Filosofía
Gustavo
Schujman
Las
discusiones sobre lo bello, sobre lo feo, sobre la función del arte, sobre la
cultura de masas, sobre el origen de nuestros gustos estéticos ponen en juego
modos de pensar, de sentir y de valorar. Todos tenemos alguna “ideología”
estética, es decir, un conjunto de valores, normas y apreciaciones estéticas
que asumimos de manera más o menos acrítica e inconsciente. Cuando valoramos
positivamente una obra artística o cuando juzgamos negativamente una moda o una
melodía, expresamos esta ideología. La reflexión sobre el problema estético
puede servir para aclarar nuestras posiciones, para establecer relaciones entre
nuestros gustos estéticos y la sociedad en la que vivimos.
Estética y belleza
Una primera introducción al concepto de estética puede ser
expuesta por el docente teniendo en cuenta algunas de las siguientes
consideraciones:
• El término
estética proviene del griego aisthesis y significa ‘sensación’, ‘sensibilidad’,
‘percepción sensible’. Esta palabra fue introducida por el filósofo alemán
Alexander Baumgarten, en el siglo XVIII, para nombrar toda investigación sobre
el saber que proviene de la sensibilidad.
• Lo estético se
relaciona con lo sensible. Lo contrario es la anestesia, es decir, el estado de
insensibilidad. Todo lo estético se da en la esfera de lo sensible, se da en un
objeto concreto y en la experiencia de un sujeto al percibirlo.
• En la
actualidad, el término estética indica cualquier análisis, investigación o
especulación que tenga por objeto el arte y lo bello. El arte y lo bello
aparecen enlazados como objetos de una investigación única. Pero no solo
interesa definir la belleza, sino otros valores estéticos como la fealdad.
¿Qué es lo bello?
Si bien, como se ha
visto, el término estética comienza a utilizarse en el siglo XVIII, los
estudios sobre lo bello son tan antiguos como la filosofía misma.
Para Platón, no
existen en nuestra realidad cosas perfectamente bellas. Sin embargo, existe la
idea de lo bello y esa idea sí es perfecta. Gracias a esa idea, podemos juzgar
que algo es más o menos bello. La idea de belleza es la que nos permite
reconocer la belleza en las cosas de este mundo. Para Platón, reconocemos que
algo es bello porque existe la idea de belleza. Esa idea es a priori, es decir,
no surge de la experiencia. Para este filósofo, la belleza consiste,
fundamentalmente, en la “proporción perfecta”.
Aristóteles, discípulo de Platón, relaciona lo bello con lo
proporcionado. A diferencia de Platón, para Aristóteles no existe la belleza
independientemente de las cosas bellas. Al referirse a la belleza que
percibimos en las cosas, también introduce la idea de proporción entre las
partes. Además de la proporción, Aristóteles habla de la simetría, el orden y
el límite. Algo bello es algo que tiene una justa medida, que no es
desproporcionado y que, al contemplarlo, nos produce placer.
Relaciones entre valores estéticos y valores morales
Leyendas, mitos, cuentos infantiles y populares han
establecido, en muchas ocasiones, alguna relación entre valores estéticos y
valores morales, asociando lo feo a la maldad y lo bello a la bondad.
• Si usamos los términos bello y feo en su sentido
exclusivamente estético, no hay relación con valores morales. Lo que puede
suceder es que a los valores estéticos les otorguemos una carga moral (como en
el caso de las leyendas) y eso puede hacer que identifiquemos lo bello con lo
bueno y lo malo con lo feo. También es posible que a valores morales les
atribuyamos una relación con lo estético. Por ejemplo, cuando hablamos de la
“belleza interior” de una persona, nos estamos refiriendo a su bondad. Pero
suele ser inadecuado y peligroso establecer estas relaciones. Es el peligro de
la discriminación y el rechazo o la intolerancia por razones estéticas.
¿Los valores estéticos son objetivos o subjetivos?
Tal como vimos en la secuencia presentada, los valores
estéticos pueden dar lugar a dos posiciones extremas: el objetivismo y el
subjetivismo. Para el objetivista, las cosas son valiosas en sí mismas,
independientemente de la apreciación que puedan hacer los sujetos. El valor no
depende de la valoración y aunque nadie capte un determinado valor en un objeto
eso no significa que carezca de valor. Para el subjetivista, hay una estrecha
relación entre el valor y el placer, el deseo o el interés. Es el deseo, el
interés o la necesidad del sujeto lo que otorga valor a las cosas.
