sábado, 21 de abril de 2018

clase 3



Filosofía
Gustavo Schujman

Las discusiones sobre lo bello, sobre lo feo, sobre la función del arte, sobre la cultura de masas, sobre el origen de nuestros gustos estéticos ponen en juego modos de pensar, de sentir y de valorar. Todos tenemos alguna “ideología” estética, es decir, un conjunto de valores, normas y apreciaciones estéticas que asumimos de manera más o menos acrítica e inconsciente. Cuando valoramos positivamente una obra artística o cuando juzgamos negativamente una moda o una melodía, expresamos esta ideología. La reflexión sobre el problema estético puede servir para aclarar nuestras posiciones, para establecer relaciones entre nuestros gustos estéticos y la sociedad en la que vivimos.
Estética y belleza
Una primera introducción al concepto de estética puede ser expuesta por el docente teniendo en cuenta algunas de las siguientes consideraciones:
      El término estética proviene del griego aisthesis y significa ‘sensación’, ‘sensibilidad’, ‘percepción sensible’. Esta palabra fue introducida por el filósofo alemán Alexander Baumgarten, en el siglo XVIII, para nombrar toda investigación sobre el saber que proviene de la sensibilidad.
      Lo estético se relaciona con lo sensible. Lo contrario es la anestesia, es decir, el estado de insensibilidad. Todo lo estético se da en la esfera de lo sensible, se da en un objeto concreto y en la experiencia de un sujeto al percibirlo.
      En la actualidad, el término estética indica cualquier análisis, investigación o especulación que tenga por objeto el arte y lo bello. El arte y lo bello aparecen enlazados como objetos de una investigación única. Pero no solo interesa definir la belleza, sino otros valores estéticos como la fealdad.
¿Qué es lo bello?
 Si bien, como se ha visto, el término estética comienza a utilizarse en el siglo XVIII, los estudios sobre lo bello son tan antiguos como la filosofía misma.
 Para Platón, no existen en nuestra realidad cosas perfectamente bellas. Sin embargo, existe la idea de lo bello y esa idea sí es perfecta. Gracias a esa idea, podemos juzgar que algo es más o menos bello. La idea de belleza es la que nos permite reconocer la belleza en las cosas de este mundo. Para Platón, reconocemos que algo es bello porque existe la idea de belleza. Esa idea es a priori, es decir, no surge de la experiencia. Para este filósofo, la belleza consiste, fundamentalmente, en la “proporción perfecta”.
Aristóteles, discípulo de Platón, relaciona lo bello con lo proporcionado. A diferencia de Platón, para Aristóteles no existe la belleza independientemente de las cosas bellas. Al referirse a la belleza que percibimos en las cosas, también introduce la idea de proporción entre las partes. Además de la proporción, Aristóteles habla de la simetría, el orden y el límite. Algo bello es algo que tiene una justa medida, que no es desproporcionado y que, al contemplarlo, nos produce placer.

Relaciones entre valores estéticos y valores morales
Leyendas, mitos, cuentos infantiles y populares han establecido, en muchas ocasiones, alguna relación entre valores estéticos y valores morales, asociando lo feo a la maldad y lo bello a la bondad.
• Si usamos los términos bello y feo en su sentido exclusivamente estético, no hay relación con valores morales. Lo que puede suceder es que a los valores estéticos les otorguemos una carga moral (como en el caso de las leyendas) y eso puede hacer que identifiquemos lo bello con lo bueno y lo malo con lo feo. También es posible que a valores morales les atribuyamos una relación con lo estético. Por ejemplo, cuando hablamos de la “belleza interior” de una persona, nos estamos refiriendo a su bondad. Pero suele ser inadecuado y peligroso establecer estas relaciones. Es el peligro de la discriminación y el rechazo o la intolerancia por razones estéticas.
¿Los valores estéticos son objetivos o subjetivos?
Tal como vimos en la secuencia presentada, los valores estéticos pueden dar lugar a dos posiciones extremas: el objetivismo y el subjetivismo. Para el objetivista, las cosas son valiosas en sí mismas, independientemente de la apreciación que puedan hacer los sujetos. El valor no depende de la valoración y aunque nadie capte un determinado valor en un objeto eso no significa que carezca de valor. Para el subjetivista, hay una estrecha relación entre el valor y el placer, el deseo o el interés. Es el deseo, el interés o la necesidad del sujeto lo que otorga valor a las cosas. 
