasein mantiene con el mundo mediante su
trabajo, sus penas, sus alegrías, sus intereses, sus decisiones, etc.
"En" tiene entonces el sentido de la preposición
alemana "bei" (junto a, en
casa de), que Gaos traduce con la preposición arcaica "cabe" (cerca
de, junto a).[69]
Ser-en no significa darse o encontrarse "dentro" del universo a la
manera de las cosas dentro de un recipiente, sino más bien "habitar
cabe...", "estar familiarizado con..." (wohnen bei, vertraut sein mit), como ocurre, v.gr., al producir
algo, abandonar algo, encargarse de algo, indagar, temer, considerar, llevar
algo a cabo, descansar, etc. A todos estos modos de relación, referidos a los
útiles y las cosas, los llama Heidegger Besorgen,
ocupación o (en la trad. de Gaos) "curarse-de".
En la medida en que la filosofía pudo entrever el fenómeno
del ser-en, lo interpretó mal, vio en el conocimiento el modo primario de esa
relación.70 La relación
entre Dasein y mundo la consideró como la relación entre un ente (alma, sujeto,
conciencia) y otro ente ("mundo", objetos) según la relación de
conocimiento. Pero sujeto y objeto no equivalen a Dasein y mundo,[70]
porque al sujeto se lo piensa como ente substancial, cósico (vorhanden), lo mismo que al mundo, en
tanto que el Dasein es ec-sistencia, y el mundo no es ente ni lo primario es la
relación del hombre con "objetos" (cf. § 9). Pero además, y sobre
todo, el conocimiento -la relación entre sujeto (cognoscente) y objeto
(conocido)- no puede establecer la relación, porque el conocimiento se funda en
el ser-en-el-mundo.
Que el Dasein es "bei
der Welt", "cabe el mundo", significa que el Dasein es en inmediata relación de familiaridad con
las cosas, en la forma directa y confiada, digamos, en que se mueve en su casa
y con las cosas de la misma. Ser-en mienta el originario serjunto-a-los-entes
en relación de familiaridad y en trato inmediato con ellos, como si en el mundo
el hombre se encontrase en su casa. (Justo por ello le puede ocurrir que llegue
a sentirse extraño). Esta relación, el ser-en, es la relación originaria, y no el conocimiento, como creyó la filosofía moderna, Husserl incluido
(cf. § 1, c); porque el conocimiento sólo es posible sobre la base del ser-en,
como una transformación y derivado de éste, como un modo fundado en él. "El conocer es un modo-de-ser del
ser-en-el-mundo", fundado en un previo
"ser-ya-en-relación-de-familiaridad-con-el-mundo (Schon-sein-bei-der-Welt)".[71]
En efecto, para que aparezca la relación de conocimiento es preciso un
"vuelco" o transformación súbita (Umschlag)
del ser-cabe y una especie de empobrecimiento del seren:
Para que sea posible el conocimiento como determinación
contemplativa de lo ante-los-ojos, es preciso previamente una deficiencia del
tener-que-hacer ocupándose con el mundo. Absteniéndose de todo producir,
manejar, etc., la ocupación (Besorgen) se
coloca en el único modo del ser-en que ahora queda, en el
sólo-demorarse-cabe... Sobre la base de
esta forma-de-ser respecto del mundo -que permite que el ente intramundano se
muestre nada más que en su puro aspecto
[Aussehen] (ειδος)-, y en tanto modo
de esta forma-de-ser, es posible un expreso dirigir-la-mirada al ente que así
se muestra.[72]
El conocimiento es una actitud teorética (contemplativa) en
la que se determina qué y cómo es el "objeto", i.e., el ente
considerado como lo que está simplemente dado frente al sujeto, "ante los
ojos" del que sólo contempla lo que tiene delante. Para ello el hombre
debe comenzar por abstenerse de toda operación sobre el ente –como modificarlo,
utilizarlo, etc.- y limitarse a dirigirle la mirada (contemplarlo), de modo que
el sujeto se encuentre nada más que con el puro aspecto que el ente entonces
ofrece. (En rigor, con esto todavía no basta, sino que se necesita
"proyectar" el ser del objeto; cf. § 19).
El Dasein, pues, es siempre
siendo-en-el-mundo; éste es el fenómeno originario del ser del hombre, al
cual ya se hizo mención al tratar de la ec-sistencia (cf. § 7). No es un ente
cerrado en sí mismo y que se baste a sí mismo (sujeto, substancia), para el
cual el ser-en fuese un apéndice, de modo que primero fuera de por sí, sin
mundo, y luego éste se le agregara. Por el contrario, es en radical relación de
apertura respecto de los entes (tanto de los entes que él no es, cuanto
respecto de sí) y del ser. El hombre ec-siste, esen-el-mundo.
El hombre no es entonces
originariamente sujeto ni conciencia. La idea del hombre como
subjetividad, como conciencia, aislada y extraña frente a otras substancias u
objetos, es idea errónea en la medida en que pasa por alto el fenómeno
primordial del ser-en-el-mundo. Partir (como Descartes, como Husserl) de un
sujeto o conciencia sin relación constitutiva ninguna con el mundo, despojado
de toda relación inmediata con las cosas, no es más que una abstracción, o,
peor, una ficción. Lo que se piensa (implícita o explícitamente) con los
conceptos de sujeto o conciencia, es siempre un ente de tipo cósico (vorhanden), de modo que se trata de
conceptos inaptos para apresar adecuadamente el ser del hombre. En efecto, de esa manera se imagina la esencia del
hombre como subjetividad, como sujeto encerrado "en sí" mismo y que
sólo se relaciona con sus propios contenidos -las cogitationes o vivencias- y que sólo está directamente presente
ante sí mismo. Se supone que el hombre no tiene relación con el "mundo
exterior" (los otros entes y los demás hombres) sino mediante las representaciones o vivencias, las que constituirían
una especie de puente o de antena que le permiten al sujeto comunicarse con el
mundo. Mas a pesar de lo que, a partir de Descartes, haya sostenido casi toda
la filosofía moderna, el cogito, la
conciencia representativa encerrada en sí misma con sus propias
representaciones, no es un hecho, no es
un fenómeno, no es un dato de nuestra
experiencia, sino un supuesto no confirmado, una construcción especulativa. Lo
que fenoménicamente ocurre, por el contrario, es nuestra inmediata relación con las cosas. El yo cartesiano, y no menos la
conciencia trascendental husserliana, son, desde este punto de vista, nada más
que abstracciones, es decir, algo irreal, porque resultan de haberle quitado a la existencia su constitutivo
ser-en. La conciencia intencional (Husserl) es una conciencia podada de su
ser-cabe:[73]
la intencionalidad -el ego cogito
cogitatum- supone la existencia, el ser-en-el-mundo, porque para que pueda
haber relación sujeto-objeto debe primero darse la existencia como apertura al
ser y a los entes. El fenómeno originario
no es entonces la intencionalidad (la
conciencia) sino la existencia como ser-en-el-mundo.
En efecto, en condiciones normales el hombre no sabe nada de
sus representaciones, por decirlo así, sino que ante todo y por lo pronto se
halla siempre ya junto a los entes mismos -a que esas representaciones
apuntarían intencionalmente- en inmediata relación de familiaridad. Por
ejemplo, no percibimos "sonidos puros", sino que estamos "junto
a" la carreta que chirría:
"Inmediatamente" nunca jamás oímos ruidos ni
complejos de sonidos, sino la carreta que chirría o la motocicleta. [...]. Es
menester ya una actitud muy artificial y complicada para "oír" un
"puro sonido". Pero el hecho de que inmediatamente oigamos
motocicletas y carretas es la prueba fenoménica de que el Dasein se encuentra
ya junto a los entes del "mundo", "y en manera alguna
inmediatamente" junto a sensaciones o representaciones.[74]
Enfocada la cuestión de esta manera, desaparece el problema
de cómo sale el sujeto de sí, de la inmanencia -problema que la filosofía
moderna, desde Descartes hasta Husserl, se había planteado sin poder resolver
(lo que algunos manuales de teoría del conocimiento suelen llamar problema de
la "trascendencia del conocimiento"). El sujeto, o, mejor dicho, el
Dasein, no tiene necesidad de salir de sí, ni de buscarse un órgano o
instrumento para establecer contacto con el "mundo exterior"; y no
tiene necesidad de ello porque en cuanto ec-siste, el Dasein ya es
"allí" (Da) "fuera",
junto a (bei) los otros entes. Es
preciso insistir: la ec-sistencia no hay que imaginarla como subjetividad que
-de modo por lo demás misterioso- sale de sí; sino que ec-sistir es
"estar-fuera" (si así puede decirse) en el sentido de la
"abertura" (o estado-de-abierto) (cf. § 11) o trascender, gracias al
cual tan sólo puede haber tanto un "interior" cuanto un
"exterior". ("Cerrada" es la substancia, la cosa, v.gr. una
piedra; o aun el animal, que no puede sobreponerse, sobrepasar el
"mecanismo" de sus "impulsos" y vive inmerso en sus
estados). Esa abertura o patencia originaria es, en definitiva, la
comprensión-del-ser (ec-sistencia, ser-en-elmundo); ella constituye la
condición de posibilidad para que el ente se muestre (estadode-no-oculto o
verdad, cf. § 18): tanto el ente que
no es el Dasein del caso, el "mundo exterior", cuanto el hombre de que se trata, el "mundo interior", de
modo que el hombre pueda abrirse a sí mismo como "interioridad"
(autoconciencia, etc.).
9. El mundo
Para llegar a determinar la noción de "mundo",
Heidegger parte de un análisis de la cotidianidad de-término-medio (durchschnittliche Alltáglichkeit), es
decir, del modo cómo por lo pronto y por lo común existe el Dasein; en otros
términos, se trata de la "vida" humana corriente, tal como por lo
general se la vive.
Este punto de partida tiene por objeto mostrar cómo la
cotidianidad, donde pareciera que el ser y la comprensión-del-ser nada tiene
que hacer, sin embargo tiene su fundamento en ellos. La analítica del Dasein no
se propone "describir cómo manejamos el cuchillo y el tenedor", sino
que ha de mostrar " que y cómo, a la base de todo trato con el ente, en el
cual trato parece justamente como si hubiera sólo ente, se halla ya la
trascendencia del Dasein -el ser-en-el-mundo"[75]
la comprensión-del-ser. Partiendo del ente con que nos encontramos en la vida
diaria del modo más próximo, los útiles, se mostrará que aun ellos suponen un a
priori (aunque no teorético o cognoscitivo), sin el cual no podría darse
nuestro trato o manejo de útiles -a priori que es justamente el mundo.
¿De qué se ocupa, de qué "se cura" el hombre en la
actitud cotidiana? ¿Cuáles son los entes de que por lo pronto nos ocupamos? Uno
estaría tentado de responder, sin vacilar, que se trata de "las
cosas". Sin embargo, no se trata
por cierto de ellas, si por "cosas" se entiende lo ante-los-ojos (Vorhandenes), las substancias, en el
sentido de aquello que es "objeto" de la actitud puramente teorética,
en la cual el Dasein se limita a "mirar" lo que ante sus ojos
(físicos o intelectuales) encuentra. No por casualidad los griegos llamaron al
ente de que se ocupa la actitud cotidiana con la palabra πραγµατα (prágmata), que suele traducirse por
"cosas", pero en el sentido de "aquello con lo que uno tiene que
ver en la ocupación"[76]
-los "asuntos", lo que hay que despachar. En efecto, el ente con que
por lo pronto se ocupa la ocupación (Besorgen)
son los útiles (Zeuge). El ente
intramundano es el útil, en el sentido más amplio de la palabra, a saber, todo
aquello de que el Dasein puede servirse: no sólo el martillo, la lapicera o el
aeroplano, sino también el periódico, el libro, etc. Pero el útil sirve para
algo, y cada útil remite a otro -el martillo sirve para martillar, y se refiere
a los clavos, etc.-, y en tal referencia el útil tiene su significación. Pues
bien, la totalidad del plexo de referencias y significaciones es el mundo.
También aquí el punto de partida -los útiles, y no las
cosas- tiene un sentido polémico. Contra la tradición filosófica en general, y
contra Husserl en especial, Heidegger señala que el ente es por lo pronto el
útil, y que éste no es el resultado de que a algo primariamente ante-los-ojos,
a una cosa, captada en la representación, se le agreguen después caracteres de
valor (la utilidad), de lo cual resultaría el utensilio. Por el contrario, lo
primario es el útil.
En la actitud cotidiana, el Dasein anda o tiene trato (Umgang) con esos entes que llamamos
útiles. Ahora bien, ¿en qué consiste el ser del útil (Zeughaftigkeit)? Con esta pregunta podrá llegarse a saber qué es
el mundo, porque el útil es un ente intramundano,[77] bis un ente cuya estructura
está en relación con el mundo; y al poner de manifiesto tal estructura en lo
que tiene de "mundano", se manifestará a la vez la estructura del
mundo mismo.
Con el martillo, el carpintero clava maderas y fabrica una estantería
para guardar libros. Este sencillo ejemplo permite mostrar lo siguiente:
a) "El
útil es esencialmente 'algo para' ",[78]
En efecto, todo útil es siempre algo que sirve
para esto o lo otro; el martillo, para
martillar. Tiene por tanto una estructura referencial, que la expresa
justamente el "para..." (um-zu).
b) El
útil no se da jamás aislado. "Un útil
no es', rigurosamente tomado, nunca".79
Cada útil particular, v. gr., el martillo, se da siempre
dentro de un todo de útiles (Zeugganzes) o
plexo referencial (Verweisungszusammenhang)
del que forma parte según una serie de referencias: el martillo refiere a
los clavos, éstos a la madera, etc.
c) Por
cierto que en la vida cotidiana no se tiene saber expreso de todo esto; cuando
el carpintero martilla, no está pensando qué sea el martillo, ni puede
propiamente saberse qué sea el martillo contemplándolo, es decir, en la actitud
teorética o cognoscitiva. Qué sea el martillo, sólo se pone de manifiesto en el
martillar, en la operación en que se lo utiliza: cuanto menos se lo mire,
"cuanto mejor se lo agarre y se lo use",[79]
tanto más plenamente se muestra como el útil que es. El útil consiste, pues, en
ser algo "manejable", algo que es "a-la-mano" (zuhanden); el ser del útil es la Zuhandenheit, la amanualidad o (en la traducción de Gaos) el ser-a-la-mano -a
diferencia del ser cosa, de la Vorhandenheit
o ser-ante-los-ojos. Pero esto no debe llevar a creer que el trato (Umgang) con los útiles, por oposición
al conocimiento, sea "ciego"; por el contrario, tiene su propio modo
de "ver" -ese "saber" que v.gr. permite manejar el
martillo- y que Heidegger denomina Umsicht,
circum-spección o (en la tr. de Gaos) "ver-en-torno".
d) Aquello
a que en realidad se dirige el carpintero al manejar el útil, no es éste mismo,
sino la obra (Werk), "lo que hay
que producir en cada caso",[80]
v.gr. la estantería. La obra sostiene "la totalidad de referencia dentro
de la cual el útil"[81]
aparece. El carpintero tiene que fabricar la estantería; ésta, la obra,
remite al martillo, a la madera, a los clavos, todo lo cual configura un todo
estructural dentro del cual se halla el martillo. A su vez, también la obra es
un útil: la estantería es "para"
guardar libros.
e) Mas
para fabricar la estantería, es preciso emplear madera, por ej. De modo que la
obra remite a un material, material a
partir del que (woraus) se fabrica;
refiere entonces a los árboles, a la naturaleza (que en este contexto es
también un útil).
f) Por
último, la obra remite a quien o a
quienes la utilizarán; en el caso del ejemplo, aquél para quien se fabrica la
estantería. En la obra se encuentra pues una referencia al Dasein.
La clave del análisis está en no perder de vista que el ente
con que nos las habernos en la cotidianidad, el útil, no se basta a sí mismo,
sino que sólo es lo que es dentro de un plexo o contexto, el plexo de útiles de
que forma parte, que es la condición de posibilidad del útil. El taller del
carpintero "es anterior al útil
singular".[82]
Pues bien, el plexo de útiles "anuncia" el mundo,[83]
es decir, anticipa esa estructura a priori más vasta que es el mundo -porque
así como el plexo referencial es "anterior" a cada uno de los útiles,
los cuales sólo toman su sentido es en función de aquél, de modo semejante el
mundo es "anterior" a todos los entes como su condición de
posibilidad y como lo que da sentido a cada uno de los entes singulares.
El útil, entonces, se caracteriza por la referencialidad (Verwiesenheit) o ser-referido
(Gaos); el martillo es lo que es en cuanto referido al martillar. El martillo,
a su vez, sirve para clavar clavos, y ello para construir la estantería, y ésta
para guardar libros... Pero sucede que esta serie de "para-qués" no
se prolonga al infinito, sino que hay un último Wozu, un último para-qué, al que Heidegger denomina Worumwillen, "para-qué final"
o (tr. Gaos) "por-mor-del-que". Este para-qué final ya no es un útil
ni una obra, sino un paraquién, el Dasein de cada caso, el hombre para el cual
son la estantería y los libros. Los libros que se guardan en el estante están
destinados al Dasein, de manera que sólo en función del Dasein todo lo demás
toma sentido; o, dicho con otras palabras: en cuanto para-qué final, el Dasein
traza el horizonte en que se constituye el plexo de referencias. Los útiles
(entes intramundanos) no pueden mostrarse sino como miembros de un plexo
referencial, es decir, a partir de algo "previo"; y el plexo mismo en
última instancia se inserta o sostiene en el Dasein, quien es entonces el que
establece las referencias. Tal horizonte es el ámbito dentro del cual el Dasein
despliega múltiples referencias y dentro del cual se le muestran los entes.