LA CUESTIÓN ÉTICA
La cuestión ética atiende a una problemática que bien podría
vincularse con la cuestión estética si se incluye a ambas dentro de un problema
que las engloba: el problema axiológico o el problema de los valores. En
efecto, así como la estética trata de lo bello, de lo feo y de otros valores
como lo sublime o lo grotesco, la ética trata fundamentalmente de los valores
de lo bueno y de lo malo en el terreno moral.
La idea básica y
fundamental que guiará el desarrollo de esta temática es la siguiente: “la
ética supone la libertad”.
Tradicionalmente, la filosofía occidental ha considerado que
la libertad es una característica específicamente humana. Desde esta
perspectiva, los demás animales no son seres libres pues su comportamiento está
determinado por las leyes de la naturaleza. Las acciones de los animales de una
misma especie presentan un carácter bastante invariable y tienen como fin la
satisfacción de las necesidades, es decir, la sobrevivencia del animal y de su
grupo. Esto se ve claramente en las conductas tendientes a conseguir alimento y
en las conductas de reproducción. Por esta razón, no corresponde juzgar las
conductas de los animales calificándolas de “buenas” o de “malas”. Cuando se
valora una acción determinada (por ser generosa, solidaria o valiente), se la
valora porque se reconoce que fue el producto de una decisión, porque se supone
que quien la realizó podría no haberla realizado. No corresponde aplicar esa
valoración a otros animales no humanos. Las hormigas que defienden el
hormiguero no pueden negarse a defenderlo porque no son libres: no tienen
alternativa ni capacidad de elección. Y como no tienen esta capacidad, no
pueden ser juzgadas ni pueden ser responsabilizadas por sus actos. A diferencia
de los demás animales, entonces, los seres humanos sí merecen elogios o
reproches por sus acciones, cuando estas han sido realizadas consciente y voluntariamente.
La libertad es una característica específica de la acción humana, es necesario
reconocer nuestra responsabilidad en las propias acciones y la de los demás.
Lo feo y lo bello de Umberto Eco
1. La
Belleza es estudiada principalmente por la disciplina filosófica de la
estética. La Belleza se puede definir como característica de una cosa, la cual
logra una sensación de placer y satisfacción que agrada a los sentidos. Esto se
puede observar en la naturaleza, las obras literarias y artísticas, puesto que
logran cautivarnos tanto que infunden en nosotros un gran deleite espiritual.
Por ejemplo, cuando afirmo que una mujer es bella, lo que estoy realmente
diciendo es que la visión de tal mujer me produce unas sensaciones placenteras
que yo asocio con la belleza.
2. A
través de la historia la belleza ha sido algo propio de cada comunidad y un
deseo de cada persona “a lo largo de épocas, y de muy distinta manera en cada
una, la belleza ha sido un propósito persistente y un anhelo profundo. Desde la
decoración del hogar, del palacio o del templo hasta el encuentro amoroso entre
las personas pasando por el éxtasis ante las maravillas de la naturaleza
estuvieron gobernados por un deseo de belleza”1 Pero poco a poco la palabra
Belleza fue perdiendo su sentido ya que la marginaron y ridiculizaron
3. Hoy
en día la sociedad está regida por la Belleza de consumo, es decir bello es el
que tiene el mejor peinado, el mejor vestido, el que está de moda, en si en la
actualidad la mayoría de las personas se dejan llevar por los ideales del
consumo comercial y no logran ver en realidad lo que desde tiempos anteriores
ha sido realmente Bello. A diferencia de
este “la belleza griega es expresada pues por los sentidos, pero solo a las
formas visibles se aplica la definición de bello (kalon) como lo que agrada y
atrae”
4. LO FEO. La fealdad es la antítesis de la
belleza. La fealdad también puede considerarse como la propiedad que tienen las
cosas, que nos hace aborrecerlas y dales una calificación como algo espantoso,
horrible o desagradable Es más difícil apreciar la belleza que la fealdad
porque para que algo sea bello debe considerarse casi Perfecto.