LA CUESTIÓN ÉTICA
La cuestión ética atiende a una problemática que bien podría vincularse con la cuestión estética si se incluye a ambas dentro de un problema que las engloba: el problema axiológico o el problema de los valores. En efecto, así como la estética trata de lo bello, de lo feo y de otros valores como lo sublime o lo grotesco, la ética trata fundamentalmente de los valores de lo bueno y de lo malo en el terreno moral.
 La idea básica y fundamental que guiará el desarrollo de esta temática es la siguiente: “la ética supone la libertad”.
Tradicionalmente, la filosofía occidental ha considerado que la libertad es una característica específicamente humana. Desde esta perspectiva, los demás animales no son seres libres pues su comportamiento está determinado por las leyes de la naturaleza. Las acciones de los animales de una misma especie presentan un carácter bastante invariable y tienen como fin la satisfacción de las necesidades, es decir, la sobrevivencia del animal y de su grupo. Esto se ve claramente en las conductas tendientes a conseguir alimento y en las conductas de reproducción. Por esta razón, no corresponde juzgar las conductas de los animales calificándolas de “buenas” o de “malas”. Cuando se valora una acción determinada (por ser generosa, solidaria o valiente), se la valora porque se reconoce que fue el producto de una decisión, porque se supone que quien la realizó podría no haberla realizado. No corresponde aplicar esa valoración a otros animales no humanos. Las hormigas que defienden el hormiguero no pueden negarse a defenderlo porque no son libres: no tienen alternativa ni capacidad de elección. Y como no tienen esta capacidad, no pueden ser juzgadas ni pueden ser responsabilizadas por sus actos. A diferencia de los demás animales, entonces, los seres humanos sí merecen elogios o reproches por sus acciones, cuando estas han sido realizadas consciente y voluntariamente. La libertad es una característica específica de la acción humana, es necesario reconocer nuestra responsabilidad en las propias acciones y la de los demás.



Lo feo y lo bello de Umberto Eco
1.       La Belleza es estudiada principalmente por la disciplina filosófica de la estética. La Belleza se puede definir como característica de una cosa, la cual logra una sensación de placer y satisfacción que agrada a los sentidos. Esto se puede observar en la naturaleza, las obras literarias y artísticas, puesto que logran cautivarnos tanto que infunden en nosotros un gran deleite espiritual. Por ejemplo, cuando afirmo que una mujer es bella, lo que estoy realmente diciendo es que la visión de tal mujer me produce unas sensaciones placenteras que yo asocio con la belleza.
2.        A través de la historia la belleza ha sido algo propio de cada comunidad y un deseo de cada persona “a lo largo de épocas, y de muy distinta manera en cada una, la belleza ha sido un propósito persistente y un anhelo profundo. Desde la decoración del hogar, del palacio o del templo hasta el encuentro amoroso entre las personas pasando por el éxtasis ante las maravillas de la naturaleza estuvieron gobernados por un deseo de belleza”1 Pero poco a poco la palabra Belleza fue perdiendo su sentido ya que la marginaron y ridiculizaron
3.       Hoy en día la sociedad está regida por la Belleza de consumo, es decir bello es el que tiene el mejor peinado, el mejor vestido, el que está de moda, en si en la actualidad la mayoría de las personas se dejan llevar por los ideales del consumo comercial y no logran ver en realidad lo que desde tiempos anteriores ha sido realmente Bello.  A diferencia de este “la belleza griega es expresada pues por los sentidos, pero solo a las formas visibles se aplica la definición de bello (kalon) como lo que agrada y atrae”

4.        LO FEO. La fealdad es la antítesis de la belleza. La fealdad también puede considerarse como la propiedad que tienen las cosas, que nos hace aborrecerlas y dales una calificación como algo espantoso, horrible o desagradable Es más difícil apreciar la belleza que la fealdad porque para que algo sea bello debe considerarse casi Perfecto.