Aquel algo que es previo como condición de posibilidad para que el ente
intramundano sea intra-mundano, es el
comprender del mundo".[84]
Con aquel plexo de referencias tiene el Dasein cierta
familiaridad, porque "comprende" las referencias, y se mueve allí,
por así decirlo, con seguridad y confianza. Pero, ¿cuál es el carácter propio
de tales referencias establecidas y fundadas en el Dasein? Heidegger dice que
las referencias de que aquí se trata be-deuten,
"signi-fican", esto es, dan significado. "El carácter
relaciónaa de esas relaciones del referir", entonces, a diferencia de
otros posibles tipos de relaciones, "lo consideramos como
signi-ficar".[85]
De modo pues que hay una amplia serie de relaciones significativas, que
constituye un plexo referencial total: en la significatividad (Bedeutsamkeit) o totalidad de referencias
significativas consiste la estructura
del mundo.
"Mundo" es el plexo total de referencias
significativas, fundado en el Dasein como para-qué final, en función del cual o
sobre la base del cual solamente puede mostrarse el útil y, en general, todo
ente absolutamente. El mundo es "aquello a partir de lo cual el
Dasein se da a
significar respecto de qué ente puede comportarse, y cómo lo puede",[86]
el ámbito u horizonte que señala los entes al Dasein y el modo cómo estos entes
son. (Podría también decirse que es la comprensión básica o fundamental del
Dasein).
Según esto, el mundo resulta "radicado" en el
Dasein. “‘Mundo’ es (...) un carácter del Dasein mismo",[87]
un existenciario; y así como es histórica la existencia, también lo es el
mundo. Ya se había adelantado (cf. § 6) que "mundo" no tiene aquí
sentido "cosmológico", que no se refiere al "universo" como
especie de suma de todas las cosas o de recipiente donde todas ellas están;
sino que "mundo" tiene significado antropológico, o, por mejor decir,
"existenciario", por ende histórico, según ocurre en expresiones como
"el mundo griego" o "el mundo de Cervantes". No hay mundo
"en sí" o por sí mismo, sino que siempre se trata del mundo de un
Dasein, de un hombre o comunidad de hombres, de una época histórica. El mundo
es constitutivo del hombre, de modo tal que mundo y hombre se implican
mutuamente; el hombre es siempre en el mundo, y el mundo es siempre mundo de un
hombre.[88]
Un ejemplo (que no es de Heidegger) muy sencillo (y
simplificador) puede ayudar a comprender lo dicho. Supóngase en una selva
australiana una piedra que para el aborigen de la zona es un tótem; por otro
lado, un geólogo europeo que llegó a la comarca y estudia esa piedra desde el
punto de vista de su ciencia. El ente, el mismo ente (por lo menos así nos
expresamos), tiene en-cada-caso significación diferente: para el aborigen se
trata de algo mágico, dotado de misteriosos y peligrosos poderes; para el
geólogo se trata de un tema de estudio científico, un mineral de tal o cual
composición química, de tal período en la formación de la tierra, etc..Como
consecuencia de tal diferencia es también diferente el comportamiento de cada
uno de ellos respecto de la piedra: en el primer caso, se tratará de una
actitud de temor y reverencia, se tomarán ciertas precauciones para acercarse
al tótem, etc.; en el otro caso, se trata de la actitud teorética o
cognoscitiva, dirigida a saber qué es esta piedra, etc. Ahora bien, si estos
dos comportamientos son tan distintos, ello ocurre porque el ente es en cada
caso distinto (cf. § 4), y el ente es en cada caso diferente porque en cada
caso el ente -la piedra- aparece en función de un mundo diferente, dentro de un diferente horizonte de sentido. En el
primer caso se trata de una significatividad dominada por relaciones mágicas;
en el otro, de un mundo donde lo mágico no tiene lugar ninguno, donde sólo rige
el interés científico, el saber por el saber mismo, el conocimiento de lo que
el ente sea por el puro deseo de saberlo.[89]-
El ejemplo -repetimos, deliberadamente simplificador- permite comprender que el
mundo no supone los entes (como si aquél resultase de la suma de éstos), sino
que. al revés, los entes suponen el mundo
en el que están insertos y a partir del cual tan sólo pueden tener sentido
(es decir, ser), puesto que el mundo es justo la significatividad.
"Mundo", pues, es tanto como "horizonte"
(metafóricamente dicho): el horizonte dentro del cual los entes se le muestran
al Dasein y puede éste interpretarlos y tener en general cualquier tipo de
relación con ellos -utilizarlos, gastarlos, venerarlos, conocerlos, amarlos,
temerlos, gozarlos estéticamente, etc.
En el fondo. Dasein, existencia, trascendencia,
ser-en-el-mundo, no son sino diferentes nombres para el fundamento del hombre. "Dasein expresa tanto la relación
del ser con el hombre como la relación del hombre con el ser".
"Existencia" se refiere a esta segunda relación, la que va del hombre
al ser, de manera que señala "especialmente el carácter extático del
hombre, su estar abierto al ser". "Trascendencia" "designa
igualmente la relación del hombre con el ser, pero destacando un momento
esencial de ella: el movimiento", el ir más allá de los entes
traspasándolos. "Ser-en-el-mundo" "señala también la relación
del hombre con el ser, pero destaca un momento que no tienen en cuenta los tres
nombres anteriores: el mundo", que es "un nombre para el ser".
El mundo es, entonces, "el extremo de la relación que cae del lado del
ser, pero en cuanto es aquello hacia lo cual se trasciende en la trascendencia.
El hombre trasciende los entes hacia el mundo como el horizonte en que todos
los entes aparecen. Este mundo cambia con los cambios en la historia de la
relación del hombre con el ser. Por esto se habla de un mundo griego, de un
mundo medieval, de un mundo moderno, etc.[90]
10. El ser-con y el impersonal
El segundo problema que planteaba la estructura
ser-en-el-mundo (cf. § 8) era el de determinar quién es en-el-mundo, y ante todo en el modo de ser cotidiano, en
la cotidianidad de-término-medio: "¿quién
es el que en la cotidianidad es el Dasein?".[91]
El análisis del mundo permitió entrever que éste no es sólo
mundo de útiles; por el contrario, hay otros hombres que forman parte de él. Ya
lo señala el útil mismo: la estantería que tiene que fabricar el carpintero,
tiene que hacerla de acuerdo con lo que el cliente necesita -el cliente, que es
otro Dasein-: "con el útil que se halla en el trabajo 'se encuentran
también' los otros, para quienes está destinada la 'obra' ”.[92]
Y la madera con que trabaja se la proporciona el maderero. El campo por el que
salimos a pasear es el campo que pertenece a Fulano, etc. En el mundo, pues,
encontramos también a "los otros" -entes que no son ni
"a-la-mano" ni "ante-los-ojos", sino que tienen la forma de
ser del Dasein; el ser-en-el-mundo es siempre "en común":
[...] el mundo es ya siempre en cada caso el que comparto
con los otros. El mundo del Dasein es co-mundo
(Mitwelt). El ser-en es ser-con con
otros.[93]
“El Dasein es esencialmente ser-con (Mitsein)",[94]
el hombre siempre existe con otros
hombres. Lo cual no pretende afirmar que de hecho yo no esté solo, que siempre
haya otros junto a mí; no es una afirmación referente a un hecho, a una
situación concreta; no es una afirmación óntica, sino que se refiere a la
constitución ontológica del Dasein. Que éste es ser-con significa que siempre
está abierto a los otros. Y si el Dasein "puede" estar solo, es
únicamente porque es-con: "El
ser-solo es un modo deficiente del ser-con".[95]
Bien puede ocurrir que el hombre esté solo aun rodeado de una multitud, y
justamente allí. Quien esquiva a los otros, es con ellos en tanto esquivados.
Se llamó Besorgen (ocupación,
curarse-de) al comportamiento del Dasein respecto de los útiles y cosas. Al
comportamiento referido a los otros, Heidegger lo denomina Fürsorge, "solicitud" o procurar-por (Gaos). Tal como lo emplea Heidegger, este término
designa cualquier tipo de actitud
hacia los otros: desde el amor al desprecio, de la fidelidad a la indiferencia,
vale decir, tanto modos positivos cuanto negativos:
El ser uno-para-otro, uno-contra-otro, uno-sin-otro, al
pasar-de-largo-uno-junto-aotro, el no-importarle-nada-uno-a-otro son modos
posibles del procurar-por.[96]
Ahora bien, por lo pronto y regularmente, en la vida
cotidiana el Dasein no es como "sí mismo" (Selbst) a diferencia de "los otros", sino que más bien
son éstos los que dominan; hablando con rigor, yo no soy "yo mismo",
sino uno de los otros, uno cualquiera; mi propio ser me está como robado,
porque existo indiferenciadamente respecto de los otros. En la cotidianidad,
está el Dasein bajo el señorío
de los otros. No es él mismo, los
otros le han
Esos "otros" no son nadie determinado, nadie que
se pudiera señalar, porque cualquiera puede representarlos -cualquiera, pero
jamás nadie determinado, porque justamente ese "cualquier otro" es
indeterminado. ¿Quién es, entonces?
El quién no es éste ni aquél; no uno mismo, ni alguno, ni la
suma de todos. El "quién" es cualquiera [das Neutrum], el uno.[98]
El quién
de la cotidianidad es, pues, el uno
(das Man). En español decimos: "se
dice que...", o ".ve hace tal o cual cosa"; o bien: "uno se deja crecer el cabello
porque ve usa"; o: "con el aumento de los precios, uno tiene que arreglárselas como
pueda". Con este impersonal, el "uno" o el "se", nos
referimos a ese "alguien" indeterminado que no es nadie concreto ni
señalable, pero que es el verdadero "sujeto" de la vida cotidiana. En
efecto, ese "cualquiera" ejerce en la cotidianidad, sin que se lo
advierta, una verdadera dictadura, aun en actividades que podríamos presumir
muy "personales".
Disfrutamos y gozamos como se goza; leemos, vemos y juzgamos de literatura y arte como se ve y juzga; incluso nos apartamos del
"montón" como se apartan de
él; encontramos "sublevante" lo que se encuentra sublevante.[99]
El uno se ocupa
del término-medio (Durchschnittlichkeit),
de lo que (en su sentido etimológico) podría llamarse la
"mediocridad", la nivelación; se ocupa de que nadie se distinga del
término medio. Éste, el término medio, es lo que le va al uno esencialmente en
su ser, y por ello suprime y sofoca todo lo que viole el término medio, y
procede al aplanamiento de todo.
Este término medio en la determinación de lo que puede y
debe intentarse vigila sobre todo conato de excepción. Todo privilegio resulta
abatido sin meter ruido. Todo lo original es aplanado, como cosa sabida ha
largo tiempo, de la noche a la mañana. Todo lo conquistado ardidamente se
vuelve vulgar. Todo misterio pierde su fuerza.[100]
El impersonal, el uno, "prescribe la forma de ser de la
cotidianidad", su mundo; "regula inmediatamente toda interpretación
del mundo y del Dasein y en todo tiene razón".[101]
Y esto último, no porque disponga de verdadero saber, sino por el motivo
contrario: porque no va al fondo de las cosas, porque no distingue niveles, y
sin embargo se satisface de sí mismo, lo da todo por resuelto y todo lo
"facilita".
El uno es en y por todas partes, pero de tal manera que
siempre se ha escurrido ya de dondequiera que el Dasein urge a tomar una
decisión. Pero por simular el uno todo juzgar y decidir, le quita al Dasein del
caso la responsabilidad. El uno puede darse el gusto, por decirlo así, de que
uno apele constantemente a él. Puede responder de todo con suma facilidad,
porque no es nadie que huya de hacer frente a nada. El uno "fue"
siempre, y sin embargo puede decirse que no ha sido "nadie". En la
cotidianidad del Dasein es lo más obra de aquél del que tenemos que decir que
no fue nadie.[102]
Sin embargo, no debe imaginarse el Man como algo extraño, como "alguien" diferente de
nosotros. Por el contrario, el uno lo
somos cada uno de nosotros, es un modo nuestro consistente en no ser nosotros
mismos; somos nosotros en la medida en que nos dejamos vencer por el impersonal
que llevamos en nosotros, por la tendencia a la facilidad, a la
irresponsabilidad, a la superficialidad. El impersonal es el Dasein en cuanto
se encuentra perdido respecto de sí mismo.
En cuanto dominado por el Man, no
soy "yo mismo", sino yo en la mismidad del uno: "En cuanto
mismidad-del-uno (Man-selbst), es el
Dasein del caso disipado en el uno y
tiene primero que encontrarse".[103]
Allí está absorbido por el mundo,[104]
por el mundo diseñado por el uno. Perdido en el mundo de todo el mundo, el
Dasein se interpreta a sí mismo tomando como modelo los entes que no son
Dasein. El uno, por mor del cual es cotidianamente el Dasein, articula el plexo
de referencias de la significatividad".
Inmediatamente es el Dasein "uno" y regularmente
sigue siéndolo. Cuando el hombre descubre y se acerca propiamente al mundo,
cuando se abre a sí mismo su ser propio, siempre tiene lugar este descubrir el
"mundo" y abrir el Dasein como un quitar de en medio los
encubrimientos y oscurecimientos, como un destruir las desfiguraciones con que
el Dasein se bloquea a sí mismo.[105]
11. La disposicionalidad
El tercer miembro del ser-en-el-mundo es el ser-en (cf. §
8), cuyo estudio hay que abordar ahora frontalmente.
El término Da-sein indica
con el Da -"ahí"- que el
hombre está abierto a los demás entes, tanto a los útiles que maneja, cuanto a
los otros hombres que existen con él. El Dasein es este "ahí" en-cada-caso-suyo, es la respectiva
apertura a los entes: "es él
mismo en cada caso su 'ahí' ".[106]
El "ahí" señala la esencial "apertura" del Dasein. Al
contrario de lo que ocurre con las cosas o substancias, su modo de ser no es el
"encierro" en sí, sino que su constitución esencial es el estado-de-abierto (Erschlossenheit): "'Ahí'
mienta este esencial estado-de-abierto".[107]
Dicho de otra manera: si el hombre descubre entes como los útiles y las meras
cosas, y es-con con otros hombres, ello es posible gracias al
estado-de-abierto; éste es la condición de posibilidad de todo aquello. En este
sentido, "ahí", ser-en y estado-de-abierto son equivalentes.
De lo que ahora se trata es de indagar más a fondo este
ser-en, estudiando los tres existenciarios que lo constituyen:
disposicionalidad, comprender y habla.
El término Befindlichkeit
puede traducirse (según lo hace Gaos) por "encontrarse", porque aquella palabra alemana proviene
del verbo "sich befinden", que significa "encontrarse",
"sentirse", en el sentido en que decimos: "me encuentro
bien" o " me siento triste". Nos parece aquí más conveniente
vertirlo por "disposicionalidad",[108]
en el significado de expresiones como: "hoy no estoy (o no me encuentro)
dispuesto a escuchar música", o "me pareció bien dispuesto a recibir
mi pedido". Tal como se desprende de estos ejemplos, la disposicionalidad o el
"encontrarse", entonces, se refiere a los modos cómo a uno "le
va", a los sentimientos o, mejor, a los temples anímicos (Stimmungen), como la melancolía, el
agrado, el temor, el mal humor, el aburrimiento, la alegría, la angustia, etc.
La disposicionalidad no equivale a los temples mismos, sino que es su
"fuente", la condición de posibilidad de todos los estados de ánimo y
sensaciones; por ello también podría llamársela "capacidad de
afección". Primariamente no se refiere a lo psíquico, "no es ningún
estado interno",110
sino que la disposicionalidad
es una forma fundamental existenciaria del igualmente originario estado-de-
abiertos del
mundo, el Dasein-con y la existencia, porque ésta misma es esencialmente
ser-en-el-mundo.[109]
Cuando decimos que nos encontramos bien, v.gr., queremos
significar cómo nos encontramos en el mundo, cómo nos encontramos dis-puestos
en él. El temple de ánimo en cada caso abre el entero ser-en-el-mundo. La disposicionalidad se refiere al determinado modo cómo en cada caso el Dasein
está dis-puesto en medio del ente en totalidad.
A primera vista parecería que los temples de
ánimo-importantes quizás para la vida "privada" del individuo- no
fuesen nada considerados ontológicamente.
Y, en efecto, tal fue el punto de vista dominante en la
filosofía,[110]
que reservó todos los privilegios a la inteligencia, a la representación; sólo
el conocimiento (así sea el meramente sensible) nos da noticia del mundo y nos
vincula a él, en tanto que los temples serían algo puramente animal, mera
cuestión privada, o sólo repercusión "interior" de sucesos
"externos". La verdad es, en cambio, que los temples son modos
concretos de nuestra inserción en el mundo, de nuestra "relación"
(el ser-en) con él. En el mundo el Dasein encuentra cosas, personas o
situaciones amenazadoras, v.gr. una víbora; pero para que ésta le resulte
amenazadora o peligrosa, es preciso que el Dasein sea capa;, de experimentar
miedo, de modo que el miedo -un temple- "abre" o descubre lo
amenazador, que de otra manera quedaría oculto.'"[111]
No es que se tenga miedo porque aparece lo amenazador, sino más bien al revés:
sólo puede mostrarse algo como amenazador, porque el Dasein es capaz de tener
miedo. El temple, entonces, es una manera de ser según la cual el Dasein se
dis-pone con respecto a los entes. Que la disposicionalidad es momento
constitutivo del estado-de-abierto, quiere decir que la relación del Dasein con
el mundo (y consigo mismo, puesto que el mundo es un existenciario, un momento
constitutivo de la existencia) es primariamente una relación
"afectiva"; el Dasein "se encuentra" en el mundo a cada
momento en determinado temple anímico, "acordado" (o
"desacordado") siempre de determinado modo: "encontrándose"
bien o mal, agradable o desagradablemente, triste o alegre, etc.