5. Las
cosas son bellas o feas según el observador; Por ejemplo, en el arte hay obras
a quienes les llama la atención, mientras que otras personas no les encuentra
sentido alguno. “La atracción por lo feo, arguye Eco, se muestra en la
abundancia de sinónimos: horrendo, desagradable, monstruoso, odioso, espantoso,
fétido, sucio, repelente, vil, deforme, repugnante o antiestético” En si la
fealdad es lo que queremos ver feo, es aquello que no nos satisface ni nos
llena, cuando nos referimos que algo es feo es porque tiene algún defecto o que
no nos es para nada agradable. Video lo bello y lo feo
6. Las
modificaciones en el concepto de belleza y de fealdad son un indicio de las
transformaciones del mundo cultural… estos conceptos son subjetivos y van
cambiando a medida que transcurre la historia.
Podemos ver que la definición de lo bello y lo feo es un juicio emitido
por la sociedad para clasificar de lo que se acepta y que no. Lo feo es una
categoría estética adversa a lo bello.
DIFERENCIA ENTRE
ÉTICA Y MORAL
Se diferencia en que la ética es el estudio filosófico y
científico de la moral y es teórica mientras que la moral es práctica.
La ética trata sobre la razón y depende de la filosofía y en
cambio la moral es el comportamiento en el que consiste nuestra vida.
Etimológicamente “ética” y “moral” tienen el mismo
significado.
“moral” viene de latín “mos” que significa hábito o
costumbre; y “ética” del griego “ethos” que significa lo mismo.
Sin embargo, en la actualidad han pasado
a significar cosas distintas y hacen referencia a ámbitos o niveles diferentes.
La
moral tiene que ver con el nivel práctico o de la acción. La
ética con el nivel teórico o de la reflexión.
Moral es el conjunto de principios,
criterios, normas y valores que dirigen nuestro comportamiento. La moral nos
hace actuar de una determinada manera y nos permite saber que debemos de hacer
en una situación concreta. Es como una especie de brújula que nos orienta, nos
dice cuál es el camino a seguir, dirige nuestras acciones en una determina
dirección. La brújula nos indica el camino. En la vida hay que intentar no
perder el norte.
Ética es la reflexión teórica sobre
la moral. La ética es la encargada de discutir y fundamentar reflexivamente ese
conjunto de principios o normas que constituyen nuestra moral.
Como conclusión: moral y ética se
plantean cuestiones distintas. La moral tiene que ver con el nivel práctico de
la acción y trata de responder a la pregunta ¿qué debo hacer?; la ética con el
nivel teórico de la reflexión y trata de responder a preguntas del tipo ¿qué es
la moral? ¿cómo se aplica la reflexión a la vida cotidiana?
Empecemos a hacer ética respondiendo a la
primera pregunta: ¿qué es la moral? Para ello definiremos: acciones morales,
normas morales, valores morales y dilema moral.
Diferencia entre ética y moral
El uso de la palabra ética y la palabra moral está sujeto a
diversos convencionalismos y que cada autor, época o corriente filosófica las
utilizan de diversas maneras. Pero para poder distinguir será necesario nombrar
las características de cada una de estas palabras, así como sus semejanzas y
diferencias.
1. Características
de la moral. La moral es el hecho real que encontramos en todas las sociedades,
es un conjunto de normas a saber que se transmiten de generación en generación,
evolucionan a lo largo del tiempo y poseen fuertes diferencias con respecto a
las normas de otra sociedad y de otra época histórica, estas normas se utilizan
para orientar la conducta de los integrantes de esa sociedad.
2. Características
de la ética. Es el hecho real que se da en la mentalidad de algunas personas,
es un conjunto de normas a saber, principio y razones que un sujeto ha
realizado y establecido como una línea directriz de su propia conducta.
3. Semejanzas y
diferencias entre ética y moral. Los puntos en los que confluyen son los
siguientes:
En los dos casos se trata de normas, percepciones, deber
ser.
La moral es un conjunto de normas que una sociedad se encarga de
transmitir de generación en generación y la ética es un conjunto de normas que
un sujeto ha esclarecido y adoptado en su propia mentalidad.
Ahora los puntos en los que difieren son los siguientes:
La moral tiene una base social, es un
conjunto de normas establecida en el seno de una sociedad y como tal, ejerce
una influencia muy poderosa en la conducta de cada uno de sus integrantes. En
cambio, la ética surge como tal en la interioridad de una persona, como
resultado de su propia reflexión y su propia elección.