5.        Las cosas son bellas o feas según el observador; Por ejemplo, en el arte hay obras a quienes les llama la atención, mientras que otras personas no les encuentra sentido alguno. “La atracción por lo feo, arguye Eco, se muestra en la abundancia de sinónimos: horrendo, desagradable, monstruoso, odioso, espantoso, fétido, sucio, repelente, vil, deforme, repugnante o antiestético” En si la fealdad es lo que queremos ver feo, es aquello que no nos satisface ni nos llena, cuando nos referimos que algo es feo es porque tiene algún defecto o que no nos es para nada agradable. Video lo bello y lo feo
6.       Las modificaciones en el concepto de belleza y de fealdad son un indicio de las transformaciones del mundo cultural… estos conceptos son subjetivos y van cambiando a medida que transcurre la historia.  Podemos ver que la definición de lo bello y lo feo es un juicio emitido por la sociedad para clasificar de lo que se acepta y que no. Lo feo es una categoría estética adversa a lo bello.












DIFERENCIA ENTRE ÉTICA Y MORAL
Se diferencia en que la ética es el estudio filosófico y científico de la moral y es teórica mientras que la moral es práctica.
La ética trata sobre la razón y depende de la filosofía y en cambio la moral es el comportamiento en el que consiste nuestra vida.
Etimológicamente “ética” y “moral” tienen el mismo significado.
“moral” viene de latín “mos” que significa hábito o costumbre; y “ética” del griego “ethos” que significa lo mismo.
        Sin embargo, en la actualidad han pasado a significar cosas distintas y hacen referencia a ámbitos o niveles diferentes. La moral tiene que ver con el nivel práctico o de la acción. La ética con el nivel teórico o de la reflexión.
        Moral es el conjunto de principios, criterios, normas y valores que dirigen nuestro comportamiento. La moral nos hace actuar de una determinada manera y nos permite saber que debemos de hacer en una situación concreta. Es como una especie de brújula que nos orienta, nos dice cuál es el camino a seguir, dirige nuestras acciones en una determina dirección. La brújula nos indica el camino. En la vida hay que intentar no perder el norte.
        Ética es la reflexión teórica sobre la moral. La ética es la encargada de discutir y fundamentar reflexivamente ese conjunto de principios o normas que constituyen nuestra moral.
        Como conclusión: moral y ética se plantean cuestiones distintas. La moral tiene que ver con el nivel práctico de la acción y trata de responder a la pregunta ¿qué debo hacer?; la ética con el nivel teórico de la reflexión y trata de responder a preguntas del tipo ¿qué es la moral? ¿cómo se aplica la reflexión a la vida cotidiana?
        Empecemos a hacer ética respondiendo a la primera pregunta: ¿qué es la moral? Para ello definiremos: acciones morales, normas morales, valores morales y dilema moral.
Diferencia entre ética y moral
El uso de la palabra ética y la palabra moral está sujeto a diversos convencionalismos y que cada autor, época o corriente filosófica las utilizan de diversas maneras. Pero para poder distinguir será necesario nombrar las características de cada una de estas palabras, así como sus semejanzas y diferencias.
1.     Características de la moral. La moral es el hecho real que encontramos en todas las sociedades, es un conjunto de normas a saber que se transmiten de generación en generación, evolucionan a lo largo del tiempo y poseen fuertes diferencias con respecto a las normas de otra sociedad y de otra época histórica, estas normas se utilizan para orientar la conducta de los integrantes de esa sociedad.
2.     Características de la ética. Es el hecho real que se da en la mentalidad de algunas personas, es un conjunto de normas a saber, principio y razones que un sujeto ha realizado y establecido como una línea directriz de su propia conducta.
3.     Semejanzas y diferencias entre ética y moral. Los puntos en los que confluyen son los siguientes: 
En los dos casos se trata de normas, percepciones, deber ser.
La moral es un conjunto de normas que una sociedad se encarga de transmitir de generación en generación y la ética es un conjunto de normas que un sujeto ha esclarecido y adoptado en su propia mentalidad.
Ahora los puntos en los que difieren son los siguientes:
        La moral tiene una base social, es un conjunto de normas establecida en el seno de una sociedad y como tal, ejerce una influencia muy poderosa en la conducta de cada uno de sus integrantes. En cambio, la ética surge como tal en la interioridad de una persona, como resultado de su propia reflexión y su propia elección.