Si no fuésemos capaces de experimentar temples de ánimo, es
decir, si la disposicionalidad no fuese constitutiva del Dasein, nada nos
importaría, nada nos afectaría. Si el hombre fuese (o circunstancialmente
pudiera llegar a ser) sólo cognoscente, sólo intelectual o
"teorético" (contemplativo), nada le importaría, nada le interesaría,
nada "le iría" ni tocaría, y entonces el mundo, y él mismo, serían
sólo un espectáculo totalmente indiferente -en rigor, ni siquiera eso, porque lo que primariamente "abre" es la
Befindlichkeit, y porque la
indiferencia (o el aburrimiento) son ya determinados temples,114 y porque para que haya
teoría (espectáculo) es preciso también un estado de ánimo, la tranquilidad o
calma (Rulie).[112]
En verdad, estamos siempre dominados por los temples, y esto
significa que el mundo y la existencia no se le revelan al Dasein por la vía
del conocimiento, sino por su capacidad-de-afección, por la disposicionalidad:
Bajo el punto de vista ontológico,
tenemos, en efecto, que abandonar radicalmente el primario descubrimiento
del mundo al "mero temple de ánimo".[113]
O para decirlo en términos no heideggerianos: son los
temples los que nos dan noción de la "realidad", de que estamos en un
mundo real, y de que efectivamente existimos.
Así se pone de manifiesto la insuficiencia de todo filosofar
que pretenda colocarse en el punto de vista del puro espectador desinteresado y
quiera fundar o "constituir" toda relación del sujeto al mundo sobre
la base de la "intuición", es decir, de la teoría, viendo en la
representación la relatio originaria
(Husserl; cf. Cap. XIII). Por el contrario, con la pura intuición, esto es en
la pura actitud teorética, nunca se descubrirá el mundo. "Un puro intuir,
aunque penetrase hasta las últimas venas del ser de algo ante-los-ojos, no
lograría jamás descubrir algo tal como lo amenazador",[114]
por ejemplo -fuera de que, según se dijo, ya el "desinterés" mismo es
una forma de afección.
La disposicionalidad revela el ser-en-el-mundo, la condición
primordial del hombre de "encontrarse" siendo-en-el-mundo,
existiendo. La disposicionalidad le abre al Dasein el estado-de-yecto (Geworfenheit). esto es, que la existencia humana
se encuentra "arrojada" ("yecta") al mundo, el hecho de
encontrarse en medio del ente -pero no como un ente cualquiera más, sino como
existencia.
El estado-de-yecto indica la facticidad (Faktizität) del Dasein: "el desnudo [hecho de] que
es y tiene que ser",[115]
el descarnado hecho de que en cada caso el Dasein se encuentra siendo. En
efecto, el hombre "sabe" en cada caso que él es, que existe;
pero al decir "sabe" sin duda nos expresamos mal, porque propiamente
no se trata de ningún "saber", de ningún conocimiento, sino de algo
que se "siente", de algo que se revela en la disposición. Por ello
dice Heidegger que ese "que" (Dass)
le es (no conocido, sino)
"abierto" al Dasein: " 'Abierto' no quiere
decir conocido en cuanto tal".119
La facticidad es además de por sí un hecho por lo pronto privado de toda
significación, y por eso se lo llama "desnudo": "el puro [hecho
de] 'que él [el Daseinl es'; el de dónde y el adónde quedan a oscuras."[116]
La facticidad, entonces, tiene dos aspectos. En primer lugar, se refiere a esto: que el Dasein es, que es sin que -por así decirlo- se le haya preguntado si quería
existir o no, sino que, por el contrario, se encuentra siempre ya existiendo
antes de cualquier decisión suya; está "arrojado" (yecto) a la
existencia. Y existiendo además en circunstancias determinadas que no dependen
de él, sino a las que también ha sido "arrojado": en cierto país, en
determinado momento histórico, en determinado grupo social, etc., etc. Tal es
la condición humana: encontrarse existiendo ya
sin saber por qué, sin ser dueño de su origen -porque nadie se ha dado la
existencia a sí, sino que ella es algo con lo cual cada uno se encuentra como
algo que le han dado, o, mejor, como algo a donde lo han arrojado-; sin saber
tampoco hacia dónde va y forzada a asumirse tal como se encuentra.[117]
Pero no sólo el Dasein ha sido en cada caso lanzado al
mundo, sino que, en segundo lugar, ha
sido arrojado a esta forma de ser que es la "existencia", una forma
de ser que no es nada hecho, sino tarea (cf. § 7); no sólo caracteriza al
Dasein que es, sino a la vez que tiene-que ser, que tiene-que asumir la
carga que la existencia implica y la responsabilidad que significa e! ser (la
existencia) a que fue entregado. Por la disposicionalidad, el Dasein "es
abierto -en el modo del temple- como el ente
al que en su ser le fue entregado el Dasein como el ser que él tiene que ser
existiendo."122
Entonces:
Este carácter ontológico del Dasein, velado en su desde
dónde y su adonde, pero tanto menos no velado en sí mismo, (sino] abierto, este
"Que él (el Dasein] es", lo llamamos el estado-de-yecto de este ente en su "ahí", de modo tal que
él, en cuanto seren-el-mundo, es el "ahí". La expresión
"estado-de-yecto" ha de insinuar la facticidad de la entrega[118]
que se le ha hecho de la carga y responsabilidad de la
existencia.
Otra crítica a Husserl: "El que de la facticidad jamás resulta accesible en un intuir",[119]
con la sola mirada (Schau) teorética.
En sentido amplio, el estado-de-yecto abarca, además de la
facticidad, la dependencia referencial, o
estado-de-referido (Angewiesenheit): en
tanto existe, el Dasein se halla remitido a los entes que encuentra en el
mundo. La disposicionalidad abre la "dependencia referencial respecto del
mundo abierto ya en cada caso con su ser".[120]
Esa referencia implica a la vez estar dependiendo de aquellos entes
intramundanos.
En su comportamiento respecto del ente que no es él mismo,
el hombre encuentra ya el ente como aquello por lo cual es sostenido, de lo que
depende referencialmente, [y] de lo cual con toda su cultura y su técnica en el
fondo jamás puede llegar a enseñorearse.[121]
Dicho de manera muy superficial: para existir depende de los
útiles o cosas, porque necesita, v.gr., alimentos.
La disposicionalidad, entonces, lo coloca al Dasein
"ante sí mismo".[122]
Pero por lo regular el hombre no afronta plenamente el estado-de-yecto, sino
que tiende a esquivarlo. Por lo general rehuye el carácter de carga, de
responsabilidad, propio de la existencia. Mas el apartarse no podría ocurrir si
de algún modo no se le hubiese abierto aquel carácter -apartarse de o dirigirse
a. a-versión o versión, son, pues, modos de abrir propios de los temples (no
del "mirar" teorético).[123]
La disposicionalidad
abre el Dasein en su estado-de-yecto y por lo pronto v las más veces en el modo de la aversión que esquiva.[124]
En la mencionada dependencia referencial respecto de los
entes intramundanos, y dominado por éstos, el Dasein "se esquiva a sí
mismo',[125]
no se toma a sí mismo por lo que propiamente es, fenómeno que luego se
analizará con el nombre de "caída" (cf. § 16).
12. El comprender
Segundo componente del ser-en es el Verstehen, el comprender (o
comprensión). Algo se ha dicho ya del tema, al hablar de la comprensión-del-ser
(cf. § 4) y del mundo como significatividad (cf. § 9). El término
"comprender" no debe aquí sugerir una actividad intelectual; ni
significa "una forma posible de
conocimiento entre otras",[126]
ni el conocimiento en general. El conocimiento, la explicación, las teorías,
etc., dependen en última instancia del comprender, porque en éste hallan su
fundamento, pero por sí mismos son formas derivadas del comprender. El
comprender es un "modo fundamental del ser
del Dasein",[127]
y es tan originario como la disposicionalidad, con la cual coconstituye el
estado-de-abierto. "La disposicionalidad tiene en cada caso su
comprensión" y el comprender "es siempre en algún temple de ánimo (ist immer gestimmtes)".[128] Simplificando, podría decirse que en
tanto la disposicionalidad abre (revela) el ser-en-elmundo, el comprender lo
interpreta ("interpretación" es una posible traducción de Verstehen); mediante la
disposicionalidad el Dasein se encuentra ligado a los entes (a la
"realidad"), y mediante el comprender "sabe", de una u otra
manera, de los entes y de sí mismo.
Por la disposicionalidad, el Dasein se encuentra en medio
del ente. El comprender es lo que en cada caso lo "ilumina",[129]
le da sentido. En efecto, el comprender constituye la Sicht, la "vista" o "el ver" (Gaos) del Dasein,
que se modaliza en el "ver-en-torno" o circumspección (Umsicht) de la ocupación o curarse-de (Resorben); en el "ver-por" o
"respecto" (re-spectus)
(Rücksicht) de la solicitud o procurar-por (Fürsorge): en el "ver-através" o trans-parencia (Durchsichtigkeit) del Dasein respecto
de sí mismo; en el "dirigirla-vista" (Hinsicht) del mero conocimiento teórico respecto de lo
"ante-los-ojos" (Vorhandenes);
y en la "vista" o "ver" (Sicht) que se dirige al ser en cuanto tal.[130]
Esta "vista", pues, no se refiere al percibir con los ojos del cuerpo
ni a la intelección (Vernehmen) no
sensible, que serían formas particulares derivadas, sino que significa
existenciariamente "todo acceso al ente y al ser en tanto acceso en
general",[131]
es decir, lo que permite que el ente se muestre.[132]
Como toda "vista" se funda en el comprender,
también será un derivado de él -y no originaria ni fundante- la visión o
intuición de esencias (Wesenschau) de
la fenomenología (cf. Cap. XIII, § 10).[133]
El "comprender" se entenderá mejor si se observa
que "comprender" suele significar "poder algo". Que alguien
comprende chino, o que entiende de motores, indica que se tiene cierto
"poder" respecto de ello: que "puede" hablar chino, o que
"puede" reparar un motor descompuesto. Dicho de manera más concreta:
que el carpintero "comprende" (interpreta) el martillo, que
"entiende" sus herramientas, no significa evidentemente que tenga un
conocimiento intelectual, consciente, acerca de ellas, sino que las puede usar adecuadamente, que ese
"entender" ocurre como poder martillar, v.gr., y tal como ello
ocurre. Comprender el martillo, propiamente, no es saber conceptualmente que el
martillo es una herramienta de percusión, constituida por un mango y una cabeza
pesada y de material resistente, etc., etc., porque con este saber no se martilla nada; de esa manera no se hace más
que "dirigir la vista" al martillo. Comprenderlo es martillar con él
-y nada más. La Umsicht (ver-en-torno
o circum-spección), el "ver" o vista propio de la ocupación, es lo
que le permite al carpintero escoger el martillo adecuado para la ocasión,
martillar con él y, en general, orientarse en su taller y moverse de la manera
debida en el manejo de sus útiles -lo que le permite distinguir el martillo de
las tenazas y emplear cada uno de ellos en su momento y operación
correspondientes.[134]
El comprender habrá que entenderlo entonces
"primariamente como el poder-ser (Sein-können)
del Dasein".[135]
Y como en los ejemplos aducidos se trata siempre de ejemplos o circunstancias
concretas (ónticas), pero lo que aquí interesa es la estructura ontológica del
Dasein, hay que decir que lo que se puede en el comprender en general es el
"existir".[136]
O formulándolo de otra manera: el comprender significa que el Dasein es
poder-ser. No se trata, entonces, de que el Dasein primero sea, y luego tenga,
a modo de agregado, el poder algo -porque ésta es la forma de ser de las cosas,
al modo cómo la tiza "puede" romperse. Por el contrario -y aquí se
encuentra lo decisivo- el Dasein "es primordialmente {primar) ser-posible (Möglichsein)".[137]
El Dasein es en
cada caso su posibilidad y no la "tiene" aun todavía sólo a manera de
una propiedad, como algo cósico. [138]
No puede decirse propiamente que el Dasein "tenga"
sus posibilidades, porque en tal caso se las entendería como características
accesorias; sino que el Dasein es en
cada caso sus posibilidades, su ser es
ser-posible. Él es "en cada caso lo que él puede ser y cómo él es su
posibilidad".[139]
Que comprender es poder-ser,
ser las posibilidades que cada uno es, se
aclara en función de los ejemplos anteriores, y también con ayuda de la
ilustración que se adujo al hablar del mundo (cf. § 9), porque el mundo no es
sino el sistema de posibilidades del Dasein de que se trate.
Si el aborigen "comprende" la piedra como tótem, y
el geólogo en cambio la "comprende" como formación de tal o cual
época en el desarrollo de la corteza terrestre, ello se debe a que en cada caso
son diferentes las respectivas posibilidades; el poder-ser del aborigen es
poder-ser respecto de lo mágico o sobrenatural, en tanto que el poder-ser del
geólogo es ser en relación con el conocimiento objetivo, su posibilidad es el
conocimiento científico, poder-ser en la actitud teórica. Comprender equivale a
encuadrar, por así decirlo, el ente en función de nuestras posibilidades, de
nuestro respectivo poderser. El sentido que el hombre encuentra en las cosas y
en sí mismo, depende de las posibilidades que él en cada caso sea. Al mismo
tiempo se entiende que las posibilidades no son nada adjetivo, nada
suplementario, nada que el Dasein "tenga" -sino lo que él es. Si la posibilidad del aborigen no
fuera la de su referencia a lo mágico, sino a la ciencia, no sería el aborigen
que es, sino sería un geólogo, etc. Lo que en cada caso el hombre es no se
comprende sino en función de lo que en cada caso puede ser, de sus
posibilidades. Comprender es ser mis
posibilidades.- Claro está el aborigen puede trasladarse a Europa, v.gr., y
quizás estudiar geología. Pero fuera de lo remoto de tales
"posibilidades", sus posibilidades seguirán siendo diferentes de las
del europeo, porque dispondrá aún de su capacidad para moverse en la selva como
no la posee ningún "civilizado". Esto señala que las posibilidades no
son nada abstracto, ni tampoco nada enteramente fijo o inmutable, dentro de
ciertos límites.
Las posibilidades de que aquí se habla no son posibilidades
lógicas. Para la lógica (formal) es posible todo lo que no es contradictorio
(cf. Cap. I, § 1); así es lógicamente posible que; un hombre del siglo XX se
traslade al siglo V a.C. (tal como la fantasía novelesca lo ha imaginado alguna
vez), pero no es posible estar a la vez en el siglo XX y no estar en él. Mas
las posibilidades que aquí nos interesan son las posibilidades existenciarias,
las que son propias de la existencia como tal; éstas siempre son
"concretas", por ser función del estado-de-yecto:
En cuanto esencialmente dispuesto, el Dasein ha ido a parar
ya en cada caso a determinadas posibilidades [...].[140]
En efecto, no son las mismas las posibilidades de quien ha
nacido a mediados del siglo XX, que las de quien vivió en el siglo de Pericles;
entre las posibilidades de un hombre pequeño y enfermizo no se halla la de ser
pugilista. De manera que lo posible de la existencia, a diferencia de lo
lógicamente (o abstractamente) posible se encuentra siempre
"estrechado", por así decirlo, entre límites relativamente ceñidos.
Las posibilidades del Dasein no son posibilidades "en general", sino
en cada caso las suyas, las de cada uno, como "función" del
estado-de-yecto: toda posibilidad suya es "posibilidad
yecta" (geworfene Möglichkeit).[141]
13. La proyección
¿Por qué el comprender se orienta siempre hacia
posibilidades? "Porque el comprender tiene en sí mismo la estructura
existenciaria que llamamos Entwurf',[142] proyección
(Gaos) o proyecto, con el cual queda abierto el espacio de juego de
posibilidades concretas. Si la expresión "estado-de-yecto" señalaba
algo ya dado, algo
"anterior", el término "pro-yecto"
equivale a lo "lanzado" o arrojado "hacia adelante"
("pro"), de antemano, dirigido hacia el "futuro" -porque el
comprender es "poder"-ser lo que todavía
no es.
"Veo ladrillos. Para comprender qué es un ladrillo,
para mirarlo, no como algo antelos-ojos, sino en tanto que ladrillo [que es un
útil, un ente a-la-mano], debo poder realizar el proyecto anticipativo de la
construcción de una habitación. Debo estar tendido hacia la posibilidad de la construcción".[143]
- O bien: comprendo el martillo al utilizarlo porque responde al proyecto de
martillar. Sólo a partir de sus posibilidades, en función de un proyecto, puede
el hombre descubrir los entes.
Porque es comprensión,
el Dasein proyecta tanto el ser del mundo cuanto su propio ser (la existencia),
"interpreta" tanto el uno cuanto el otro. El mundo, en cuanto
significatividad (cf. § 9), es la proyección total del respectivo Dasein, las
posibilidades que él es en cuanto
trazan el horizonte dentro del cual solamente los entes pueden mostrársele. El
tótem sólo se le muestra como tótem al hombre que existe proyectándose hacia lo
mágico -y no, por cierto, al antropólogo que lo estudia, para quien el tótem es
un objeto de investigación científica, algo meramente ante-los-ojos. A la vez,
el hombre primitivo se coloca también a sí mismo a la "luz" de lo
mágico, considerándose (quizá) como protegido de tal o cual demonio; el hombre
de ciencia, en cambio, tenderá a considerarse a sí mismo como posible objeto de
ciencia. En un caso, pues, la comprensión-del-ser básica será
"mágica"; en el otro, "científica". La proyección traza el
sistema de referencias significativas en que el mundo consiste; las posibilidades
que el Dasein es construyen esa
especie de red o entramado dentro del cual únicamente puede encontrar entes, es decir, "comprender" los
entes, es decir, dentro del cual tan
sólo los entes son. Entonces, la
proyección
proyecta el ser del Dasein hacia su para-qué final [cf.§ 9]
tan originariamente como
hacia la significatividad en tanto mundanidad de su
respectivo mundo.[144]
Heidegger dice aquí que la proyección se refiere no sólo al
mundo, sino igualmente al ser del Dasein mismo, porque este ser es poder-ser. Y
considerada la cuestión en ambos sentidos, en ello consiste la
comprensión-del-ser en general (cf. § 4):
En el estado-de-proyectado (Entworfenheit) de su ser hacia el para-qué final junto con el
[estado-de-proyectado] hacia la significatividad (mundo) reside el
estado-deabierto del ser en general.[145]
El ser sólo lo hay en la comprensión-del-ser, es decir, como
proyección del ser (cf. § 18). De modo que la proyección expresa lo que antes,
desde otro punto de vista, se llamó trascender (cf. § 7), el ir más allá de los
entes; ahora se dice que ese ir más allá es lanzarse hacia las posibilidades,
hacerlas ser.