Una segunda diferencia es que la moral es
un conjunto de normas que actúan en la conducta desde el exterior o desde el
inconsciente. En cambio, la ética influye en la conducta de una persona, pero
desde su misma conciencia y voluntad.
Una
tercera diferencia es el carácter axiológico de la ética. En las normas morales
impera el aspecto prescriptivo, legal, obligatorio, impositivo, coercitivo y
punitivo. Es decir, en las normas morales destaca la presión del valor captado
y apreciado internamente como tal. El fundamento de la norma ética es el valor,
no el valor impuesto desde el exterior, sino el descubierto internamente en la
reflexión de un sujeto.
Con lo anterior
podemos decir existen tres niveles de distinción.
1. El primer nivel
está en la moral, o sea, en las normas cuyo origen es externo y tienen una
acción impositiva en la mentalidad del sujeto.
2. El segundo es la
ética conceptual, que es el conjunto de normas que tienen un origen interno en
la mentalidad de un sujeto, pueden coincidir o no con la moral recibida, pero
su característica mayor es su carácter interno, personal, autónomo y
fundamentante.
3. El tercer es el
de la ética axiológica que es un conjunto de normas originadas en una persona a
raíz de su reflexión sobre los valores.
Umberto Eco: ¿Un mundo dominado por lo bello?
A lo largo de los siglos, filósofos y artistas han ido proporcionando
definiciones de lo bello, y gracias a sus testimonios se ha podido reconstruir
una historia de las ideas estéticas a través de los tiempos. No ha ocurrido lo
mismo con lo feo, que casi siempre se ha definido por oposición a lo bello y a
lo que casi nunca se han dedicado estudios extensos, sino más bien alusiones
parentéticas y marginales. Por consiguiente, si la historia de la belleza puede
valerse de una extensa serie de testimonios teóricos (de los que puede
deducirse el gusto de una época determinada), la historia de la fealdad por lo
general deberá ir a buscar los documentos en las representaciones visuales o
verbales de cosas o personas consideradas en cierto modo “feas”.
No obstante, la historia de la fealdad tiene algunos rasgos en común con
la historia de la belleza. Ante todo, tan solo podemos suponer que los gustos
de las personas corrientes se correspondieran de algún modo con los gustos de
los artistas de su época. Si un visitante llegado del espacio acudiera a una
galería de arte contemporáneo, viera rostros femeninos pintados por Picasso y
oyera que los visitantes los consideran “bellos”, podría creer erróneamente que
en la realidad cotidiana los hombres de nuestro tiempo consideran bellas y
deseables a las criaturas femeninas con un rostro similar al representado por
el pintor. No obstante, el visitante del espacio podría corregir su opinión
acudiendo a un desfile de moda o a un concurso de Miss Universo,
donde vería celebrados otros modelos de belleza. A nosotros, en cambio, no nos
es posible; al visitar épocas ya remotas, no podemos hacer ninguna
comprobación, ni en relación con lo bello ni en relación con lo feo, ya que solo
conservamos testimonios artísticos de aquellas épocas. Otra característica
común a la historia de la fealdad y a la belleza es que hay que limitarse a
registrar las vicisitudes de estos dos valores en la civilización occidental.
En el caso de las civilizaciones arcaicas y de los pueblos llamados primitivos,
disponemos de restos artísticos pero no de textos teóricos que nos indiquen si
estaban destinados a provocar placer estético, terror sagrado o hilaridad.
A un occidental, una máscara ritual africana le parecería horripilante,
mientras que para el nativo podría representar una divinidad benévola. Por el
contrario, al seguidor de una religión no occidental le podría parecer
desagradable la imagen de un Cristo flagelado, ensangrentado y humillado, cuya
aparente fealdad corporal inspiraría simpatía y emoción a un cristiano. En el
caso de otras culturas, ricas en textos poéticos y filosóficos (como, por
ejemplo, la india, la japonesa o la china), vemos imágenes y formas pero, al
traducir textos literarios o filosóficos, casi siempre resulta difícil
establecer hasta qué punto ciertos conceptos pueden ser identificables con los
nuestros, aunque la tradición nos ha inducido a traducirlos a términos
occidentales como “bello” o “feo”. Y aunque se tomaran en consideración las
traducciones, no bastaría saber que en una cultura determinada se considera
bella una cosa dotada, por ejemplo, de proporción y armonía. ¿Qué significan,
en realidad, estos dos términos? Su sentido también ha cambiado a lo largo de
la historia occidental. Solo comparando afirmaciones teóricas con un cuadro o
una construcción arquitectónica de la época nos damos cuenta de que lo que se
consideraba proporcionado en un siglo ya no lo era en el otro; cuando un
filósofo medieval hablaba de proporción, por ejemplo, estaba pensando en las
dimensiones y en la forma de una catedral gótica, mientras que un teórico
renacentista pensaba en un templo del siglo XVI, cuyas partes estaban reguladas
por la sección áurea, y a los renacentistas les parecían bárbaras y,
justamente, “góticas”, las proporciones de las catedrales.