        Una segunda diferencia es que la moral es un conjunto de normas que actúan en la conducta desde el exterior o desde el inconsciente. En cambio, la ética influye en la conducta de una persona, pero desde su misma conciencia y voluntad.
               Una tercera diferencia es el carácter axiológico de la ética. En las normas morales impera el aspecto prescriptivo, legal, obligatorio, impositivo, coercitivo y punitivo. Es decir, en las normas morales destaca la presión del valor captado y apreciado internamente como tal. El fundamento de la norma ética es el valor, no el valor impuesto desde el exterior, sino el descubierto internamente en la reflexión de un sujeto.
Con lo anterior podemos decir existen tres niveles de distinción.
1.     El primer nivel está en la moral, o sea, en las normas cuyo origen es externo y tienen una acción impositiva en la mentalidad del sujeto.
2.     El segundo es la ética conceptual, que es el conjunto de normas que tienen un origen interno en la mentalidad de un sujeto, pueden coincidir o no con la moral recibida, pero su característica mayor es su carácter interno, personal, autónomo y fundamentante.
3.     El tercer es el de la ética axiológica que es un conjunto de normas originadas en una persona a raíz de su reflexión sobre los valores.




Umberto Eco: ¿Un mundo dominado por lo bello?



A lo largo de los siglos, filósofos y artistas han ido proporcionando definiciones de lo bello, y gracias a sus testimonios se ha podido reconstruir una historia de las ideas estéticas a través de los tiempos. No ha ocurrido lo mismo con lo feo, que casi siempre se ha definido por oposición a lo bello y a lo que casi nunca se han dedicado estudios extensos, sino más bien alusiones parentéticas y marginales. Por consiguiente, si la historia de la belleza puede valerse de una extensa serie de testimonios teóricos (de los que puede deducirse el gusto de una época determinada), la historia de la fealdad por lo general deberá ir a buscar los documentos en las representaciones visuales o verbales de cosas o personas consideradas en cierto modo “feas”.
No obstante, la historia de la fealdad tiene algunos rasgos en común con la historia de la belleza. Ante todo, tan solo podemos suponer que los gustos de las personas corrientes se correspondieran de algún modo con los gustos de los artistas de su época. Si un visitante llegado del espacio acudiera a una galería de arte contemporáneo, viera rostros femeninos pintados por Picasso y oyera que los visitantes los consideran “bellos”, podría creer erróneamente que en la realidad cotidiana los hombres de nuestro tiempo consideran bellas y deseables a las criaturas femeninas con un rostro similar al representado por el pintor. No obstante, el visitante del espacio podría corregir su opinión acudiendo a un desfile de moda o a un concurso de Miss Universo, donde vería celebrados otros modelos de belleza. A nosotros, en cambio, no nos es posible; al visitar épocas ya remotas, no podemos hacer ninguna comprobación, ni en relación con lo bello ni en relación con lo feo, ya que solo conservamos testimonios artísticos de aquellas épocas. Otra característica común a la historia de la fealdad y a la belleza es que hay que limitarse a registrar las vicisitudes de estos dos valores en la civilización occidental. En el caso de las civilizaciones arcaicas y de los pueblos llamados primitivos, disponemos de restos artísticos pero no de textos teóricos que nos indiquen si estaban destinados a provocar placer estético, terror sagrado o hilaridad.
A un occidental, una máscara ritual africana le parecería horripilante, mientras que para el nativo podría representar una divinidad benévola. Por el contrario, al seguidor de una religión no occidental le podría parecer desagradable la imagen de un Cristo flagelado, ensangrentado y humillado, cuya aparente fealdad corporal inspiraría simpatía y emoción a un cristiano. En el caso de otras culturas, ricas en textos poéticos y filosóficos (como, por ejemplo, la india, la japonesa o la china), vemos imágenes y formas pero, al traducir textos literarios o filosóficos, casi siempre resulta difícil establecer hasta qué punto ciertos conceptos pueden ser identificables con los nuestros, aunque la tradición nos ha inducido a traducirlos a términos occidentales como “bello” o “feo”. Y aunque se tomaran en consideración las traducciones, no bastaría saber que en una cultura determinada se considera bella una cosa dotada, por ejemplo, de proporción y armonía. ¿Qué significan, en realidad, estos dos términos? Su sentido también ha cambiado a lo largo de la historia occidental. Solo comparando afirmaciones teóricas con un cuadro o una construcción arquitectónica de la época nos damos cuenta de que lo que se consideraba proporcionado en un siglo ya no lo era en el otro; cuando un filósofo medieval hablaba de proporción, por ejemplo, estaba pensando en las dimensiones y en la forma de una catedral gótica, mientras que un teórico renacentista pensaba en un templo del siglo XVI, cuyas partes estaban reguladas por la sección áurea, y a los renacentistas les parecían bárbaras y, justamente, “góticas”, las proporciones de las catedrales.