Es preciso insistir: la comprensión-del-ser no es
primariamente "saber" temático (aunque puede llegar a serlo, dentro
de ciertos límites), no es por lo pronto conceptuacíón antológica, sino que
"el ser es comprendido en la proyección",[146]
en el "acto" mismo de proyectar; la proyección es el comprender. Y la
proyección -sin duda, es ésta gran dificultad, que no obstante es necesario
vencer si quiere penetrarse en el núcleo de la cuestión-, el proyecto no hay
que pensar que sea como un plan que el Dasein imagine, no se trata de un
programa ideado para tal o cual propósito; ya se dijo que primariamente no
tiene carácter intelectual o representativo. Todo plan, todo bosquejo,
cualquiera de los "proyectos" que diariamente trazamos, se fundan en
la estructura proyectiva del Dasein; porque el Dasein es proyección, puede
elaborar planes y organizar su vida. Pero la proyección de que ahora se habla
constituye el ser mismo del Dasein.
El proyectar no tiene nada que ver con un comportarse
respecto de un plan ideado, de acuerdo al cual el Dasein organiza su ser, sino
que en tanto Dasein en cada caso ya se ha proyectado y es, mientras es,
proyectando.[147]
La proyección no es una captación temática, consciente, de
las posibilidades; sino que proyectar quiere
decir ser las posibilidades, hacerlas
ser, no realizándolas, sino como posibilidades -pro-yectarlas.
[...] al yectar, la proyección se pre-yecta (vorwirft) la posibilidad en tanto
posibilidad y la deja ser en cuanto
tal. El comprender, en cuanto proyectar, es la manera-de-ser del Dasein en la
cual él es sus posibilidades en tanto
posibilidades.[148]
Si antes se dijo que comprender es ser mis posibilidades,
ahora se agrega que la comprensión es proyectarlas, hacerlas ser como
posibilidades, pro-yectarse hacia ellas; porque las posibilidades se las
"abre", se las hace ser, al proyectarlas. Pro-yección significa el
lanzarse hacia adelante del Dasein abriéndose camino, por así decir, camino que
se construye en ese movimiento que es el proyectarse mismo (el ec-sistir) y en
que a la vez "ve" (metafóricamente) ese camino.
Porque el Dasein es sus posibilidades, por eso siempre es
más de lo que es de hecho,[149]
porque esto, lo que de hecho es, no es de por sí nada fijo o decidido, sino
"comprensible" según proyectos diversos. Un "hecho" es,
v.gr., una enfermedad del hígado; pero lo decisivo es más bien cómo el hombre
del caso la "proyecta": podrá desesperarse, o no darle importancia,
etc. Lo que en cada caso el hombre es, depende en el fondo de cómo se comporte
respecto de sí como su más propia posibilidad.[150]
Tal como se afirmó al hablar de las posibilidades (§12), la proyección no
transcurre en el aire, por así decirlo -como en el libre fantasear alguien
puede figurarse príncipe en un mundo de hadas-, sino que siempre es proyección yecta, puesto que el estado-de-yecto es
tan originario como el comprender. El Dasein se encuentra siempre ya arrojado al mundo. Por eso tiene que
tomarse a sí mismo tal como se encuentra en él, sin falsas ilusiones; a la
proyección que él en cada caso es, ya se
le han sustraído determinadas posibilidades, según se apuntó más arriba.
Entonces:
La proyección es la constitución ontológica existenciaria
del espacio de juego del poder-ser fáctico.[151]
La proyección establece el ámbito o los límites dentro de
los cuales el Dasein, determinado por la facticidad, puede en cada caso
desenvolverse; Heidegger dice que constituye o es la manera cómo está
ontológicamente constituido el poder-ser, el "espacio de juego" (Spielraum), el ámbito dentro del cual
puede "moverse" el poder-ser concreto.
En otros términos, la comprensión del Dasein -la de sí
mismo, la del mundo, y la del ser en general- no es, ni puede ser nunca, el
absoluto autosaberse del espíritu absoluto (cf. Cap. XI, § 17); la existencia
no es dueña de sí (cf. § 2), no es jamás enteramente transparente, sino que
está radicalmente transida de finitud, se mueve entre forzosos límites,
abandonada a su "que es y que tiene que ser", en estado-de-yecto,
incapaz de dominar ni su origen ni su fin. La proyección (comprensión) del ser
en general -y por ende cualquier proyecto en particular- son siempre
existenciariamente posibles sólo en tanto inscritos en el poder-ser fáctico, en
tanto dis-puestos, porque el Dasein está capturado por el ente y así
de-limitado, con-finado.
Toda proyección -y por consiguiente también todo obrar
"creador" del hombrees yecto, es
decir, determinado por la dependencia referencial -que no es dueña de sí- del
Dasein respecto de lo ya ente en total.[152]
Aun la obra creadora del hombre -la que se realiza en el
arte, en la ciencia, en la literatura, en la filosofía- resulta en cada caso
determinada por la finitud, o mejor dicho, afectada por ésta: la época, las
condiciones personales de cada uno, etc., y, ante todo, por la necesaria e
insuprimible dependencia en que el Dasein se encuentra respecto de los demás
entes; porque sólo podría hablarse de absoluta creación (creación de la nada)
en el caso de que el hombre pudiera prescindir de todo aquello, que sería tanto
como ser dueño de su propio origen. No hay, ni puede haber, comprensión
(-del-ser) absoluta, sub specie
aeternitatis, sino siempre dis-puesta.
14. Un ejemplo más
No será superfluo volver sobre lo dicho en los dos
parágrafos anteriores con ayuda de un ejemplo concreto - si bien, como todo
ejemplo, puede resultar equívoco en la medida en que se lo tome al pie de la
letra.
Entre la facticidad y la dependencia referencial, de un
lado, y la proyección (comprender), del otro, hay una especie de relación
recíproca, un circule. El hombre siempre se comprende a sí mismo de alguna
manera, tiene alguna "idea" de sí, por más vaga e indeterminada que
sea. Según esa comprensión, descubrirá ciertos entes, y los descubrirá de
cierta manera (el aborigen descubre el tótem, etc.), porque la existencia se
realiza en su comportamiento respecto de los entes. Y esos entes que el
comprender pone de manifiesto refuerzan, por así decirlo, la comprensión misma.
La comprensión-delser que yo soy está limitada a mi relación con los entes con
que me encuentro; pero, a la vez, el que encuentre tales o cuales entes depende
de mi comprensión. " 'Uno es' aquello a lo que uno se dedica"[153] bis
"Los entes a los cuales mi comportamiento se abrirá
preferentemente serán aquellos que importan a la actualización de las
posibilidades que he hecho ya mías. Mas, a la inversa, ellos van a contribuir,
por obra del desarrollo que le otorgan, a reforzarlas, a determinarme con mayor
fuerza en un ser calcado sobre ellas y, por último, a hacer que mi experiencia
por venir sea, en el mismo sentido, más perspicaz para ellos y más limitada
para todo lo restante. La indiferencia de un tendero hacia lo que llamamos las
'ideas' nace de que posee una concepción de las cosas y de sí mismo dentro de
la cual las 'ideas' no pueden ocupar lugar alguno. Por lo tanto, cualquiera sea
la materia de que se trate, se mostrará totalmente impermeable a las"
consideraciones intelectuales. "Mas, al propio tiempo, a medida que se
hunde en un comportamiento cada vez más hábil para no ver ni hacer sino aquello
que permita ganar dinero [...], pierde toda posibilidad de comprenderse a sí
mismo de otra manera que no sea según el modo y las normas de realidad' propios
de la experiencia del pequeño comerciante. Si [por ejemplo] es religioso,
tendrá a Dios por el supercontador, y su moral estribará en realizar el bien
porque, en defintiva, éste resulta ser la cosa más provechosa."[154]
Este ejemplo permite formular dos observaciones. "En
primer lugar, que el ser y el comportamiento de un hombre tienden siempre a
volverse indiscernibles. La práctica sin reservas del comercio de tienda lleva
a una moral de tendero y a una manera de concebir la existencia y el ser que
pertenece por entero a un tendero".[155]
En segundo lugar, se nota "que existe un vínculo muy
estrecho entre el comportamiento, la concepción de sí, el proyecto fundamental
[la comprensión-del-ser] y la inteligencia de las cosas particulares, de los
entes. Éstos son comprendidos, en sí mismos y en tales y cuales de sus
aspectos, en función del lugar que pueden ocupar en el proyecto con el cual el
mismo que los comprende se ha identificado."[156]
15. El habla, y resumen del estado-de-abierto
La disposicionalidad lo "liga" al hombre con los
entes, lo vincula a ellos en circunstancias siempre determinadas. El
comprender, por su parte, dentro del margen en que se encuentra yecto,
construye el espacio de juego de las posibilidades, gracias al cual pueden
"verse" los entes, es decir, permite que éstos tomen sentido. El
estado-de-yecto constituye la finitud; el comprender es la trascendencia (cf.§
7). El Dasein, pues, es trascendencia finita. El estado-de-yecto significa que
el Dasein está embargado por el ente, cautivado por él;[157]
el comprender traza el proyecto del mundo (Weltentwurf),
lo proyecta en tanto significatividad. Ahora bien, "disposicionalidad
y comprender están determinados, de manera igualmente originaria, por el
habla".[158]
En efecto, la proyección yecta tiene en cada caso su
respectiva articulación -o, con otras palabras, allí los entes aparecen según
cierta "ordenación", de acuerdo con la cual tiene cada uno su
sentido. Tal articulación es el habla
(Rede). El martillo, por ejemplo, tiene su "lugar" o función,
diferente de la función del clavo o de la lezna; esto es, cada uno tiene su
sentido dentro del todo "articulado" constituido por el taller de
carpintería. "Articulado" quiere decir que esa totalidad (la del
taller, o, en términos más generales, el mundo) no es una totalidad
indiferenciada, uniforme, sino dotada de diversos niveles, funciones,
relaciones de finalidad, de subordinación o coordinación, etc., a la manera
como se habla de la articulación de un organismo.
El habla es la articulación significativa de la
comprensibilidad dispuesta del ser-en-el-mundo.163
Esta articulación por lo pronto está tácita, implícita, no
expresada. Pero se la puede explicitar, es
decir, poner de manifiesto el sentido del ente. El mudarse de casa supone
explicitar el útil llamado habitación, el tipo de vivienda que se necesita.[159]
El carpintero explícita el martillo, v.gr., cuando lo deja de lado porque no es
la herramienta que precisa, sino la lezna; y ello es posible precisamente
porque el todo está articulado. De manera que el habla posibilita la
explicitación (Auslegung) ("interpretación",
en la tr. de Gaos), y ésta, a su vez, mediante pasos que aquí se omiten, hace
posible el lenguaje (Sprache) como
expresión verbal concreta.
El lenguaje (el habla) no es entonces nada accesorio al
hombre, no es un "instrumento" que él se forje, sino que es un
existenciario, constitutivo del hombre -algo que hace al hombre y no que el hombre haga, puesto que el Dasein es su
"ahí" (ser-en), del que la articulación es momento esencial (cf. Cap.
IX, Secc. II, § 6).
En síntesis, entonces: "El Dasein es un ser-en en el
mundo, en cuanto que siempre ya está 'yecto' en el mundo; pero asume este
estado-de-yecto en la proyección y 'articula' la proyección yecta en forma de
un todo significativo organizado. Estado-de-yecto (facticidad), proyección
(existencia) y articulación se los abre respectivamente en el estado-de-temple
(disposicionalidad), en el comprender y en el habla."[160]
16. La caída
En este punto Heidegger vuelve sobre el tema de la
cotidianidad del Dasein para caracterizarla de modo más originario. En la
cotidianidad el Dasein está caído. La
caída (Verfallen) -en la que no debe verse ningún matiz moral ni teológico-
significa que
El Dasein por lo pronto siempre ya está caído de sí mismo
como poder-ser-símismo propio y ha caído al "mundo".[161]
El Dasein se halla como absorbido o asimilado al
"mundo"- que aquí, entrecomillado, significa el conjunto de los entes
intramundanos de que el Dasein se ocupa en su diaria ocupación (cf. el ejemplo
del § 14). Ya se dijo (cf. § I 1) que el Dasein tiende a esquivarse a sí mismo
y a someterse al impersonal, y que debido a la dependencia referencia!, a la
necesidad que tiene el hombre de las cosas para existir, hay en él una
tendencia irreprimible a comprenderse a sí, no tal como él es propiamente -como
ec-sistencia-, sino a partir de los entes que no tienen su forma de ser, a interpretarse como las cosas de que se
ocupa diariamente. De modo que en la caída hay dos aspectos.[162]
De un lado, al absorberse en los entes de la ocupación, "el Dasein se
comprende a partir del ente con que se encuentra en el mundo";[163]
o, más concretamente, comprende todo ente (incluido él mismo) como
ante-los-ojos, como cosa constituida por un núcleo substancial y determinadas
propiedades. Por otro lado, ese "mundo" a que se asimila es el mundo
del "uno" (cf. § 10), el mundo de "todo el mundo".
Ahora pueden establecerse los aspectos que asume el
estado-de-abierto (el "ahí", el ser-en) en la cotidianidad. Heidegger
indica tres fenómenos: las habladurías, la avidez de novedades, y la ambigüedad
(que se refieren, respectivamente, al habla o lenguaje, a la "vista"
o ver que se halla en el comprender, y a la explicitación).
La caída al "mundo" mienta el absorberse en el
ser-uno-con-otro en cuanto éste resulta guiado por las habladurías, la avidez
de novedades, y la ambigüedad.[164]
En tanto que la función genuina del lenguaje es facilitar el
acceso al ente, la Gerede, las habladurías (o, como también podría
decirse, la "parla", o la "charlatanería") han perdido la
relación originaria con aquello de que se habla, de tal manera que se impide el
contacto con la cosa misma, el acceso queda obstruido. Al "uno" sólo
le interesa que "se hable", le interesa sólo lo hablado, las palabras
-y no el ente mismo a que las palabras se refieren. "El asunto (Sache) es así, porque 'uno' lo
dice"[165]
-el "uno", que todo lo "sabe".
Las habladurías son la posibilidad de comprenderlo todo sin
previa apropiación del asunto. Las habladurías preservan incluso del peligro de
fracasar en semejante apropiación. Las habladurías, con las que puede arramblar
cualquiera, no sólo desligan de la tarea del genuino comprender, sino que
desarrollan una indiferente comprensibilidad a la que nada le es ya cerrado.[166]
Contra tal apariencia, empero, la verdad es que las
habladurías cierran. Figurándose que logran la comprensión, reprimen o retardan
toda nueva pregunta o discusión, únicas maneras de mantener vivo el verdadero
saber.
La avidez de novedades
(Neugier, "curiosidad") no busca comprender, no es la genuina
curiosidad que lleva al auténtico saber, sino simplemente la busca de lo nuevo
por puro afán de novedad y distracción. "Sólo busca lo nuevo para saltar de
el lo nuevamente a algo nuevo", "la inquietud y la excitación por
parte de algo siempre nuevo",[167]
la disipación, y no la serenidad capaz de calar en el fondo de las cosas.
Pero entonces resulta que "pronto ya no cabe decidir
qué es lo abierto en un genuino comprender y lo que no",[168]
y por lo tanto ya no hay distinción posible entre lo que se sabe y lo que se
ignora. Ésta es la ambigüedad o
"equívoco" (Zweideutigkeit). Como
"uno" habla de todo (habladurías) y "uno" se interesa por
todo (avidez de novedades), surge la ilusión de saberlo todo, cuando en verdad
no se sabe nada.
Todo tiene aspecto de genuinamente comprendido, captado y
dicho, y en el fondo no lo está, o no tiene aspecto de tal y lo está en el
fondo.[169]
Esta ambigüedad presenta siempre a la avidez de novedades el
espejismo de lo que busca y les da a las habladurías la ilusión de que todo
está resuelto en ellas.[170]
El uno habla de todo, pero para perderse en las palabras; se
"interesa" por todo, pero solamente para correr de una cosa a la otra
(y cuanto más lejana y exótica mejor) en un vértigo que impide cualquier
seriedad o que el Dasein enraice firmemente. El uno "comprende todo",
pero en realidad no se comprende nada, sino que uno es víctima del engaño de
creer conocer todo.
Heidegger señala cuatro caracteres
de la caída: la tentación, el
aquietamiento, la alienación y el enredo (o aprisionarse).[171]
La caída, como el uno, no es nada diferente del Dasein; y la posibilidad de
perderse en el uno quiere decir que el Dasein "se está deparando a sí
mismo la constante tentación de la caída"; es decir, no caería si la caída
no constituyera una tentación
(Versuchung). El uno, puesto que asegura saberlo todo, lleva a la creencia
deque le garantiza al Dasein "la seguridad, genuinidad y plenitud de todas
las posibilidades de su ser", aporta un aquietamiento (Beruhigung) "para el que todo es 'de la mejor
manera' y al que le están francas todas las puertas".[172]
Pero entonces al Dasein "se le oculta el más peculiar poder-ser", el
que es propio de él como sí mismo: se encuentra en la alineación o extrañamiento (Entfremdung).
Por último, como esta alienación no quiere decir que al Dasein se lo
arrebate de sí, sino que se lo arrastra hacia su impropiedad o inautenticidad,
que no le es nada ajeno, sino "una posible forma-de-ser de él mismo",[173] ocurre que el Dasein se enreda o aprisiona a sí (Sichverfangen).