Los conceptos de bello y de feo están en relación con los distintos
períodos históricos o las distintas culturas y, citando a Jenófanes de Colofón
(según Clemente de Alejandría, Stromata , V, 110), “si los
bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos, o pudiesen dibujar con las
manos, y hacer obras como las que hacen los hombres, semejantes a los caballos
el caballo representaría a los dioses, y semejantes a los bueyes, el buey, y
les darían cuerpos como los que tiene cada uno de ellos”.
En la Edad Media, Giacomo da Vitri ( Libro duo, quorum prior
Orientalis, sive Hierosolymitanae, alter Occidentalis historiae ), al
ensalzar la belleza de toda la obra divina, admitía que “probablemente los cíclopes,
que tienen un solo ojo, se sorprenden de los que tienen dos, como nosotros nos
maravillamos de aquellas criaturas con tres ojos Consideramos feos a los
etíopes negros, pero para ellos el más negro es el más bello”. Siglos más
tarde, se hará eco Voltaire (en el Diccionario filosófico ):
“Preguntad a un sapo qué es la belleza, el ideal de lo bello, lo to
kalòn . Os responderá que la belleza la encarna la hembra de su
especie, con sus hermosos ojos redondos que resaltan de su pequeña cabeza, boca
ancha y aplastada, vientre amarillo y dorso oscuro. Preguntad a un negro de
Guinea: para él la belleza consiste en la piel negra y aceitosa, los ojos
hundidos, la nariz chata. Preguntádselo al diablo: os dirá que la belleza
consiste en un par de cuernos, cuatro garras y una cola”.
Hegel, en su “Estética”, observa que “ocurre que, si no todo
marido a su mujer, al menos todo novio encuentra bella, y bella de una manera
exclusiva, a su novia; y si el gusto subjetivo por esta belleza no tiene
ninguna regla fija, se puede considerar una suerte para ambas partes Se oye
decir con mucha frecuencia que una belleza europea desagradaría a un chino o
hasta a un hotentote, porque el chino tiene un concepto de la belleza
completamente diferente al del negro Y ciertamente, si consideramos las obras
de arte de esos pueblos no europeos, por ejemplo las imágenes de sus dioses,
que han surgido de su fantasía dignas de veneración y sublimes, a nosotros nos
pueden parecer los ídolos más monstruosos, del mismo modo que su música puede
resultar sumamente detestable a nuestros oídos. A su vez, esos pueblos
considerarán insignificantes o feas nuestras esculturas, pinturas y músicas”.
A menudo la atribución de belleza o de fealdad se ha hecho atendiendo no
a criterios estéticos, sino a criterios políticos y sociales. En un pasaje de
Marx (Manuscritos económicos y filosóficos de 1844) se recuerda que la
posesión de dinero puede suplir la fealdad: “El dinero, en la medida en que
posee la propiedad de comprarlo todo, de apropiarse de todos los objetos, es el
objeto por excelencia. Mi fuerza es tan grande como lo sea la fuerza del
dinero. Lo que soy y lo que puedo no está determinado en modo alguno por mi
individualidad. Soy feo, pero puedo comprarme la mujer más bella. Por tanto, no
soy feo, porque el efecto de la fealdad, su fuerza ahuyentadora, queda anulado
por el dinero. Según mi individualidad, soy tullido, pero el dinero me procura
veinticuatro piernas: luego, no soy tullido ¿Acaso no transforma mi dinero
todas mis carencias en su contrario?”. Basta, pues, aplicar esta reflexión
sobre el dinero al poder en general y se entenderán algunos retratos de
monarcas de siglos pasados, cuyas facciones fueron devotamente inmortalizadas
por pintores cortesanos, que desde luego no pretendían destacar demasiado sus
defectos, y hasta hicieron todo lo posible por refinar sus rasgos. No cabe duda
de que estos personajes nos parecen bastante feos (y probablemente también lo
eran en su tiempo), pero era tal su carisma y la fascinación que les otorgaba
su omnipotencia que sus súbditos los contemplaban con ojos de adoración.