Los conceptos de bello y de feo están en relación con los distintos períodos históricos o las distintas culturas y, citando a Jenófanes de Colofón (según Clemente de Alejandría, Stromata , V, 110), “si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos, o pudiesen dibujar con las manos, y hacer obras como las que hacen los hombres, semejantes a los caballos el caballo representaría a los dioses, y semejantes a los bueyes, el buey, y les darían cuerpos como los que tiene cada uno de ellos”.
En la Edad Media, Giacomo da Vitri ( Libro duo, quorum prior Orientalis, sive Hierosolymitanae, alter Occidentalis historiae ), al ensalzar la belleza de toda la obra divina, admitía que “probablemente los cíclopes, que tienen un solo ojo, se sorprenden de los que tienen dos, como nosotros nos maravillamos de aquellas criaturas con tres ojos Consideramos feos a los etíopes negros, pero para ellos el más negro es el más bello”. Siglos más tarde, se hará eco Voltaire (en el Diccionario filosófico ): “Preguntad a un sapo qué es la belleza, el ideal de lo bello, lo to kalòn . Os responderá que la belleza la encarna la hembra de su especie, con sus hermosos ojos redondos que resaltan de su pequeña cabeza, boca ancha y aplastada, vientre amarillo y dorso oscuro. Preguntad a un negro de Guinea: para él la belleza consiste en la piel negra y aceitosa, los ojos hundidos, la nariz chata. Preguntádselo al diablo: os dirá que la belleza consiste en un par de cuernos, cuatro garras y una cola”.
Hegel, en su “Estética”, observa que “ocurre que, si no todo marido a su mujer, al menos todo novio encuentra bella, y bella de una manera exclusiva, a su novia; y si el gusto subjetivo por esta belleza no tiene ninguna regla fija, se puede considerar una suerte para ambas partes Se oye decir con mucha frecuencia que una belleza europea desagradaría a un chino o hasta a un hotentote, porque el chino tiene un concepto de la belleza completamente diferente al del negro Y ciertamente, si consideramos las obras de arte de esos pueblos no europeos, por ejemplo las imágenes de sus dioses, que han surgido de su fantasía dignas de veneración y sublimes, a nosotros nos pueden parecer los ídolos más monstruosos, del mismo modo que su música puede resultar sumamente detestable a nuestros oídos. A su vez, esos pueblos considerarán insignificantes o feas nuestras esculturas, pinturas y músicas”.
A menudo la atribución de belleza o de fealdad se ha hecho atendiendo no a criterios estéticos, sino a criterios políticos y sociales. En un pasaje de Marx (Manuscritos económicos y filosóficos de 1844) se recuerda que la posesión de dinero puede suplir la fealdad: “El dinero, en la medida en que posee la propiedad de comprarlo todo, de apropiarse de todos los objetos, es el objeto por excelencia. Mi fuerza es tan grande como lo sea la fuerza del dinero. Lo que soy y lo que puedo no está determinado en modo alguno por mi individualidad. Soy feo, pero puedo comprarme la mujer más bella. Por tanto, no soy feo, porque el efecto de la fealdad, su fuerza ahuyentadora, queda anulado por el dinero. Según mi individualidad, soy tullido, pero el dinero me procura veinticuatro piernas: luego, no soy tullido ¿Acaso no transforma mi dinero todas mis carencias en su contrario?”. Basta, pues, aplicar esta reflexión sobre el dinero al poder en general y se entenderán algunos retratos de monarcas de siglos pasados, cuyas facciones fueron devotamente inmortalizadas por pintores cortesanos, que desde luego no pretendían destacar demasiado sus defectos, y hasta hicieron todo lo posible por refinar sus rasgos. No cabe duda de que estos personajes nos parecen bastante feos (y probablemente también lo eran en su tiempo), pero era tal su carisma y la fascinación que les otorgaba su omnipotencia que sus súbditos los contemplaban con ojos de adoración.