La caída es entonces "algo así como una huida del Dasein ante sí mismo en cuanto
poder-ser-sí-mismo propio"[174]
-pero siempre que se entienda que no por eso deja de ser él, sino que se
abandona a una posibilidad suya, la impropiedad o inautenticidad, en perjuicio
de otra, la propiedad o autenticidad, pero que son, ambas, posibilidades suyas.
17. La cura, ser del Dasein. La temporalidad
La estructura fundamental del Dasein, el ser-en-el-mundo
(cf. § 8), ha sido analizada en sus diversos momentos constitutivos. Ahora es
preciso determinar la unidad de ese todo estructural, es decir, poner de
relieve el ser del Dasein de tal manera que a partir de ese ser resulte
comprensible que las estructuras estudiadas sean todas ellas igualmente
originarias, y a la vez comprensibles las posibilidades de modificación de las
mismas;[175]
se trata de llegar al "ser de la totalidad del todo estructural",[176]
a la unidad sustentadora de todas aquellas manifestaciones. De tal manera habrá
de verse que el ser-en-el-mundo tiene todavía "la constitución más originaria",
que Heidegger llama Sorge, cura.[177]
Los caracteres ontológicos fundamentales de este ente [el
Dasein] son la existenciariedad, la facticidad y el ser-caído.[178]
¿Cómo caracterizar, pues, la unidad de estas
determinaciones?
En cuanto que el Dasein no es algo simplemente dado, como
las cosas, sino que es poder-ser, "el Dasein es siempre ya 'más allá de
sí'". En cuanto poder-ser, el Dasein "se precede" a sí mismo, se
es a sí mismo "por adelantado", si así podemos decir, de antemano o
anticipadamente (vorweg). Entonces la
existenciariedad podrá expresársela como "el pre-ser-se (das Sich-vorweg-sein) del Dasein".[179]
Pero el Dasein está igualmente determinado por la
facticidad, de manera que aquel pre-ser-se no puede entenderse como "una
tendencia aislada [que se diera] en un 'sujeto' sin mundo". El Dasein en
cada caso está ya "yecto en un
mundo".[180] Con otras palabras: "El existir es
siempre fáctico. La existenciariedad está determinada esencialmente por la
facticidad".[181]
Para expresar a la vez los dos momentos, la existencia y la facticidad, que el
Dasein se precede siendo a la vez ya en
el mundo, habrá entonces que decir: "pre-serse-en-el-ser-ya-en-un-mundo".187
Además, el Dasein por lo pronto está caído, es decir,
"siempre también ya absorbido en el mundo de que se ocupa", en
inmediata relación de familiaridad con los entes de su ocupación y perdido
entre ellos; es entonces "cadente ser-cabe..." o "cadente
ser-juntoa...".[182]
Por ende, la totalidad de la estructura ontológica del
Dasein podrá expresarse con la siguiente fórmula
El ser del Dasein quiere decir: pre-ser-se-ya-en (el mundo)
como ser-cabe [o: junto a] (los entes con que se encuentra dentro del mundo).[183]
Con un solo término, este ser del Dasein lo llama Heidegger cura o preocupación (Sorge) -sin que se le dé a estos vocablos el sentido con que se
los usa al decir, v.gr., que Fulano está preocupado por tal o cual problema
(sentido óntico), sino que aquí se los emplea en sentido exclusivamente
ontológico-existenciario; no denotan un estado de ánimo, sino el ser del Dasein: que el Dasein (a
diferencia de la Zuhandenheit, amanualidad,
ser de los útiles, y de la Vorhandenheit,
ser-ante-los-ojos o ser de las cosas) no tiene su ser en algo cósico
comprobable, sino en la esencial movilidad de la proyección yecta cadente que es la Sorge. Que el Dasein es cura (Sorge),
quiere decir que es un ente que se
anticipa en el proyecto (existenciariedad) estando ya arrojado al mundo (facticidad) y perdido en él, entre los entes de su ocupación (caída). Por ello
puede decir Heidegger que la Sorge es
la denominación de "la unidad estructural de la trascendencia, en sí
[misma] finita, del Dasein".[184]
Sólo en tales condiciones hay hombre, y tales condiciones constituyen la
preocupación (Sorge), su ser.
Ahora se entiende por qué pudo llamarse "Besorgen" (curarse-de. ocupación) la relación del Dasein
con los útiles y con las cosas (cf. §§ 8 y 9), y "Fürsorge" (procurar-por solicitud) la relación con los
otros hombres (cf. § 10): porque, como modos del ser-en, están determinados
"por la estructura fundamental de éste, la cura (Sorge)".[185]
Esta determinación del ser originario del Dasein como cura, no significa en manera alguna que
con ello se confiera primacía a la práctica respecto de la teoría; no significa
que al hombre se lo defina por la "acción" (a la manera del
pragmatismo o del marxismo). Por el contrario, la Sorge muestra más bien la unilateralidad de las determinaciones del
hombre tanto por la teoría cuanto por la "praxis". Ambas
tienen su parte de verdad, por así decirlo, pero ninguna de ellas alcanza a
captar lo originario del hombre, no logra poner al descubierto su raíz (cf.
Cap. XV, § 1).
En cuanto totalidad estructural originaria, la cura se halla
existenciariamente a priori "antes" (vor) de -es decir, siempre ya en-
todo "comportamiento" y "situación" fácticos del
Dasein. Por ende, este fenómeno no expresa en modo alguno una primacía de la
conducta "práctica" respecto de la teorética. La determinación
puramente intuitiva de un ente ante-los-ojos no tiene menos el carácter de cura
que una "acción política" o que una diversión buscada como descanso.
"Teoría" y "praxis" son posibilidades-de-ser de un ente
cuyo ser debe determinarse como cura.[186]
Ésta, la cura, no puede, ni mucho menos, construírsela a
partir de la teoría y la práctica con la "ayuda de una dialéctica
necesariamente sin base por ser existenciariamente infundada".[187]
Llegado a este resultado, Heidegger no se da aún por
satisfecho, y pregunta si no hay "un fenómeno todavía más originario que sustente ontológicamente la unidad y
totalidad de la multiplicidad estructural de la cura";[188]
porque se ha llegado a una unidad estructural, sin duda, pero no se ha
alcanzado todavía la unidad primordial de la misma. Aquí no es posible abordar
los difíciles desarrollos de esta cuestión. Baste con apuntar que el sentido
ontológico de la cura lo encuentra Heidegger en la temporalidad (Zeitlichkeit). Señalamos de la manera más rápida, qué
significa esto.
La existenciariedad se funda en que el Dasein viene hacia
sí, ad-viene hacia sí; entonces, "su
sentido primario es el advenir (Zukunft)",[189]
el futuro; éste posibilita que el Dasein venga hacia sí.- Pero el Dasein viene
hacia sí como algo que ya es; por
ende, en segundo lugar, el "ya" del estado-de-yecto insinúa que la
facticidad tiene su sentido en el pasado, (o mejor, en el sido): "Sólo
porque la cura se funda en el sido [Gewesenheit],
puede el Dasein existir como el ente yecto que él es".[190]
-Por último, la caída mienta el presente, porque es en éste donde el Dasein
encuentra los entes. "El pre-ser-se se funda en el advenir. El
ser-ya-en... denota en sí el sido. El ser-cabe... se hace posible en el
presentar".[191]
Según esto -y, repetimos, de manera extremadamente simplificada- el sentido de (es decir, aquello sobre
la base de lo cual se comprende) la cura es
la temporalidad. El tiempo "es lo que hace posible la totalidad
del todo estructural y articulado de la cura en la unidad de sus diversos miembros".[192] "La unidad originaria de la estructura
de la cura reside en la temporalidad (Zeitlichkeit)".[193] La temporalidad es el acontecer
fundamental del todo originario del Dasein.
El tiempo originario no lo piensa Heidegger como mera serie
sucesiva de "ahoras" o instantes puntuales (cf. Cap. III, § 8); no lo
considera como transcurrir o fluir vacío, de por sí indiferente, y a donde el
Dasein (y las demás cosas y sucesos del mundo) viniera a insertarse. El tiempo originario es el Dasein mismo, su
trascender; el Dasein es tiempo,
o, mejor, temporación (Zeitigung); la
existencia es, en tanto se temporacía
(sich zeitigt). Y si la estructura de
la cura en sus tres aspectos -existenciariedad, facticidad y caída- es una sola, ello se funda en la unidad de
la temporalidad que, siendo una, se
temporacía o despliega en los tres momentos
(o éxtasis, según los llama Heidegger) del advenir, el sido y el presentar, y
de los que el futuro, el pasado y el presente derivan.
Si el Dasein es relación-al-ser (comprensión o proyección
del ser), por un lado, y a la vez es cura, ésta será preocupación por aquella
relación, y podrá decirse que el Dasein, el hombre, es cura del ser en general.[194]
Ser hombre es sostener y soportar la patencia (Offenheit) del ser.[195]
Mas si el tiempo es el sentido de la cura, el proyecto yecto será
comprensión-del-ser sobre el fundamento del tiempo: éste se manifiesta como el
horizonte del ser:
[...] aquello a partir de dónde el Dasein, en general, de
modo no expreso, comprende y explicita [interpreta] eso de "ser", es el tiempo. Éste hay que ponerlo a la luz
en tanto el horizonte de toda comprensión-del-ser y de toda
explicitación-del-ser.[196]
18. La verdad como desocultamiento
El tema en torno
del cual gira todo el pensamiento de Heidegger, es la cuestión relativa al
sentido del ser (cf. § 3). Ahora bien, aunque "el ente es independientemente de la experiencia,
el saber y la captación (Erfassen)" del
mismo, en cambio el ser "'es' sólo en el comprender",[197]
sólo lo hay en la ec-sistencia como comprensión-del-ser.
No por casualidad la filosofía, desde sus orígenes, unió ser y verdad. Ya
Parménides había "identificado" el ser y la comprensión que lo
aprehende.[198]
Aristóteles caracterizó la filosofía (metafísica) como el saber que
"contempla el ente en tanto ente",205 "es decir, respecto de su ser",[199]
y por otro lado la llama "saber acerca de la verdad".207 Todo ello documenta la
necesaria conexión entre ser y verdad. De modo que para preparar adecuadamente
la cuestión del ser, es preciso "la aclaración ontológica del fenómeno de
la verdad".[200] La relación es tan íntima, que puede
decirse que en Heidegger la cuestión del ser es a la vez la cuestión de la
verdad, y viceversa. Sólo que al decir esto ha de tenerse en cuenta que el
término "verdad" asume su sentido originario, distinto del que tiene corrientemente.
Según la concepción tradicional, la verdad se define como la
coincidencia, concordancia o adecuación entre el intelecto y la cosa (coincidentia intellectus et rei) (cf.
Cap. VIII, § 8, y Cap. X, § 2): si lo que se piensa o dice -el juicio o la
proposición- coincide con la cosa misma o situación objetiva a que se refiere,
lo pensado o dicho es verdadero.
Esta definición, tan obvia y tan comprensible de suyo
aparentemente, encubre empero granees dificultades y supuestos. Pues, ante
todo, ¿qué significa aquella "coincidencia"? ¿En qué
"coinciden" el intelecto y la cosa, la proposición y lo mentado por
ella? Sobre la mesa hay una moneda de cinco marcos. Afirmamos: "esta
moneda es redonda", y decimos que la proposición coincide con la cosa.
"Pero, ¿en qué pueden coincidir la cosa y la proposición" si lo que
aquí está en relación, la moneda y la proposición, son manifiestamente cosas
tan diferentes? La moneda es de metal; la proposición no. La moneda es redonda,
pero no la proposición. La moneda sirve para hacer compras, pero no,
evidentemente, la proposición.
No obstante, a pesar de toda la desemejanza entre ambas,
dicha proposición, en cuento que es verdadera, coincide con la moneda. Y esta
coincidencia, según el concepto corriente de verdad, ha de ser una adecuación.
¿Cómo lo completamente diferente, la proposición, puede adecuarse a la moneda?
Debiera convertirse en moneda y así dejar de ser sí misma por completo.[201]
Preguntémonos cuándo la verdad se muestra expresamente,
cuándo se nos revela. Ello ocurre, sin duda, cuando el conocimiento (la
proposición) se acredita como verdadero; cuando se lo comprueba, entonces se
muestra la verdad de lo afirmado. Sea, v.gr., la proposición: "El cuadro
colgado de la pared está torcido",[202]
proposición que enunciamos sin ver el cuadro. La verdad de esta afirmación se
acredita o comprueba dirigiendo la vista al cuadro y percibiéndolo: éste, en
efecto, está torcido. ¿Y qué se comprueba? No, por cierto, una
"coincidencia" o "adecuación" entre la proposición y la cosa;
no hay aquí una comparación entre ambas; sino que lo que se comprueba es que la
proposición muestra al ente "tal
como es en sí mismo",[203]
que el ente es tal como la
proposición lo mienta.
Lo que se acaba de decir implica dos cosas. En primer lugar, la proposición verdadera
es descubridora:
Que la proposición es verdadera
significa: descubre el ente en sí mismo. Enuncia, muestra, "deja
ver" αποϕανοις [apóphansis] el
ente en su estado-de-descubierto. El ser-verdadera
(verdad) de la proposición debe entenderse como ser-descubridora.[204]
En cuanto que el habla (lenguaje, proposición) es un
existenciario, el ser-verdadero será un modo de ser del Dasein, en el que éste
es descubriendo.
En segundo lugar,
para que ello sea posible es menester que el ente mismo se muestre,[205] de manera que la comprobación sólo es
posible sobre la base del aparecer del ente, de su des-ocultamiento.
En efecto, los griegos a la verdad la llamaron αληθεια (alétheia), que literalmente traduce
Heidegger por Unverborgenheit,
"estado-de-no-oculto" o desocultamiento.
El ser-verdadero del λογος [habla] como αποφανοις [enunciación] es el αληθευειν
[ser-verdadero, decir verdad] en el modo del αποφαινεσθαι [hacer-ver]: permite
ver el ente -sacándolo del estado-de-oculto- en su estado-de-no-oculto
(estadode-descubierto). La αληθεια [verdad], equiparada por Aristóteles con
πραγµα [cosa], φαινοµενα [fenómenos] |...|, significa las "cosas
mismas", lo que se muestra, el ente
en la manera de su estado-de-descubierto. [206]
Simplificando: ser-verdadero (αληθευειν) es αποφαινεσθαι (apopháinesthai) (cf. § 5), permitir
ver el ente, para lo cual es preciso des-ocultarlo o descubrirlo, esto es,
sacarlo del en-cubrimiento o estado-de-oculto en que por lo pronto se
encuentra. De manera que la verdad, en su
sentido originario, no es coincidencia, no es verdad proposicional (o
verdad de la proposición), sino que es desocultamiento, el acontecimiento
merced al cual el ente es puesto en estado-de-no-oculto, y este estado mismo.
Pero entonces, ¿cuál es el fundamento del ser-verdadero?
Este "sólo es ontológicamente posible sobre la base" del
ser-en-el-mundo, es decir, del Dasein; el seren-el-mundo es el "fundamento del fenómeno originario
de la verdad".[207]
Más exactamente: lo que posibilita el ser-descubridor, propio del Dasein, y lo
que por ende es verdad más originariamente, es el estado-de-abierto (el ser-en,
el "ahí"), constituido por la disposicionalidad, el comprender y el
habla. Para que haya el ser-verdadero de la proposición, es menester que el
ente se muestre; pero a su vez, para que el ente se muestre es preciso un ente
a quien pueda mostrarse, es decir, un ente que esté en estado-de-abierto para
lo que se muestra. Tal es el ser del hombre. La cura entonces encierra en sí el
estado-de-abierto.[208]
Verdad en el sentido más originario es el estado-de-abierto
del Dasein, estado al que es inherente el estado-de-descubierto del ente
ultramundano.217
El "lugar" primario de la verdad no es pues la proposición (en la que
ocurre una apropiación de lo descubierto), sino que "se funda en el
descubrir o bien en el estado-deabierto del
Dasein".218
Sí la verdad originaria se funda en el estado-de-abierto, y
el Dasein es estado-deabierto,
resultará que el Dasein, en tanto
existe, es en la verdad. En tanto el
Dasein es esencialmente su
estado-de-abierto, y en cuanto abierto abre y descubre, es esencialmente
"verdadero". El Dasein es
"en la verdad"[209] Esta tesis, que el Dasein es en la
verdad, no ha de entenderse (ónticamente) en el sentido de que el hombre
poseyera la "Verdad" o toda la verdad, ni siquiera ninguna verdad
concreta; la tesis no se refiere para nada a las verdades concretas que pueda
poseer, sino que significa (ontológicamente) que, siendo en estado-de-abierto,
se le muestran entes, es decir, que constituye un ámbito de entes no-ocultos.
La verdad "pertenece a la constitución fundamental del Dasein",[210]
es un existenciario.
Mas por otra parte, según ya se sabe, "el
estado-de-abierto es esencialmente fáctico",[211]
el Dasein existe en cada caso en un determinado mundo, junto a (bei) un círculo determinado de entes, y
está por lo pronto caído en el uno, que disimula y deforma. De manera que lo
des-oculto (lo verdadero) es siempre un circuito restringido de entes, en tanto
que muchos otros le quedan ocultos; y, por otro lado, la caída obra de modo que
los entes son "descubiertos, pero al par desfigurados": "lo
descubierto y abierto se halla en el modo del estado-de-desfigurado y
estado-de-cerrado por obra de las habladurías, la avidez de novedades y la
ambigüedad".222
Entonces
Siendo esencialmente
cadente, el Dasein, según su constitución ontológico, es en la
"no-verdad".[212]
Y ello tan originariamente como en la verdad.