Por último, basta leer uno de los relatos más hermosos de la ciencia
ficción contemporánea, “El centinela” de Fredric Brown, para ver que la
relación entre lo normal y lo monstruoso, lo aceptable y lo horripilante, puede
invertirse según la mirada vaya de nosotros al monstruo del espacio o del
monstruo del espacio a nosotros: “Estaba completamente empapado y cubierto de
barro; tenía hambre y frío y se hallaba a ciento cincuenta mil años luz de su
casa. Un sol extranjero le iluminaba con una gélida luz azul y la gravedad, dos
veces mayor de lo habitual, convertía cada movimiento en una agonía de
cansancio Los de la aviación lo tenían fácil, con sus aeronaves relucientes y
sus superarmas; pero cuando se llega al momento crucial, le corresponde al
soldado de a pie, a la infantería, tomar la posición y conservarla, con sangre,
palmo a palmo. Como este jodido planeta de una estrella de la que jamás había
oído hablar hasta que lo habían enviado. Y ahora era suelo sagrado porque
también había llegado el enemigo. El enemigo, la única otra raza inteligente de
la galaxia crueles, asquerosos, repugnantes monstruos. Estaba completamente
empapado y cubierto de barro; tenía hambre y frío, y el día era gris y barrido
por un viento violento que le molestaba en los ojos. Pero los enemigos
intentaban infiltrarse y era vital mantener las posiciones avanzadas. Estaba
alerta, con el fusil preparado Entonces vio a uno de ellos arrastrándose hacia
él. Apuntó y disparó. El enemigo emitió aquel grito extraño, terrorífico, que
todos emitían, y ya no se movió. El grito, la visión del cadáver lo hicieron
estremecer. Muchos se habían acostumbrado con el paso del tiempo y ya no le
prestaban atención; pero él, no. Eran criaturas demasiado asquerosas, con solo
dos brazos y dos piernas, y aquella piel de un blanco nauseabundo y sin escamas
“.
Decir que belleza y fealdad son conceptos
relacionados con las épocas y con las culturas (o incluso con los planetas) no
significa que no se haya intentado siempre definirlos en relación con un modelo
estable. Se podría incluso sugerir, como hizo Nietzsche en el “Crepúsculo de
los ídolos” , que “en lo bello el hombre se pone a sí mismo como
medida de la perfección” y “se adora en ello El hombre en el fondo se mira en
el espejo de las cosas, considera bello todo aquello que le devuelve su imagen
Lo feo se entiende como señal y síntoma de degeneración. Todo indicio de
agotamiento, de pesadez, de senilidad, de fatiga, toda especie de falta de libertad,
en forma de convulsión o parálisis, sobre todo el olor, el color, la forma de
la disolución, de la descomposición todo esto provoca una reacción idéntica, el juicio de valor feo ¿A quién odia
aquí el hombre? No hay duda: odia la decadencia de su tipo“.
El argumento de Nietzsche es narcisísticamente antropomorfo, pero nos
dice precisamente que belleza y fealdad están definidas en relación con un
modelo “específico” -y la noción de especie se puede extender de los hombres a
todos los entes, como hacía Platón en la República, al aceptar que
se considerara bella una olla fabricada según las reglas artesanales correctas,
o Tomás de Aquino (Suma teológica, I, 39, 8), para quien los componentes
de la belleza eran, además de una proporción correcta, la luminosidad o
claridad y la integridad-, es decir, que una cosa (ya sea un cuerpo humano, un
árbol, una vasija) había de presentar todas las características que su forma
debía haber impuesto a la materia. En este sentido, no solo se consideraba fea
una cosa desproporcionada, como un ser humano con una cabeza enorme y unas
piernas muy cortas, sino que también se consideraban feos los seres que Tomás
definía como turpi en el sentido de “disminuidos” o -como dirá
Guillermo de Auvernia (Tratado del bien y del mal )- aquellos a los
que les falta un miembro, que tienen un solo ojo (o tres, porque se puede
adolecer de falta de integridad también por exceso). Por consiguiente, se
consideraban feos sin piedad alguna los adefesios, que los artistas han
representado a menudo de forma despiadada, y en el mundo animal los híbridos,
que fundían de forma violenta los aspectos formales de dos especies distintas.