Por último, basta leer uno de los relatos más hermosos de la ciencia ficción contemporánea, “El centinela” de Fredric Brown, para ver que la relación entre lo normal y lo monstruoso, lo aceptable y lo horripilante, puede invertirse según la mirada vaya de nosotros al monstruo del espacio o del monstruo del espacio a nosotros: “Estaba completamente empapado y cubierto de barro; tenía hambre y frío y se hallaba a ciento cincuenta mil años luz de su casa. Un sol extranjero le iluminaba con una gélida luz azul y la gravedad, dos veces mayor de lo habitual, convertía cada movimiento en una agonía de cansancio Los de la aviación lo tenían fácil, con sus aeronaves relucientes y sus superarmas; pero cuando se llega al momento crucial, le corresponde al soldado de a pie, a la infantería, tomar la posición y conservarla, con sangre, palmo a palmo. Como este jodido planeta de una estrella de la que jamás había oído hablar hasta que lo habían enviado. Y ahora era suelo sagrado porque también había llegado el enemigo. El enemigo, la única otra raza inteligente de la galaxia crueles, asquerosos, repugnantes monstruos. Estaba completamente empapado y cubierto de barro; tenía hambre y frío, y el día era gris y barrido por un viento violento que le molestaba en los ojos. Pero los enemigos intentaban infiltrarse y era vital mantener las posiciones avanzadas. Estaba alerta, con el fusil preparado Entonces vio a uno de ellos arrastrándose hacia él. Apuntó y disparó. El enemigo emitió aquel grito extraño, terrorífico, que todos emitían, y ya no se movió. El grito, la visión del cadáver lo hicieron estremecer. Muchos se habían acostumbrado con el paso del tiempo y ya no le prestaban atención; pero él, no. Eran criaturas demasiado asquerosas, con solo dos brazos y dos piernas, y aquella piel de un blanco nauseabundo y sin escamas “.
Decir que belleza y fealdad son conceptos relacionados con las épocas y con las culturas (o incluso con los planetas) no significa que no se haya intentado siempre definirlos en relación con un modelo estable. Se podría incluso sugerir, como hizo Nietzsche en el “Crepúsculo de los ídolos” , que “en lo bello el hombre se pone a sí mismo como medida de la perfección” y “se adora en ello El hombre en el fondo se mira en el espejo de las cosas, considera bello todo aquello que le devuelve su imagen Lo feo se entiende como señal y síntoma de degeneración. Todo indicio de agotamiento, de pesadez, de senilidad, de fatiga, toda especie de falta de libertad, en forma de convulsión o parálisis, sobre todo el olor, el color, la forma de la disolución, de la descomposición todo esto provoca una reacción idéntica, el juicio de valor feo ¿A quién odia aquí el hombre? No hay duda: odia la decadencia de su tipo“.
El argumento de Nietzsche es narcisísticamente antropomorfo, pero nos dice precisamente que belleza y fealdad están definidas en relación con un modelo “específico” -y la noción de especie se puede extender de los hombres a todos los entes, como hacía Platón en la República, al aceptar que se considerara bella una olla fabricada según las reglas artesanales correctas, o Tomás de Aquino (Suma teológica, I, 39, 8), para quien los componentes de la belleza eran, además de una proporción correcta, la luminosidad o claridad y la integridad-, es decir, que una cosa (ya sea un cuerpo humano, un árbol, una vasija) había de presentar todas las características que su forma debía haber impuesto a la materia. En este sentido, no solo se consideraba fea una cosa desproporcionada, como un ser humano con una cabeza enorme y unas piernas muy cortas, sino que también se consideraban feos los seres que Tomás definía como turpi en el sentido de “disminuidos” o -como dirá Guillermo de Auvernia (Tratado del bien y del mal )- aquellos a los que les falta un miembro, que tienen un solo ojo (o tres, porque se puede adolecer de falta de integridad también por exceso). Por consiguiente, se consideraban feos sin piedad alguna los adefesios, que los artistas han representado a menudo de forma despiadada, y en el mundo animal los híbridos, que fundían de forma violenta los aspectos formales de dos especies distintas.