La comprensión-de-ser sólo es posible porque el Dasein es
ec-sistencia (cf. § 7), o sea estado-de-abierto, es decir,
"comprensión";[213]
porque si bien el ente es independientemente
de ella, el ser" 'es' sólo en el comprender del ente a cuyo ser pertenece
[...] la comprensión-de-ser".[214] Entonces resulta que
Ser -no ente- "hay" sólo en tanto es [la] verdad.
Y ésta sólo es en cuanto y en tanto
es [el] Dasein. Ser y verdad "son" igualmente originarios.[215]
19. Verdad óntica y verdad ontológica
Retrocedamos un poco.
Que una proposición es verdadera significa que muestra, que
permite ver o descubre. Mas para ello es preciso que el ente mismo se
des-oculte, se muestre.
Entonces se dirá que la verdad del ente (el
estado-de-no-oculto del ente o estadode-descubierto) o verdad óntica es más originaria que la verdad proposicional. Pero con ello tampoco basta, porque a su vez
la verdad óntica sólo es posible sobre la base de la verdad del ser (el
estado-de-no-oculto del ser, o estado-de-desvelado) o verdad ontológica.
En efecto, para que el ente se muestre es preciso darle la
"oportunidad" para ello, por así decirlo; se requiere un horizonte
(mundo) en que aparezca, o una "luz1' que lo ilumine y lo saque
así de la "oscuridad" del estado-de-oculto. Tal como para ver esta
mesa sobre la que escribo no basta con la mesa y el ojo, sino que además hace
falta la luz, de manera semejante (según lo comprendieron ya Platón y
Aristóteles, cf. Cap. V, § 8 y Cap. VI, § 6) se requiere una "luz"
(comprensión, proyecto) que ponga de manifiesto al ente, se requiere proyectar el ser del ente. Se estableció
(cf. § 4) que toda relaciono trato con el ente exige la previa comprensión o
proyecto del ser de ese ente; y que nuestro comportamiento difiere según sea el
ser del ente respectivo. La verdad ontológica o verdad-del-ser, entonces, en
tanto proyecto-del-ser, precede a la verdad óntica, es su condición de
posibilidad.
Ejemplifiquemos. La mesa sobre la que escribo es un útil, de
cierto color, de cierto precio, de determinado estilo y época, relativamente
fea pero cómoda, etc. Mas cuando esta mesa la enfoca la ciencia física, la
considera de manera muy diferente; y no sólo la ciencia física, sino
prácticamente toda la filosofía moderna, v.gr., Descartes (cf. Cap. VIII, §
12), o Kant en la medida en que para él la física era la ciencia por excelencia
(cf. Cap. X, nota 22). Los entes que estudia la física -y entre ellos esta
mesa- son entes meramente espaciales, res
extensae, dotados de cierta forma o figura y movimiento calculables
matemáticamente. Todo lo demás,
cualquier otro aspecto del ente (como su utilidad o su valor histórico), queda
excluido, o bien reducido a forma y movimiento (el color, por ejemplo, es para
la física clásica movimiento vibratorio del éter). Es obvio, no obstante, que
los entes de la vida diaria tienen ante todo caracteres como la utilidad, el
color, el precio, etc. ¿Cómo, entonces, el ente ha podido quedar determinado
tal como lo hace la física, como ente meramente espacial y móvil?
Para ello ha sido preciso "construirlo", pro-yectarlo,
según adelantó Kant (cf. Cap. X §§ 15 y 16). En un caso, este ente que está
aquí aparece a la luz de la ocupación "práctica", que proyecta el
ser-útil -y esto es "la mesa" sobre la que escribo-; en el otro caso,
el ente aparece a la luz de la "teoría", que proyecta el ser-cosa
(ser-substancia) o ser-objeto (objetividad, cf. Cap. X, § 15), y entonces esto
es un objeto físico.
Así se completa lo dicho respecto de la actitud teorética
(cf. § 8): para que surja la relación de conocimiento no basta con abstenerse
de toda operación, sino que es necesario "proyectar" el ser del ente
cognoscible, la objetividad del objeto, en una actitud en la que sólo interesa
la verdad (el estado-de-descubierto) por la verdad misma.[216]
De todos modos, la cuestión es más compleja; la ciencia
económica, v.gr., estudia los útiles.
Pero sea como fuere, en cualquier caso (la mesa, la cosa
física) el ente queda determinado a
priori por el ser: es éste el que "decide" en cada caso cómo va a
aparecer el ente, bajo qué luz. Y así el ente aparecerá determinado, en un
caso, por el ser-útil (sera-la-mano), en el otro por el ser-cosa o
ser-ante-los-ojos. La relación-al-ser, la ecsistencia, el
"movimiento" hacia el mundo (ser) como horizonte último, esto es, el
trascender, es el "acto" originario en que el ser pone en
estado-de-no-oculto (verdad ontológica). Proyectar o comprender el ser
significa "trascender" (cf. § 7), ir más allá del ente. Por tanto, la
verdad-del-ser (estado-de-no-oculto
del ser) se funda en la trascendencia del
Dasein.
20. Filosofía, ciencia, verdad
Ahora puede comprenderse que la filosofía no es ciencia ni puede convertirse en ciencia, según pretendía Husserl (cf. Cap.
XIII, § 3). Para aclararlo, conviene caracterizar rápidamente la ciencia, tomando
como referencia lo dicho en el parágrafo anterior y en el Cap. X, § 16.
La ciencia es a) un comportamiento
del hombre -uno entre muchos otros
posibles, comportamiento que no es
necesario, puesto que el hombre puede ser hombre sin ocuparse de ciencia, b) En tal comportamiento, el hombre se
coloca en la actitud teórica, es decir, contemplativa; se constituye en mero
espectador (cf. Cap. XIII, § 13), y en este capítulo, § 1 c). c) Lo que allí se
contempla son entes simplemente dados, entes ante-losojos, ob-jetos, los cuales
constituyen el tema de la ciencia, d) En
la actitud científica se da entonces el enfrentamiento entre el espectador, o
sujeto cognoscente, y el ente ante-losojos, el objeto conocido, e) Este frente a frente permite
"comparar" los juicios emitidos por el científico, con los objetos a
que se refieren, permite verificar sus afirmaciones; de manera que aquí se
encuentra, explícita o implícitamente, la noción de "verdad" como
coincidencia./) Las proposiciones de la ciencia, en la medida en que se
verifiquen en la contraposición, son válidas y universalmente aceptadas, g)
Pero todo ello es posible tan sólo si previamente se ha fijado de antemano el
ser del ente: v.gr., el ente físico como pura cosa espacio-temporal móvil. Sólo
el proyecto-del-ser del ente físico permite que haya para esta ciencia un
ente-ante-los-ojos, un ob-jeto propio, pues éste resulta del proyecto. Sólo
gracias al proyecto puede hacerse presente el objeto, presencia (la del objeto)
que posibilita (cf. Cap. VIII, § 9, y Cap. XIII, § 7) la "evidencia"
y la "coincidencia", por ser condición de éstas que el ente esté ya
presente, dado, puesto (positum). Asimismo
la validez de las proposiciones científicas depende del proyecto: se las acepta
en la medida en que se parte del mismo proyecto, en tanto y en cuanto éste
subsista y los hombres de ciencia sigan sus reglas de juego. Pero "cuando
el plan se modifica los juicios que se fundan en él pierden su validez.
Ilustración de esto es la historia de las revoluciones científicas".[217]
h) En tanto que el
tema de la ciencia lo constituyen sus objetos, ella no se ocupa del proyecto-del-ser de los mismos; el proyecto forma
parte de los supuestos a partir de
los cuales procede el hombre de ciencia. Por eso pudo afirmarse (cf. Cap. III,
§§ 3 y 9) que la ciencia es un saber con supuestos; en tanto ciencia, los
admite simplemente, procede sobre la base y a partir de los mismos.
/) Todavía una última observación. Suele afirmarse muchas
veces, y no sólo en la ciencia, sino en todo género de discusiones, que en
definitiva lo que decide son los hechos mismos. Mas en vista de lo que se lleva
dicho, debiera resultar claro que no hay
hechos puros -contra todo lo que
pueda creer el positivismo, el marxismo (cf. Cap. XII, § 8), o el mismo hombre
de ciencia que no se haya percatado del carácter de los conceptos fundamentales
con que opera Ello puede comprenderse con facilidad reflexionando una vez más
sobre la física, y recordando, por ejemplo, que uno de sus pilares, el
principio de inercia (cf. Cap. X § 15), considerado en sí mismo, es nada más
que una suposición, algo "imaginado" por el científico, pero
radicalmente incapaz de comprobación, porque no puede encontrarse jamás en la
experiencia un móvil en las condiciones de que habla Galileo (plano infinito, eliminación
total del roce, etc.). Por ello
La "fundación" de la "ciencia de hechos"
sólo fue posible gracias a que los investigadores comprendieron que no hay en
el fondo "meros hechos".[218]
Los llamados "hechos" sólo son posibles y
accesibles sobre la base del respectivo proyecto. (Casi ni hace falta señalar
que aquí revive, una vez más, el descubrimiento de Platón: la aprioridad de la
"idea", Cf. Cap. V, § 3; es decir, aquí, el "conocimiento"
a priori de qué sea "naturaleza").
La filosofía procede de modo muy diferente, y por ello es
incomparable con la ciencia. En efecto, el "tema" de la filosofía,
aquello de que se ocupa, no es ningún objeto ni ente ante-los-ojos, sino que es
la proyección, la comprensión-del-ser, y el ser mismo en general (cf. c y g). El ser sólo lo hay en el proyecto,
que por ser pro-yecto no es nada dado, ni dable, ni presente (cf. c), sino
adviniente, algo que tiene su dimensión en el futuro; presentes son los
objetos, pero no el ser ni la existencia, la cual es poder-ser. Por ende, la
idea de verdad con que procede la ciencia (cf. e) será totalmente ajena a la filosofía; ni la evidencia ni la
intuición eidética (que exigen la "presencia" del objeto) tienen
sentido aquí, donde no puede haber frente a frente ni comparación ni confrontación
con el objeto -porque propiamente no hay objeto ni nada con que comparar-, ni pueden alcanzar el ser del hombre como
poder-ser, como proyección, que no es nada dado, nada "real", sino
radical posibilidad. Por ello las afirmaciones de la filosofía no son
proposiciones universales y necesarias.
Por lo que se refiere a los supuestos (cf. h), en la filosofía la cuestión es
compleja. Baste aquí decir que dada la condición finita del hombre, es decir,
del proyecto-del-ser -o, en otras palabras, porque el proyecto es siempre
yecto-, porque el hombre es en la noverdad, la filosofía siempre tendrá
supuestos, no podrá constituirse sin ellos (cf. Cap. XIII, § 7). Pero a la vez intenta (cf. Cap. III, § 10 y Cap. IX, §
9) no admitirlos porque sí, sino que se esfuerza por descubrirlos, penetrarlos
y desplegarlos en sus implicaciones.
La filosofía no debe querer negar sus "supuestos",
ni concederlos simplemente.
Los concibe y, a una con aquello para lo que sirven de
supuestos, los desarrolla acabadamente.[219]
La verdad de la filosofía, entonces, es diferente de la
verdad de la ciencia y no puede compararse con ella. Lo cual no implica
abandonar la verdad (ni la ciencia, por cierto), sino por el contrario
ahondarla, porque la misma verdad de la ciencia (como toda verdad óntica) tiene
su fundamento en algo que por esencia se le escapa, a saber, en la verdad como
estado-de-no-oculto. Si la ciencia es
posible, ello depende, como cualquier otro comportamiento humano, de la
comprensión-del-ser, esto es, de que el hombre, en lo más íntimo de su ser, es
trascender. Pero trascender es ir "más allá" (µετα, [meta]), a saber, más allá de los entes
(φυσικα [physiká]); el trascender es
la meta-física (filosofía). Encarada de esta manera, la metafísica no es
"ni una asignatura de la filosofía escolar ni un campo de ocurrencias
caprichosas",[220]
"no es nada que fuese meramente 'creado' por el hombre en sistemas y
doctrinas".[221]
Sino que:
La metafísica es el
acontecimiento fundamental en el Dasein. Es el
Dasein mismo.[222]
La metafísica, según había dicho Kant y Heidegger repite,
pertenece a la "naturaleza del hombre". Y la filosofía no es sino la
tematización, la expresa conceptualización del trascender, la expresión en
conceptos de lo que un hombre es en su más radical raíz.
Considerada de este modo, la filosofía no es una determinada posibilidad del hombre
entre otras ( como la ciencia, cf. a), sino
su esencia misma, y, como tal, necesaria; entendida como el trascender mismo en
que el hombre ec-siste, el hombre no puede
renunciar a ella, sino que la
filosofía constituye su fundamento mismo, y no un posible comportamiento entre
otros. Al mismo tiempo se comprende que, no siendo el trascender ni teoría ni
praxis (cf. § 17), sino la raíz de cualquiera de ellas, la filosofía tampoco
puede comprenderse adecuadamente como teoría ni como praxis, sino como el
fundamento de cualquier decisión tanto teorética cuanto práctica (cf. b).
La verdad de la filosofía, pues, no ha de medirse con la
vara de la verdad científica. Sus verdades no son universales y necesarias (cf.
y), pero son verdaderas en un sentido mucho más fundamental; en efecto,
posibilitan las verdades universales y necesarias, puesto que abren el ente en total
y en cuanto tal (el ser del ente), gracias a lo cual tan sólo puede tomar
contacto con los entes tanto el
hombre de la actitud cotidiana cuanto el
hombre de ciencia.
Pero ocurre que el trascender, la comprensión-de-ser, el
proyecto, están por lo pronto "en el olvido".[224]
El hombre, pues, habrá de afanarse por rescatarlos de ese olvido, si es que quiere rescatar su propio ser, lo
que él en sí mismo es. Por lo tanto, de lo que se trata, según Heidegger,
es de esforzarse por pensar esta verdad originaria que el hombre es en tanto
trascender, la αλεηθεια o iluminación (Lichtung)
del ser.
A este esfuerzo dedicó Heidegger toda su vida, no para
llegar a una "respuesta" o resultado con que se acabase la cuestión,[225]
porque ello equivaldría a convertir al ser en un ente, en algo ante-los-ojos
(cf. § 3), sino para señalar un camino, y
marchar por él camino que es camino de interrogación,
de pregunta.237 Es el
"uno", el impersonal, la existencia inauténtica la que, por creerlo
todo sabido o sabible (cf. § 16), no pregunta propiamente. Pero si el hombre ha
de escuchar el llamado de su ser como ec-sistencia, entonces deberá empeñarse
en el camino del preguntar, y formular auténticamente la pregunta: ¿por qué hay
ente, y no más bien nada? Y ello no para responder a una pregunta que carece
propiamente de respuesta, sino para experimentar este acontecimiento tan
extraño a todo lo que la cotidianidad y las mismas ciencias nos tienen
acostumbrados: que "hay" ser, y
que éste no es ente. De lo que se
trata es de preguntar esta pregunta.
BIBLIOGRAFÍA
El lector habrá podido apreciar, por la sola exposición
precedente, las dificultades del estudio de las obras de Heidegger,
especialmente de su libro capital. Ser y
tiempo, cuya comprensión requiere ineludiblemente algún conocimiento del
alemán. La traducción de JOSÉ GAOS (El
ser y el tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 1951, y reediciones)
es muy buena, pero escrita en un lenguaje con frecuencia muy dificultoso. La cuarta
sección de Kant y el problema de la
metafísica (trad. esp., México, Fondo de Cultura Económica, 1954) resume la
problemática de Ser y tiempo y puede
servir como introducción al estudio de esta obra. La Introducción a la metafísica (trad. esp. de E. Estiú, Buenos Aires,
Nova, 1956 y reed.) también puede ser abordada
en una primera aproximación al filósofo. La famosa clase inaugural en la Univ.
deFriburgo en Brisgovia, ¿Qué es
metafísica?, la tradujo X. Zubiri (apareció primero en Cruz y Raya, de Madrid, nº 6, 1931, y reed. México, Séneca, 1941). ¿Qué es eso de filosofía?, trad. A. P.
CARPIO, Buenos Aires, Sur, 1960.
Holzwege padece
una deplorable versión española {Sendas
perdidas), absolutamente inutilizable. En cambio es buena la versión
francesa, Chemins qui ne mènent nulle
part (Paris, Gallimard, 1962), lo mismo que Introduction à la métaphysique (París, Presses Universitaires de
France, 1958), Qu' appelle-t-on penser? (id.,
id., 1959), Le principe de raison (Paris,
Gallimard, 1963), Essais et conférences (id.,
id., 1958), Approche de Holderlin (id.,
id., 1962). Con el título Questions I,
II, III, IV (Paris, Gallimard, 1966 ss) se han reunido diversos trabajos que
Heidegger publicó en forma separada; las traducciones de Qué es metafísica y De la esencia
del fundamento están quizás anticuadas, pero son muy buenas las restantes.
De la ya enorme bibliografía sobre Heidegger, señalamos sólo
obras accesibles al lector de lengua española, o que nos parecen especialmente
importantes.
D. CRUZ VÉLEZ, Filosofía
sin supuestos. Buenos Aires, Sudamericana, 1970. La segunda parle de este
excelente libro se ocupa de Heidegger: muy claro y a la vez profundo, puede
servir de introducción y clave para el conjunto del pensamiento heideggeriano.
M. OLASACASTI, Introducción
a Heidegger, Madrid, Revista de Occidente, 1967. Muy buena exposición del
conjunto del pensamiento de Heidegger, clara y objetiva.
A. DE WAELHENS, La
filosofía de Martín Heidegger, trad. esp., Madrid, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1945 (y reed.). Es, hasta hoy, el único libro
recomendable que proporcione una exposición completa y relativamente detallada
de Ser y tiempo; la interpretación
que el autor hace de Heidegger, sin embargo, es discutible.
MAX MÜLLER, Crisis de
la metafísica, trad. esp.. Buenos Aires, Sur, 1961. Buena introducción
escrita por un discípulo; fija el sentido del pensamiento heideggeriano dentro
de las principales corrientes filosóficas del pasado y frente a la filosofía de
la existencia.