¿Podrá, pues, definirse simplemente lo feo como lo contrario de lo
bello, un contrario que también se transforma cuando cambia la idea de su
opuesto? ¿La historia de la fealdad puede ser el contrapunto simétrico de la
historia de la belleza?
La primera y más completa “Estética de lo feo”, la que elaboró en 1853
Karl Rosenkranz, establece una analogía entre lo feo y el mal moral. Del mismo
modo que el mal y el pecado se oponen al bien, y son su infierno, así también
lo feo es “el infierno de lo bello”. Rosenkranz retoma la idea tradicional de
que lo feo es lo contrario de lo bello, una especie de posible error que lo
bello contiene en sí, de modo que cualquier estética, como ciencia de la
belleza, está obligada a abordar también el concepto de fealdad. Pero
justamente cuando pasa de las definiciones abstractas a una fenomenología de
las distintas encarnaciones de lo feo es cuando nos deja entrever una especie
de “autonomía de lo feo”, que lo convierte en algo mucho más rico y complejo
que una simple serie de negaciones de las distintas formas de belleza.
Rosenkranz analiza minuciosamente la fealdad natural, la fealdad
espiritual, la fealdad en el arte (y las distintas formas de imperfección
artística), la ausencia de forma, la asimetría, la falta de armonía, la
desfiguración y la deformación (lo mezquino, lo débil, lo vil, lo banal, lo
casual y lo arbitrario, lo tosco), y las distintas formas de lo repugnante (lo
grosero, lo muerto y lo vacío, lo horrendo, lo insulso, lo nauseabundo, lo
criminal , lo espectral, lo demoníaco, lo hechicero y lo satánico). Demasiadas
cosas para seguir diciendo que lo feo es simplemente lo opuesto de lo bello
entendido como armonía, proporción o integridad.
Si se examinan los sinónimos de
“bello” y “feo”, se ve que se considera bello lo que es
bonito, gracioso, placentero, atractivo, agradable, agraciado, delicioso,
fascinante, armónico, maravilloso, delicado, gentil, encantador, magnífico,
estupendo, excelso, excepcional, fabuloso, prodigioso, fantástico, mágico,
admirable, valioso, espectacular, espléndido, sublime, soberbio, mientras
que feo es lo repelente, horrendo, asqueroso, desagradable,
grotesco, abominable, odioso, indecente, inmundo, sucio, obsceno, repugnante,
espantoso, abyecto, monstruoso, horrible, hórrido, horripilante, sucio,
terrible, terrorífico, tremendo, angustioso, repulsivo, execrable, penoso,
nauseabundo, fétido, innoble, aterrador, desgraciado, lamentable, enojoso,
indecente, deforme, disforme, desfigurado (por no hablar de cómo el horror
puede aparecer también en terrenos como el de lo fabuloso, lo fantástico, lo
mágico y lo sublime, asignados tradicionalmente a lo bello).
La sensibilidad del hablante común
percibe que, si bien en todos los sinónimos de bello se podría
observar una reacción de apreciación desinteresada, en casi todos los de feo aparece
implicada una reacción de disgusto, cuando no de violenta repulsión, horror o
terror.
En su obra sobre “La expresión de las emociones en los animales y en
el hombre”, Darwin observaba que lo que provoca disgusto en una determinada
cultura no lo provoca en otra, y viceversa, pero concluía que sin embargo
“parece que los distintos movimientos descritos como expresión de desprecio y
de disgusto son idénticos en una gran parte del mundo”.
Conocemos sin duda algunas descaradas manifestaciones de aprobación ante
algo que nos parece bello porque es físicamente deseable; basta pensar en la broma
de mal gusto al paso de una mujer guapa o en las inconvenientes manifestaciones
de alegría del glotón ante su comida preferida. En estos casos, sin embargo, no
se trata tanto de una expresión de goce estético como de algo parecido a los
gruñidos de satisfacción o incluso a los eructos que se emiten en algunas
civilizaciones para expresar el agrado de un alimento (aunque en esas ocasiones
se trata de una forma de etiqueta). En general, parece que la experiencia de lo
bello provoca lo que Kant (“Crítica del juicio”) definía como “placer
sin interés”: si bien nosotros quisiéramos poseer todo aquello que nos parece
agradable o participar en todo lo que nos parece bueno, la expresión de agrado
ante la visión de una flor proporciona un placer del que está excluido
cualquier tipo de deseo de posesión o de consumo.