¿Podrá, pues, definirse simplemente lo feo como lo contrario de lo bello, un contrario que también se transforma cuando cambia la idea de su opuesto? ¿La historia de la fealdad puede ser el contrapunto simétrico de la historia de la belleza?
La primera y más completa “Estética de lo feo”, la que elaboró en 1853 Karl Rosenkranz, establece una analogía entre lo feo y el mal moral. Del mismo modo que el mal y el pecado se oponen al bien, y son su infierno, así también lo feo es “el infierno de lo bello”. Rosenkranz retoma la idea tradicional de que lo feo es lo contrario de lo bello, una especie de posible error que lo bello contiene en sí, de modo que cualquier estética, como ciencia de la belleza, está obligada a abordar también el concepto de fealdad. Pero justamente cuando pasa de las definiciones abstractas a una fenomenología de las distintas encarnaciones de lo feo es cuando nos deja entrever una especie de “autonomía de lo feo”, que lo convierte en algo mucho más rico y complejo que una simple serie de negaciones de las distintas formas de belleza.
Rosenkranz analiza minuciosamente la fealdad natural, la fealdad espiritual, la fealdad en el arte (y las distintas formas de imperfección artística), la ausencia de forma, la asimetría, la falta de armonía, la desfiguración y la deformación (lo mezquino, lo débil, lo vil, lo banal, lo casual y lo arbitrario, lo tosco), y las distintas formas de lo repugnante (lo grosero, lo muerto y lo vacío, lo horrendo, lo insulso, lo nauseabundo, lo criminal , lo espectral, lo demoníaco, lo hechicero y lo satánico). Demasiadas cosas para seguir diciendo que lo feo es simplemente lo opuesto de lo bello entendido como armonía, proporción o integridad.
Si se examinan los sinónimos de “bello” y “feo”, se ve que se considera bello lo que es bonito, gracioso, placentero, atractivo, agradable, agraciado, delicioso, fascinante, armónico, maravilloso, delicado, gentil, encantador, magnífico, estupendo, excelso, excepcional, fabuloso, prodigioso, fantástico, mágico, admirable, valioso, espectacular, espléndido, sublime, soberbio, mientras que feo es lo repelente, horrendo, asqueroso, desagradable, grotesco, abominable, odioso, indecente, inmundo, sucio, obsceno, repugnante, espantoso, abyecto, monstruoso, horrible, hórrido, horripilante, sucio, terrible, terrorífico, tremendo, angustioso, repulsivo, execrable, penoso, nauseabundo, fétido, innoble, aterrador, desgraciado, lamentable, enojoso, indecente, deforme, disforme, desfigurado (por no hablar de cómo el horror puede aparecer también en terrenos como el de lo fabuloso, lo fantástico, lo mágico y lo sublime, asignados tradicionalmente a lo bello).
La sensibilidad del hablante común percibe que, si bien en todos los sinónimos de bello se podría observar una reacción de apreciación desinteresada, en casi todos los de feo aparece implicada una reacción de disgusto, cuando no de violenta repulsión, horror o terror.
En su obra sobre “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”, Darwin observaba que lo que provoca disgusto en una determinada cultura no lo provoca en otra, y viceversa, pero concluía que sin embargo “parece que los distintos movimientos descritos como expresión de desprecio y de disgusto son idénticos en una gran parte del mundo”.
Conocemos sin duda algunas descaradas manifestaciones de aprobación ante algo que nos parece bello porque es físicamente deseable; basta pensar en la broma de mal gusto al paso de una mujer guapa o en las inconvenientes manifestaciones de alegría del glotón ante su comida preferida. En estos casos, sin embargo, no se trata tanto de una expresión de goce estético como de algo parecido a los gruñidos de satisfacción o incluso a los eructos que se emiten en algunas civilizaciones para expresar el agrado de un alimento (aunque en esas ocasiones se trata de una forma de etiqueta). En general, parece que la experiencia de lo bello provoca lo que Kant (“Crítica del juicio”) definía como “placer sin interés”: si bien nosotros quisiéramos poseer todo aquello que nos parece agradable o participar en todo lo que nos parece bueno, la expresión de agrado ante la visión de una flor proporciona un placer del que está excluido cualquier tipo de deseo de posesión o de consumo.