L. LANDGREBE, Philosophie
der Gegenwart (Filosofía contemporánea). Frankfurt M.. Ullstein. 1957.
Panorama de la filosofía actual, principalmente la alemana, pero de tal modo
que resulta a la ve/ una introducción a Heidegger, en quien Landgrebe ve
confluir toda la problemática del pensamiento contemporáneo. Hay trad. esp.,
Caracas, Monte Avila. 1969.
W. BIEMEL. Le concept
de monde che: Heidegger, Louvain-Paris, Nauwelaerts-Vrin, 1950. Aunque
centrado en el tema del mundo, según señala el título, este pequeño libro se
ocupa del conjunto de Ser y tiempo, del
que ofrece una penetrante exposición.
A. De WAELHENS, Heidegger.
trad. esp.. Buenos Aires. Losange. 1955. No debe confundirse con la obra
del mismo autor citada arriba. Es un pequeño libro que puede servir como
introducción.
O. PÖGGELER, Der
Denkweg Martin Heideggers. Pfullingen. Neske, 1963. Buena exposición en
orden cronológico de todo el pensamiento heideggeriano, desde sus primeras
obras anteriores a Ser y tiempo, hasta
Kants These über das Sein (1962); ha
utilizado también obras inéditas. Hay trad. francesa.
W. J. RICHARDSON, Heidegger,
Through Phenomenology to Thought, The Hague, Nijhoff. 1963. Es el
equivalente en ingles, por así decirlo, de la obra de Pöggeler, aunque con
mayor extensión y detalle (más de 700 pp.)
W. MARX, Heidegger und
die Tradition. Stuttgart, Kohlhammer. 1961. El sucesor de
Heidegger en la cátedra de Friburgo lo contrapone a la
tradición -Aristóteles y Hegel, Libro difícil, pero de lo mejor que se haya
escrito.
A.ROSALES, Transzenden;
und Differenz. Den Haag, Nijhoff. 1970. Tesis de doctorado en la
Universidad de Colonia de un notable estudioso venezolano; se trata de un
profundo estudio de Ser y tiempo y demás
obras del mismo período a la luz del tema de la trascendencia y la diferencia.
A. P. CARPIO, "La pregunta por el ser", en Cuadernos de Filosofía (Facultad de
Filosofía y Letras Univ. de Buenos Aires), núm. 15-16.
G. VATTIMO, Introduzione
a Heidegger. Roma-Bari. Laterza, 1981. Muy buena presentación del conjunto
del pensamiento de Heidegger. Hay trad. española (Introducción a Heidegger. Barcelona y México, Gedisa, 1986), pero
los textos de Heidegger están traducidos del italiano, lo cual, junto con
ciertas incongruencias con la versión más corriente de la terminología,
dificulta la comprensión. De todos modos, es libro muy recomendable.
Desde 1976 se vienen publicando la obras completas de
Heidegger, con el título de Gesamtausgabe
(Edición integral) y de la cual se han publicado hasta el momento (agosto
1993) más de 40 volúmenes (Klostermann, Frankfurt a. Main).
CAPÍTULO XV
EPÍLOGO. EL HOMBRE Y
LA FILOSOFÍA
Cerramos estas ya largas páginas con un par de conclusiones
acerca del hombre y de la esencia de la filosofía.
1. El hombre como existencia
Las diversas interpretaciones que del hombre se han dado,
vienen todas a coincidir, en el fondo, con la que todavía pasa por ser su
definición: homo animal rationale, el
hombre es un ser vivo dotado de razón. Tal idea del hombre tiene diversas
variantes: desde la que lo vincula con lo divino, hasta aquellas que ven en él
sólo un animal más "evolucionado", en el cual el sistema de sus
instintos (de poderío, o económicos, o la libido) lo coloca por encima de todos
los demás entes naturales, aunque sin separarlo radicalmente de ellos.[227]
Pero en todos los casos, al hombre se le atribuye una esencia fija, una esencia pensada, según la noción clásica, como
algo cósico, dado ya de antemano, y que cada hombre individual realizaría de modo
más o menos adecuado -a la manera como todos los caballos realizan la esencia
de su especie, o las sillas la de la suya.
En su vertiente espiritualista, esta interpretación del
hombre llega a su culminación con Hegel. Para él (cf. Cap. XI), el hombre, como
cualquier otro ente, responde a una esencia establecida por la Idea. La esencia
del hombre consiste en pensar, y en
definitiva pensar la Idea, las "simples esencialidades" (einfache Wesenheiten)[228] "dadas" (intemporalmente)
antes de toda existencia. Con otras palabras: lo propio del hombre se halla en
el ejercicio de la actividad teorética, y, en última instancia, de la filosofía
(tal como lo había anticipado Aristóteles).
Según el materialismo histórico -donde pareciera quebrarse
la concepción clásica-, la esencia del hombre, en cambio, está dada por el
trabajo, por la praxis social, de la que el pensamiento es elemento
constitutivo. En ese acto de producción de sí, el hombre, de acuerdo con Marx,
se acredita o se muestra como lo que es -como lo que es por esencia-: como "ser genérico" (Gattungswesen), es decir, como referencia
a lo universal (cf. Cap. XII, § 3). De tal modo hay una esencia que le fija
al hombre su meta, que le pone un ideal que deberá esforzarse por realizar: el
cumplimiento o plenitud del hombre como ente genérico o universal. En
consecuencia, si por un lado Marx lo caracteriza al hombre como el ente que se
produce a sí mismo, es preciso en seguida agregar que ese proceso de
autoproducción tiene ya dado de antemano
lo que ha de producir, a saber, el "ente genérico". Ahora bien,
lo universal, o el género, es lo que siempre se ha llamado "esencia".
Entonces Marx repite la concepción clásica racionalista, pues si ésta decía:
realización de la racionalidad, Marx dice: realización del género, es decir, de
lo universal, de lo racional. Pero entonces ocurre que el verdadero productor no es el individuo, ni
siquiera la sociedad, sino la Gattungswesen,
la "esencia genérica" -es decir, la "idea". Marx, por
último, simplemente parte de la
relación -constitutiva- del hombre con la naturaleza, con los otros hombres y
con los demás entes en general, sin preguntar por lo que hace posible tal
relación; para él es perfectamente "natural" que el hombre sea un
ente natural.
Pero el hombre no es un ente natural, la animalitas no puede definirlo, ni
siquiera con el agregado de la ratio como
diferencia específica. Y no puede hacerlo porque esa "naturaleza"
queda sin aclarar y se la toma como un hecho,
como si hubiera una naturaleza en sí. Mas la naturaleza, es decir, lo que
la ciencia llama naturaleza (que es a
lo que Marx se refiere, y a lo que se refiere toda la filosofía moderna) es resultado del proyecto por el que se
funda la ciencia moderna (cf. Cap. XIV, § 20).
Si se toma la palabra "esencia" (Wesen) en el sentido que siempre se le
ha dado en filosofía, no puede decirse en modo alguno que el hombre, entendido
como Dasein, tenga esencia. En
efecto, los caracteres del Dasein son
"modos de ser posibles para él en cada caso y sólo esto"[229]
En cambio los caracteres de las cosas son caracteres ante-los-ojos (vorhanden), porque las cosas mismas son
"ante-los-ojos", esto es, simplemente dadas y como ofrecidas a la
mirada como algo que se presenta con tal o cual aspecto (ειδος [eidos]) dado. El Dasein, en cambio, no tiene "aspecto" (ειδος) porque él
es poder-ser, relación a sus posibilidades, que, por ser posibilidades, no son
nada real o cósico; de manera que su relación con las posibilidades es esencial
"movilidad", por así decirlo. Para que algo tenga "aspecto"
(esencia), ese algo tiene que ser susceptible de ofrecerse simplemente a la
mirada (sensible o intelectual) y tener así un ser simplemente dado y presente
(a la mirada). El hombre, en cambio, se determina en función de las
posibilidades, esto es, de lo que todavía no es, es decir, ad-viniendo hacia
sí, desde el futuro. La esencia (ειδος ,"aspecto"
especie, género), al revés, significa algo así como un pasado (aunque intemporalmente pensado) que se ha hecho simplemente
presente, porque tales determinaciones ya están dadas desde siempre y le vienen
al individuo "desde atrás", desde el pasado; por ello Aristóteles la
llamó a la esencia το τι ην ειναι "lo que era para ser", y Hegel recordaba el parentesco entre "Wesen",
"esencia", y "gewesen",
"sido".[230]
La cosa agota su ser en lo que es (desde siempre, desde "antes"); el
hombre es más de lo que de hecho es, porque en lugar de quedar en sí como la
cosa, va más allá de sí, hacia sus posibilidades, que, como posibilidades
existenciarias, son lo que son en tanto
posibles, no en función de su realización. El sentido primario de la
existenciariedad es el futuro o ad-venir.5
Desde este punto de vista, entonces, el hombre no tiene esencia, si con ella se quiere señalar cualquier conjunto de
caracteres ante-los-ojos, o un qué con
el que se indique un contenido (razón, trabajo, etc.) que cada ejemplar debiera
realizar y de hecho realizara. El hombre no es un qué sino un quién, y de
él no puede hablarse en términos generales (genéricos, esenciales), sino sólo
con pronombres personales. En todo caso, su "esencia",
si aún quiere emplearse el término, equivaldrá a su ser, el que "reside en su existencia" [231]-donde
existencia significa el modo concreto
cómo en cada caso el hombre, en
cuanto comprensión-del-ser, se comprende también a sí mismo.
Así se explica
-cosa que no ocurre con las otras ideas del hombre- que éste pueda
interpretarse a sí mismo como animal
rationale, como vida teorética, etc., pero también como praxis social, o como servidor o criatura de la
divinidad, o como mero ente natural (digamos, v. gr., como animal más
evolucionado). De manera que todas éstas -la de Aristóteles, la de Hegel, la de
Marx, la religiosa, la mítica, la naturalista o cientificista- son todas ellas interpretaciones del hombre, pro-yectos que el hombre hace de sí
mismo, y, en cuanto interpretaciones, todas
ellas están justificadas, pero a la vez son parciales,
porque ninguna lo agota, o, mejor dicho, porque ninguna de ellas alcanza su
raíz.
En cambio, parece que solamente el concepto de existencia llega al fondo o fundamento
mismo del hombre, y a la vez explica la posibilidad de todas aquellas interpretaciones, porque constituye la condición de
posibilidad de cualquiera de las mismas. En otras palabras, explica que el
hombre haya podido ser interpretado en toda aquella diversidad de maneras
-porque ninguna j interpretación es posible sino en el horizonte de la previa
comprensión-del-ser.
El Dasein es en el modo de que en cada caso se ha entendido,
o no se ha
entendido, ser [de] tal [modo] o [de] tal [otro].[232]
[...] el Dasein [...] se
ha comprendido en cada caso ya,
por mítica y mágica que resulte su interpretación. Pues en otro caso no
"viviría" en un mito, ni se ocuparía de su magia en el rito y el
culto.[233]
El hombre pues, en su fundamento (Dasein), no es nada fijo, no es substancia ni cosa, sino que es ec-sistencia o trascender, el movimiento del adelantarse a sí para venir hacia sí,
hacia lo que ya es, en función del proyecto-del-ser. En tanto que el ser de las
cosas es ser-en-sí, ser cerrado, substancia, el hombre es de modo totalmente
diferente: no encapsulamiento en sí (según lo pensaba la idea de
"sujeto"), sino aquel esencial "movimiento" de salir de sí
hacia el mundo, gracias a lo cual pueden aparecérsele los entes, entre ellos el
ente que él mismo es.[234]
El hombre es hombre en tanto
comprende, en tanto proyecto, en tanto acto de trascendencia -en tanto relación-al-ser.
Allí se encuentra, a la vez que su privilegio, el riesgo de
su condición, el riesgo de ser hombre: el
"hermoso peligro"10
que significa para la vida humana el no tener
la guía de una esencia, el no disponer del "seguro" y garantía de una
esencia. Porque el hombre es en tanto ec-siste, es decir, en cuanto se
proyecta; pero esta comprensión no encuentra ningún sentido ya dado, objetivamente -porque (repitamos)
el sentido, el ser, no es nada "objetivo", nada que esté dado en
alguna parte (así fuese el mismo mundo de las ideas, o en el fin de la historia
o de la prehistoria del hombre). El "ser" (sentido) sólo
"es" en el proyecto mismo. De manera que lo que el hombre sea depende
de cómo se comprenda o interprete a sí mismo; el "sentido" es algo
que se lo tiene que inventar, algo que el hombre en cada caso tiene que pro-yectar. Como proyecto de sí, él
tiene que hacerse a sí mismo, libremente -pero no libre en absoluto (en
abstracto), sino dentro del campo de juego de las posibilidades concretas que a
cada uno se le ofrecen (y que, sin duda, pueden ser harto limitadas).
2. El valor de la filosofía
Considerada como proyecto-del-ser, la filosofía no es nada
ajeno al hombre, no es un mero "agregado", ni siquiera una posibilidad suya entre otras, sino la necesidad de su ser como trascender,
como ir más allá de los entes para comprenderlos en función del proyecto -el
vuelo del alma de que hablaba Platón.[235]
Porque no se trata de que el hombre "tenga" comprensión-del-ser, sino
que él es su respectivo proyecto (cf.
Cap. XIV, espec. §§ 4, 7 y 13), y por eso no puede prescindir de ella sin dejar
de ser hombre. Schopenhauer decía[236]
que "el hombre es un animal metafísico" -lo cual significa en
nuestro contexto que es un ente que no se limita a darse como los demás, sino
que se proyecta "más allá" del ente en general. Podrá el hombre
dedicarse a la política, o no- al comercio o a las artes; abrazar una religión,
o hacerse ateo; podrá dedicarse al estudio, o preferir los pasatiempos más
superficiales: todo ello lo podrá o no, dependiendo de sus decisiones (y
dentro, claro está, de las condiciones impuestas por la facticidad). Pero el
filosofar -entendido como trascender, como comprensión-del-ser- es una
fatalidad de la que el hombre en tanto hombre no puede deshacerse, y no hacer
filosofía es una radical imposibilidad.
Pero entonces -podría argüirse-, si en tanto hombres
"ya acontece el filosofar"[237] bis en nosotros, ¿para qué
ocuparnos de filosofía expresamente? ¿No basta acaso con que el trascender
efectivamente acontezca, sin necesidad de ponerlo en claro, sin necesidad de
explicitarlo -sin necesidad, en una palabra, de tomarnos el trabajo de pensar! ¿No es que hay otras urgencias, mucho más
imperiosas, que nos reclaman -como la necesidad de ganarse la vida, o la
necesidad de modificar las condiciones de la sociedad para llegar a una
organización más justa? Sin ninguna duda.
Y quien crea que los filósofos -los grandes filósofos, se
entiende, no los segundones- han pensado otra cosa, se equivoca por completo.
¿Cómo podría nadie pensar, si no comenzase por alimentarse? En su República (libro en general todavía mal
leído), el "idealista". Platón enseña, con la mayor claridad posible,
que toda vida humana y toda organización social comienza por la satisfacción de
las necesidades más elementales: alimentos, habitación, vestimenta.[238]
La República tiene a la vez una
función "revolucionaria" -como se diría hoy-, la de proyectar una
sociedad mejor, más justa que la existente. Pero también enseña que la mera
satisfacción, por mejor ordenada y "justa" que fuese, de aquellas
necesidades elementales, no haría con la vida humana mucho más que
"mejorar" su condición animal, y la resultante sólo sería una
sociedad de cerdos.[239]
El hombre se realiza plenamente tan sólo con una salida de la caverna (cf. Cap.
V, §§ 14 y 15), es decir, en la paideia como
despliegue de su comprensión-del-ser, de su relación con el mundo de las ideas.
En sentido semejante, Aristóteles, refiriéndose a la metafísica comparada con
las demás disciplinas y actividades humanas, decía: Más urgentes son todas las
otras; pero ninguna es mejor.15
Por ende, cuando se pregunta -como es tan común oírlo- ¿para qué sirve la filosofía?, la
respuesta es muy sencilla: la filosofía
no sirve para nada. Más esto no es una descalificación de la filosofía,
sino todo lo contrario. Porque lo que sirve para algo, lo que es
"útil", es lo que no tiene valor en sí, lo que no vale por sí mismo,
sino por otra cosa para la que sirve. Aristóteles mostró (cf. Cap. VI, § 8) que
la vida humana siempre requiere un fin último, a cuyo servicio esté todo lo
demás (porque si no todo lo otro carecería de sentido y valor), pero que él
mismo-, como fin, ya no sirve. Y algo
semejante se encontró al hablar de la estructura referencia! del útil, que
remite a un para-qué final, que es el hombre mismo (cf. Cap. XIV, § 9). De
manera que todo lo que meramente "sirve" os lo "servil"
-trátese de cosas o de personas (las que, por tanto, por ser serviles, han
dejado de ser personas). Lo que sólo vale como medio para alcanzar un fin, no
tiene valor absoluto. Pero lo que vale más, lo supremamente valioso, no puede
ser un medio, sino fin en sí, para lo cual sirve todo lo demás. Con más energía
que cualquier otro filósofo. Kant puso de relieve que ese fin absoluto es el
hombre mismo, al cual ha de considerárselo siempre "como fin, nunca como
mero medio" (cf. Cap. X, Sec. II, § 4). Y el núcleo del hombre lo ha
encontrado Heidegger en la comprensión-del-ser, es decir, en la filosofía. Por
eso la frase de Aristóteles dice que hay muchas cosas útiles, muchas cosas y
actividades más urgentes y apremiantes que la filosofía -pero que no hay ninguna que valga más, porque la
filosofía es el hombre mismo y todo lo demás le sirve a ella, es decir, al hombre; le está subordinado como los
medios al fin último. De modo que preguntar para qué sirve la filosofía, equivale
a preguntar para qué sirve el hombre.[240]
Ahora bien, estas consideraciones no quieren ser una
recomendación para que nadie estudie filosofía. El llevar a clara conciencia la
propia comprensión-del-ser no requiere necesariamente estudios formales. Hay
muchas maneras de embrutecerse, y una de ellas pueden ser los estudios
académicos; no ha de creerse que la cultura está forzosamente ligada a los
exámenes, a los títulos y a los libros -si bien, fuera de duda, la adecuada formación académica puede constituir
una excelente ayuda y necesaria disciplina para lo que de otro modo fuera
dispersión o esfuerzo vano.[241]
Lo que las consideraciones anteriores pretenden es tan sólo insistir en que la
filosofía, entendida como proyecto-del-ser -y no, v. gr., como libros de
filosofía, que se publican en cantidad y pueden ser pésimos-, expresa el núcleo
esencial del hombre, aquello de lo que no es posible prescindir sin dejar de
ser lo que en cada caso se es.