En este sentido, algunos filósofos se han preguntado si se puede
pronunciar un juicio estético de fealdad, puesto que la fealdad provoca
reacciones pasionales como el disgusto descrito por Darwin.
A
lo largo de nuestra historia deberemos distinguir realmente entre la fealdad en
sí misma (un excremento, una carroña en descomposición, un ser cubierto de
llagas que despide un olor nauseabundo) y la fealdad formal, como desequilibrio
en la relación orgánica entre las partes de un todo. Imaginemos que vemos por
la calle a una persona con la boca desdentada: lo que nos molesta no es la
forma de los labios o de los pocos dientes que quedan, sino el hecho de que los
dientes supervivientes no estén acompañados de los otros que deberían estar
allí, en aquella boca. No conocemos a esa persona, esa fealdad no nos implica
pasionalmente y sin embargo -ante la incoherencia o la no completud de aquel
conjunto- nos sentimos autorizados a manifestar desapasionadamente que aquel
rostro es feo.
Por esto, una cosa es reaccionar pasionalmente al disgusto que nos
provoca un insecto viscoso o un fruto podrido y otra es decir que una persona
es desproporcionada o que un retrato es feo en el sentido de que está mal hecho
(la fealdad artística es una fealdad formal). Y respecto a la fealdad
artística, recordemos que en casi todas las teorías estéticas, al menos desde
Grecia hasta nuestros días, se ha reconocido que cualquier forma de fealdad
puede ser redimida por una representación artística fiel y eficaz. Aristóteles
(Poética , 1448b) habla de la posibilidad de realizar lo bello
imitando con maestría lo que es repelente, y Plutarco (De audiendis poetis)
nos dice que en la representación artística lo feo imitado sigue siendo feo,
pero recibe como una reverberación de belleza procedente de la maestría del
artista.
Hemos identificado, pues, tres fenómenos
distintos: la fealdad en sí misma, la fealdad formal y la
representación artística de ambas. Lo que hay que tener presente es que por
lo general solo a partir del tercer tipo de fealdad se podrá inferir lo que
eran en una cultura determinada los dos primeros tipos.
Al hacerlo, nos exponemos a muchos equívocos. En la Edad Media,
Buenaventura de Bagnoregio nos decía que la imagen del diablo se vuelve bella
si representa bien su fealdad; pero ¿realmente era esto lo que pensaban los
fieles que contemplaban escenas de inauditos tormentos infernales en los
portales o en los frescos de las iglesias? ¿No reaccionaban tal vez con terror
y angustia, como si hubiesen visto una fealdad del primer tipo, horripilante y
repugnante como sería para nosotros la visión de un reptil que nos amenaza?
Los teóricos muchas veces no tienen en cuenta numerosas variables
individuales, idiosincrasias y comportamientos desviados. Si bien es cierto que
la experiencia de la belleza implica una contemplación desinteresada, un
adolescente alterado puede experimentar una reacción pasional incluso ante la
Venus de Milo. Lo mismo cabe decir respecto a lo feo: de noche, un niño puede
soñar aterrorizado con la bruja que ha visto en un libro de cuentos, que para
otros niños de su edad no sería más que una imagen divertida. Probablemente
muchos contemporáneos de Rembrandt, además de apreciar la maestría con que el
artista representaba un cadáver diseccionado sobre la mesa de anatomía, podían
experimentar reacciones de horror como si el cadáver fuese real, del mismo modo
que el que ha padecido un bombardeo tal vez no puede mirar el Guernica de
Picasso de una forma estéticamente desinteresada, y revive el terror de su
antigua experiencia.
De
ahí la prudencia con que debemos disponernos a seguir esta historia de la
fealdad, en sus variedades, en sus múltiples articulaciones, en la diversidad
de reacciones que sus distintas formas suscitan, en los matices conductuales
con que se reacciona. Considerando en cada ocasión si, y hasta qué punto,
tenían razón las brujas que en el primer acto de Macbeth gritan:
“Lo bello es feo y lo feo es bello “.
— Umberto Eco.
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