En este sentido, algunos filósofos se han preguntado si se puede pronunciar un juicio estético de fealdad, puesto que la fealdad provoca reacciones pasionales como el disgusto descrito por Darwin.
A lo largo de nuestra historia deberemos distinguir realmente entre la fealdad en sí misma (un excremento, una carroña en descomposición, un ser cubierto de llagas que despide un olor nauseabundo) y la fealdad formal, como desequilibrio en la relación orgánica entre las partes de un todo. Imaginemos que vemos por la calle a una persona con la boca desdentada: lo que nos molesta no es la forma de los labios o de los pocos dientes que quedan, sino el hecho de que los dientes supervivientes no estén acompañados de los otros que deberían estar allí, en aquella boca. No conocemos a esa persona, esa fealdad no nos implica pasionalmente y sin embargo -ante la incoherencia o la no completud de aquel conjunto- nos sentimos autorizados a manifestar desapasionadamente que aquel rostro es feo.
Por esto, una cosa es reaccionar pasionalmente al disgusto que nos provoca un insecto viscoso o un fruto podrido y otra es decir que una persona es desproporcionada o que un retrato es feo en el sentido de que está mal hecho (la fealdad artística es una fealdad formal). Y respecto a la fealdad artística, recordemos que en casi todas las teorías estéticas, al menos desde Grecia hasta nuestros días, se ha reconocido que cualquier forma de fealdad puede ser redimida por una representación artística fiel y eficaz. Aristóteles (Poética , 1448b) habla de la posibilidad de realizar lo bello imitando con maestría lo que es repelente, y Plutarco (De audiendis poetis) nos dice que en la representación artística lo feo imitado sigue siendo feo, pero recibe como una reverberación de belleza procedente de la maestría del artista.
Hemos identificado, pues, tres fenómenos distintos: la fealdad en sí misma, la fealdad formal la representación artística de ambas. Lo que hay que tener presente es que por lo general solo a partir del tercer tipo de fealdad se podrá inferir lo que eran en una cultura determinada los dos primeros tipos.
Al hacerlo, nos exponemos a muchos equívocos. En la Edad Media, Buenaventura de Bagnoregio nos decía que la imagen del diablo se vuelve bella si representa bien su fealdad; pero ¿realmente era esto lo que pensaban los fieles que contemplaban escenas de inauditos tormentos infernales en los portales o en los frescos de las iglesias? ¿No reaccionaban tal vez con terror y angustia, como si hubiesen visto una fealdad del primer tipo, horripilante y repugnante como sería para nosotros la visión de un reptil que nos amenaza?
Los teóricos muchas veces no tienen en cuenta numerosas variables individuales, idiosincrasias y comportamientos desviados. Si bien es cierto que la experiencia de la belleza implica una contemplación desinteresada, un adolescente alterado puede experimentar una reacción pasional incluso ante la Venus de Milo. Lo mismo cabe decir respecto a lo feo: de noche, un niño puede soñar aterrorizado con la bruja que ha visto en un libro de cuentos, que para otros niños de su edad no sería más que una imagen divertida. Probablemente muchos contemporáneos de Rembrandt, además de apreciar la maestría con que el artista representaba un cadáver diseccionado sobre la mesa de anatomía, podían experimentar reacciones de horror como si el cadáver fuese real, del mismo modo que el que ha padecido un bombardeo tal vez no puede mirar el Guernica de Picasso de una forma estéticamente desinteresada, y revive el terror de su antigua experiencia.
De ahí la prudencia con que debemos disponernos a seguir esta historia de la fealdad, en sus variedades, en sus múltiples articulaciones, en la diversidad de reacciones que sus distintas formas suscitan, en los matices conductuales con que se reacciona. Considerando en cada ocasión si, y hasta qué punto, tenían razón las brujas que en el primer acto de Macbeth gritan: “Lo bello es feo y lo feo es bello “.
— Umberto Eco.
De “Historia de la fealdad”. Traducción de Maria PonsIrazazábal. (Barcelona: Lumen, 2007). (*)
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