El estudio de la filosofía hecho a lo largo de estas páginas
quisiera servir de ayuda para los verdaderos estudios, que deberán hacerse
sobre la base de los grandes pensadores, y quisiera a la vez servir de
incitación. Si lo que cada uno es en su más honda raíz es la respectiva
comprensión-del-ser, que llamamos filosofía, y si eso que en definitiva somos
es lo que más nos interesa, porque se trata de nuestro propio ser entonces
resulta que, por lo menos en alguna medida y alguna vez, debiéramos prestar
atención a ese "fondo filosófico" que cada uno de nosotros "es"; debiéramos alguna vez
tratar de pensarlo con alguna detención, debiéramos tratar de elaborarlo
conscientemente de la mejor manera posible, dentro de nuestras respectivas
capacidades. De otro modo, la consecuencia es fatal e ineludible: seremos
víctimas del impersonal, que se encarga de "pensar" por nosotros -del
impersonal en cualquiera de sus manifestaciones, pero que hoy día domina
especialmente a través de todas las formas de la propaganda y de las
ideologías, aun las más inocentes, aun las más "humanitarias" o
"redentoras". ¿O será que queremos abandonarle nuestra propia
existencia al impersonal? ¿Será acasoque la responsabilidad de la existencia es
demasiado pesada, molesta y gravosa, y preferimos cedérsela a los
"sofistas" de cualquier especie, que prometen facilitárnosla?
¿O bien será que, por el contrario, estamos decididos a
pensar lo que somos?
Sapere aude! ¡Atrévete
a pensar! nos exhorta Kant con palabras
de un verso de Horacio[242]
"¡Anímate a valerte de tu propio entendimiento!
"[243]
3. Las "soluciones" de la filosofía.
Conclusión
En tal perspectiva, el panorama que ofrecen estos Principios puede considerarse como un
repertorio de los conceptos y problemas básicos de la filosofía, con los cuales
poder abordar todo estudio ulterior, y, ante todo, como galería de los grandes
modelos del filosofar. No de soluciones, sino de modelos, porque no se trata de
repetir a Platón, ni a Kant, ni a Heidegger, ni a quien fuere, sino de buscar, con la ayuda de su ejemplo, con
la incitación y guía de los grandes pensadores y maestros, la aclaración de los
insoslayables problemas a que como hombres no podemos escapar, la aclaración de
la propia comprensión-del-ser.[244]
Con su ayuda, porque son los grandes pensadores, esto es, aquellos que con
mayor hondura han penetrado en los problemas filosóficos y que más
decisivamente han determinado la historia en que nos encontramos insertos (es
decir, la historia que constituye nuestra facticidad). Y no, sin duda, para
seguirlos dogmáticamente, porque la filosofía no puede asimilarse a la manera
de un catecismo religioso o político, o de cualquier ideología, ni es prescripción
ninguna; al contrario, el estudio de la filosofía debiera enseñar el arte de
vivir sin recetas,[245]
el arte de pensar con la propia cabeza y no de prestado.
Nadie mejor que los grandes filósofos puede librarnos de los
lugares comunes, de la falacia de las ideologías, de todas las formas de
tiranía del "uno".
Porque sin duda, al enfrentarse con los problemas de la
filosofía -el del conocimiento, el de la conducta humana, el de Dios, el de la
belleza, el del alma, el de la libertad, etc., y, en definitiva, el del ser-,
y, además, al tropezar con tanta diversidad de pareceres como ofrece la
historia de la filosofía (cf. Cap. I, § 5 y Cap. IX, § 9), el lector se habrá
formulado más de una vez las preguntas: ¿pueden solucionarse estos problemas, o
no? Si los grandes pensadores no se han puesto hasta ahora de acuerdo, ¿no será
vano todo esfuerzo empeñado en tales cuestiones?
La segunda pregunta ya ha sido contestada más arriba (fin
del § 2); en esos problemas nos jugamos nosotros mismos, y cada uno sabrá si ello
le importa o no. Por lo que se refiere a la primera pregunta, la respuesta
inmediata tendrá que ser forzosamente ambigua: "sí y no", se
solucionan y no se solucionan, porque ello depende de qué se entienda por
"solución", y depende en definitiva de cada uno de nosotros. En
efecto, conviene distinguir tres tipos principales de "soluciones",
que llamamos disolución, absolución y resolución.[246]
La disolución consiste
en deshacer el problema, de tal manera que deje de serlo. Es lo que ocurre, v.
gr., con los típicos problemas matemáticos: allí se formula una cuestión, y
luego, con ayuda del cálculo, se llega a una respuesta con la cual el problema
desaparece, queda disuelto; una vez alcanzada la "solución", el
problema ha desaparecido, ya no es problema. La historia de la filosofía, y la
misma índole de ésta, muestran que en su dominio no es posible tal tipo de
solución; la disolución se aplica a entes ante-los-ojos, a objetos como los
entes matemáticos, pero no al filosofar como proyecto. En otras palabras, en
filosofía se trata de los problemas referentes al hombre como ec-sistencia,
como ente siempre abierto y que siempre tiene-que-ser.[247]
La segunda forma de solución la llamamos absolución, porque consiste en
descargarse (uno de los sentidos de la palabra latina absolutio es "descaigo") del problema, en quitárnoslo
("ab-") y delegarlo en otro para
que el otro se haga cargo de él. Ese otro puede ser el sacerdote, o el
psicoanalista, o el maestro a quien se venera ciegamente -o puede ser el uno,
el impersonal, "la gente" o el grupo al que se pertenece. Pero, en
cualquier caso, no soy yo mismo.
Puesto que no hay "ser en sí", sino que el ser lo
hay siempre sólo en el proyecto, no puede haber en filosofía disolución; y como
el proyecto es siempre en-cada-caso-mío (cf. Cap. XIV, § 7), toda forma de
absolución es ya secretamente un acto en-cada-caso-mío, por más impropio que
sea Por ello la filosofía, desde Sócrates y Platón, nos invita a la más alta
forma de solución-a la re-solución, vale
decir, a una decisión fundamental que cada uno debe tomar libremente, por sí
mismo y con la mayor claridad que pueda encontrar en su propia soledad. Porque
solamente así será respuesta propia, auténtica y libre - genuino
proyecto-del-ser.
[1] Cartesianische Meditatiomen. en Hua I, 74; trad. Medit. cartesianas, p. 65.
[2] Cf. M. HEIDEGGER, Einführung in die Metaphysik, Tübingen,
Niemeyer. 1953, pp. 34-35 (tr. esp., Introducción
a la metafísica, Buenos Aires, Nova, 1956. pp. 80-81).
[3] Ideen I, 93-94 (Hua III, 118); trad. Ideas, p. 115.
[4]
Ideen I. 94 (Hua III, 118); trad. Ideas, p. 115.
[5] Cart. Medit., en Hua I, 73 trad. Med. cart, 64. cit. en el Cap. XIII, a nota 75.
[6]
Hua IX, 274-275.
[7] Die Idee der Phänomenologie [La iden de fenomenología) [1907], en
Hua II. 75,
[8]
Y que no se identifica con el nous, la
nóesis ni la diánoia.
[9]
Cf. Novum organum I, 3 (trad. csp.. Novum organum, Buenos Aires,
Losada,1949, p- 72).
[10] Cf. The New Atlantis [La nueva Atlántida] (trad. esp. y ed. de J. A.
Vázquez. Buenos Aires, Losada, 1941: cf. espec. pp. 145-156).
[11]
Podría verse una contradicción entre la tendencia "técnica",
"dominadora", del pensamiento moderno, por un lado, y por el otro el
carácter "teorético" del mismo, la circunstancia de colocar en el
conocimiento -en la teoría- el modelo y fundamento de toda relación del sujeto
con las cosas. Sin embargo, no se excluyen, sino más bien se complementan,
porque no son sino los dos lados de una misma
relación, la relación sujetoobjeto, enrocada en un caso como determinación
del objeto por el sujeto, en el otro como determinación del sujeto por el
objeto (cf. N. HARTMANN, Rasgos
fundamentales de una metafísica del conocimiento, trad. esp., Buenos Aires,
Losada, 1957, tomo I, pp. 65, 68-69 y 75). No es casualidad que en ambos casos
se trate de la ratio. porque así como
ésta es la facultad de conocer, es a la vez el cálculo (ratio) el mejor modo de dominio.
[12]
Y no se arguya que ese hecho se explica por mis padres: porque lo que importa
es que no fue decisión mía.
[13] Entre los antecedentes
históricos de la filosofía de la existencia conviene mencionar, además de
SÓCRATES,
a SAN AGUSTÍN (cf. Cap. III, § 8 y Cap. VIl, § 4 d) y a B. PASCAL. (1623-1662).
Contra Hegel
[14]
bis Todo ello puede tener relación con las trágicas vicisitudes de
nuestro siglo, y considerarse como manifestación de consecuente pesimismo. La
filosofía de la existencia es una filosofía de entreguerras (las de 1914-1918 y
1939-1945), expresión, en parle al menos, de las terribles experiencias vividas
por el hombre de nuestro siglo -a la vez actor, víctima y testigo de la guerra
total, de la destrucción en masa, del racismo en sus formas más absurdas (si
alguna no lo lucra), de los campos de concentración, del desprecio por la
persona, etc., etc. Ello no quiere decir, sin embargo, que la filosofía de la
existencia sea nada más que reflejo de la época; porque en tal caso no se
explicarían los antecedentes (Agustín, Pascal, Kierkegaard), ni sería más que
moda, cuando precisamente lo que tenía de moda -el llamado
"existencialismo"- parece haber pasado sin dejar mayores rastros,
como pasa lo que sólo es moda. Pero toda gran filosofía, como todo gran arte,
quizá más que reflejo del inmediato presente, sea promesa para el porvenir.
Además, los aspectos oscuros, trágicos o melodramáticos de la filosofía de la
existencia son justo los más caducos, los que en su mayor parte ya han quedado
olvidados como manifestaciones de un "romanticismo" rezagado,
exagerado y de mal gusto.
ACTIVIDAD COMPENSATORIA
La teoría existencialista de Martin Heidegger
Es considerada uno de los principales exponentes de
este movimiento filosófico, asociado sobre todo a autores de finales del siglo
XIX y principios del XX. A su vez, el existencialismo ha sido un movimiento que
ha influido mucho a la corriente de la Psicología Humanista, cuyos principales
representantes fueron Abraham Maslow y Carl Rogers y que
durante las últimas décadas se ha transformado en la Psicología Positiva.
El existencialismo es una corriente filosófica en la que se
ha categorizado a pensadores tan dispares como Søren Kierkegaard, Friedrich
Nietzsche, Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus,
Miguel de Unamuno, Gabriel Marcel, el psicólogo Karl Jaspers, el escritor
Fiódor Dostoievski o el director de cine Ingmar Bergman.
Todos estos autores tienen en común su focalización en la naturaleza de la
existencia humana. En particular se centraron en la búsqueda del sentido
como motor de una vida auténtica, para lo cual destacaban la importancia de la
libertad individual. También los unieron sus críticas a la abstracción y a la
concepción del pensamiento como aspecto central.
Martin Heidegger, negó
su vinculación con la filosofía existencialista; de hecho, se han
distinguido dos periodos en su obra, y el segundo de ellos no se puede
clasificar dentro de esta corriente de pensamiento. No obstante, las propuestas
y los objetos de estudio de su primera etapa tienen un carácter existencialista
evidente.
Dentro de la diversidad de las posiciones
abarcadas por la común denominación de "existencialismo", y de sus
puntos de contacto y divergencia, cabe discernir una dirección, la de más
envergadura y estrictez filosófica, representada, sin duda, por el pensamiento
de Heidegger, en el que está el pulso y el rumbo de la nueva problemática. Una
de las consecuencias de más alcance de la analítica fenomenológica de la
existencia humana (Dasein) es la que destaca la situación de ésta, tal como
ella se presenta en este mundo, en su nuda facticidad, como un proceso
temporal, en sí mismo concluso. Deja, por ello, de ser concebida como mero
tránsito, en función de otro mundo de beatitud, a que estaría destinada. De aquí
surge la afirmación de la existencia concreta, con su ámbito social-histórico y
del destino del hombre como ser terreno, quedando, para éste, expedito el
camino que ha de conducirlo a su humanidad plena, sin interferencias
trascendentalístas ni llamadas del más allá. Porque el hombre adviene a la
existencia en virtud de que puede acceder a la verdad del ser, lo que está en
cuestión es nada menos que la realización de la esencia humana del hombre como
un ser de este mundo, consignado a su propia órbita finita. El hombre sólo
puede concebirse en su humanitas y tender hacia ésta porque piensa la verdad
del ser y deviene el ec-sistente por accesión a su propio ser. La esencia del
hombre está en lo que éste efectivamente es, y no más allá, y por esto él quiere
ser solamente lo que puede ser, pero esta esencia del hombre —su humanitas— es
histórica y no una estructura o núcleo ontológico de carácter supra-temporal.
Vale decir, que el ser del hombre ha de realizarse en la historia a través de
todas sus contingencias, necesidades y cambios. En medio de éstos, inmerso en
el tiempo histórico, el hombre estará siempre abocado a su gran peripecia
terrena: devenir humano, encaminarse a la plenitud de su propio ser, en virtud
de la relación que, en el seno de su mismidad, el ámbito temporal de su
ec-sistencia, instaura con el ser, como lo permanente en el proceso de su
humanidad histórica^.
La principal obra
de Heidegger es “Ser y tiempo”. En ella el autor trata de responder a una pregunta clave: ¿qué significa exactamente
“ser”? ¿En qué consiste la existencia, y cuál es su característica
fundamental, si es que existe una? De este modo recuperó una cuestión que, en
su opinión, había sido dejada de lado por la filosofía desde el periodo
clásico.
En este libro Heidegger plantea que esta
pregunta debe ser reformulada en busca del sentido del ser, más que de éste en
sí mismo. En torno a esto afirma que no es posible separar el sentido del ser
de un contexto espacial y temporal (con la muerte como elemento estructurador)
determinado; así, habla de la
existencia humana como “Dasein” o “ser-en-el-mundo”
A diferencia de lo
que planteaban Descartes y otros autores previos, Heidegger consideraba que las
personas no somos entes pensantes aislados del mundo que nos rodea, sino que la
propia interacción con el entorno es un aspecto nuclear del ser. Es por esto
que no es posible dominar el ser e intentar hacerlo lleva a una vida carente de
autenticidad.
En consecuencia, la capacidad humana para pensar tiene
un carácter secundario y no debe ser entendida como aquello que
define nuestro ser. Descubrimos el mundo a través del ser-en-el-mundo, es
decir, de la existencia en sí misma; para Heidegger la cognición es tan sólo un
reflejo de ésta, y por tanto también lo son la reflexión y otros procesos
similares.
La existencia no
depende de la voluntad, sino que somos
“arrojados” al mundo y sabemos que es inevitable que nuestra vida termine.
La aceptación de estos hechos, así como la comprensión de que somos una parte
más del mundo, permite dar sentido a la vida, que Heidegger conceptualiza como
el proyecto del ser-en-el-mundo.
Posteriormente los intereses de Heidegger se
trasladaron a otros temas. Destacó la relevancia del lenguaje como herramienta
fundamental para entender el mundo, exploró la relación entre el arte y la
búsqueda de “la verdad” y criticó la actitud despectiva e irresponsable de los
países occidentales con respecto a la naturaleza.
Biografía de
Martin Heidegger
Martin Heidegger nació en el año 1889 en Messkirch, un
pueblo de Alemania. Sus padres eran católicos romanos devotos; esto llevó a
Heidegger a estudiar teología en la Universidad de Freiburg, aunque finalmente
decidió dedicarse a la filosofía. En el año 1914 se doctoró con una tesis sobre
el psicologismo, corriente que destaca el rol de los procesos mentales.
En la década de 1920 trabajó como profesor de filosofía en la Universidad de
Marburg y posteriormente en la de Freiburg, en la que ejercería durante
el resto de su carrera. Durante esta época empezó a dar charlas centradas en
sus ideas sobre la existencia humana y el sentido de esta, que desarrollaría en
su libro “Ser y tiempo”, publicado en el año 1927.
En 1933 Heidegger fue nombrado rector de la Universidad de
Freiburg, cargo que abandonó 12 años después. Cabe destacar su afiliación y
su participación activa en el
Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán -más conocido como “Partido Nazi”-;
de hecho, Heidegger intentó sin éxito convertirse en el filósofo de referencia
de este movimiento.
Heidegger murió en 1976 en la ciudad de Friburgo de
Brisgovia; en ese momento tenía 86 años. A pesar de las críticas que ha
recibido por su colaboración con los nazis, por las contradicciones entre sus
obras y por su desconocimiento de otros autores de su misma época, en la
actualidad este filósofo es considerado uno de los más importantes del siglo
XX.
ACTIVIDADES
1)
Enumerar las ideas principales de la Teoría
Existencialista de M. Heidegger
2)
¿Qué plantea hace M. Heidegger en su obra “Ser y
Tiempo”?
3)
¿Qué es el existencialismo?
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